Fotografía: Alexsei Trifonov |
DAVID SANTIAGO TOVILLA
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«Al parecer, los escritores se acordaron de que tenían sexo» decía Arturo Arredondo al comentar la proliferación de la literatura erótica. Pero más que eso, se debía al escaso espacio para la misma. Siempre ha existido la sexualidad como tema y en mayor o menor grado, se ha retomado desde las circunstancias en torno a ella o su vivencia.
Uno
de los autores con mayor rigor profesional, profundización, exhaustividad en la
investigación y diversidad de lugares actuantes ha sido Andrés de Luna, quien
además posee una extraordinaria capacidad para respetar los márgenes de las
publicaciones en donde colabora, de acuerdo con la capacidad intelectual del
público al que se dirige.
Vemos
los artículos nunca repetidos en revistas como Despegue, en las que se
refiere a la actual cultura del encaje y la licra con un lenguaje ameno,
comprensible; en La Jornada Semanal con su columna Erotismos en
donde narraba aquellas historias de los plenos ratos y costumbres en las cortes
o en la clase gobernante del oriente.
Ahora,
con esa apertura editorial, de la que editorial Grijalbo ha sido protagonista,
se publica Erótica, la otra orilla del deseo. El libro que esperábamos
de Andrés de Luna coincide con la aparición —en la misma editorial— de Las
casas de cita del barrio galante, con prólogo de Carlos Monsiváis y que reúne
material fotográfico de las prostitutas de principios de siglo, observando los
patrones estéticos que por entonces regían para el cuerpo de la mujer.
Erótica,
la otra orilla del deseo, representa una aproximación
distinta al erotismo, a las distintas manifestaciones que éste adquiere y
ejerce, sin caer en señalamientos positivos o negativos. En ese sentido es,
como acertadamente dicen los editores, un libro novedoso y excepcional: «Son
incontables los libros de divulgación que pretenden describir o explicar el
erotismo; pero, ya sea que asuman el punto de vista sexológico, histórico e
incluso artístico o religioso, casi todo ellos exponen una visión convencional
de la experiencia erótica, considerada en términos generales como una
manifestación más del amor sexual.
«De
hecho, muy pocos autores —y prácticamente ninguno en nuestro medio— habían
intentado la original tarea que Andrés de Luna se ha echado a cuesta en Erótica...:
conducir a los lectores hasta la otra orilla del deseo amoroso, cruzando las
fronteras de ese otro espacio donde aparecen en escenas las aspas de un Eros múltiple
y desprejuiciado cuya fuerza se nutre de la fantasía».
Señalan
uno de los objetivos logrados: «A través del viaje que proponen las páginas de
este libro dejamos atrás, definitivamente, tanto el erotismo convencional como
las perversiones en el sentido que habitualmente les asignan los textos de
sexología».
Andrés
de Luna concentra su esfuerzo para presentar una alternativa distinta a una
tradición occidental: aquí el sexo está en la cabeza, no en las partes para
ejercerlo. Condición que aún está arraigada en algunas regiones, en las que
antes de vivir una relación, se conciben previamente los términos de esta y en
la que, si llegan a realizarse actos como el cunnilingus, se hace, pero no se
dice; o en algunos casos, se consideran a estas formas propias de las mujeres
de oficio prostitutas.
Por
ello es benéfica la publicación de Erótica... Además, la información es
complementada con seleccionadas ilustraciones de alto contenido estético y, por
ende, erótico; en distintas dimensiones y con la calidad que permite el tipo de
papel utilizado.
Andrés
de Luna, hace una extensa revisión del erotismo en la literatura y el cine; las
citas bibliográficas son el principal recurso utilizado. Infinidad de autores y
de épocas todos coincidiendo en el gusto por el placer en quince capítulos.
Erótica...
abre con "Mitologías anteriores", una reflexión sobre «uno de los
reinos que marchan orgullosos al final del presente siglo: el reino de las
pantaletas». Esto, «por más que la televisión destruya los cerebros y que la
mojigatería dañe más que cualquier enfermedad infecciosa».
Capítulo
en el que al autor trata la singular atracción que representan las vestimentas:
«ahora llega el retomo de los materiales tradicionales, es decir los encajes y
la seda como parte de un ánimo perdido... La veleta de los tiempos modifica las
ideas y ahora los calzones vuelven con mayor empuje y más ganas de entregar sus
delicias al mejor postor».
Lo
anterior lleva a algo cotidiano: «para nadie es desconocido ese erotismo, que
surge de la casualidad, de un movimiento repentino o gracias al viento que,
lascivo, sube faldas y pasiones. Épocas en que «la ropa íntima femenina es una
plaza en permanente estado de sitio».
Después
presenta “El ritmo redentor" en donde se refiere a la presencia de la
menstruación también como elemento atractivo en los creadores. Allí desfilan
nombres como Alberto Moravia, Ingmar Bergman, Sande Zeig, Peter Handke, Roland Barthes,
Nadine Gordimer, Luis Buñuel, Xorge del Campo, Adolfo Riestra y otros.
Las
prácticas coprofilicas también su lugar en «entre el límite y el desafío». Como
su nombre lo indica «el olfato y sus imaginaciones», la participación de este
sentido es comentada: «los olores corporales tienen algo de la alquimia del
deseo».
Pocas
cosas tendrán mayor efecto que la memoria erótica, donde están enlazados la
textura de una piel y el recuerdo de un aroma aspirado en esos momentos en los
cuales el tiempo se hace invisible al evadirse por todos los poros.
«Es
posible que el erotismo se viera disminuido si los olores corporales se extinguieran.
Ellos son el tinte que tinte las memorias amorosas. Esa exhalación forma parte
de la incandescencia del eros, es él y su fugacidad o su permanencia. Por eso
el perfume de las axilas o del sexo es compañero bienvenido, matiz y emblema
que se modifica según las estaciones, la higiene o las costumbres alimenticias,
pero en su variedad está el placer inquebrantable del descubrimiento».
Se
habla de la carga maligna de algunos filmes, asociada al eros; del
"cuerpo transformado" durante el embarazo; la utilización en el cine
de la atracción por una pareja a punto de cumplir los dieciocho años, el
consecuente enfrentamiento social que al final conduce regularmente a algo
trágico; de la supresión de los vellos púbicos "la auténtica
desnudez" preferida por algunos; las virtudes poéticas de esos "ríos
dorados": «cuando una mujer mea en la literatura, en el cine o la pintura
siempre está ligado el hecho a un eco lúbrico. Ese es uno más de los misterios
del cuerpo femenino: ser y no ser, mostrarse y esconderse"; de la
imaginación de los fotógrafos y trabajadores visuales en la época postmoderna;
la utilización del dildo, comúnmente llamados "consoladores”».
Como
se ve, Erótica, la otra orilla del deseo aborda desde una perspectiva
actual, decires y costumbres no dichas a veces por pudor. El texto puede
contribuir en mucho frente a las limitaciones que actualmente imperan sobre los
caudales del deseo.
De
Luna, Andrés.
Erótica, la otra orilla del deseo. Ed. Grijalbo. México, 1992.
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