“Los pobres son muchos/ y por eso/ es imposible olvidarlos. / Seguramente / ven / en los amaneceres / múltiples edificios / donde ellos / quisieron habitar con sus hijos. / Pueden llevar en los hombros / el féretro de una estrella. / Pueden / destruir el aire como aves furiosas, / nublar el sol. / Pero desconociendo sus tesoros / entran y salen por espejos de sangre / caminan y mueren despacio. / Por eso / es imposible olvidarlos.”
Roberto Sosa, uno de los escritores más notables de la región centroamericana, es autor de libros con reconocimiento internacional como Un mundo para todos dividido, Premio Casa de las Américas 1971; Los pobres, Premio Adonais 1968; Mar interior, Premio Juan Ramón Molina. En 1972, recibió en Honduras el Premio Nacional de Literatura Ramón Roca y, en 1975, el Premio Ramón Anaya Amador. En 1991 fue candidato al Premio Príncipe de Asturias.
—Roberto, usted considera el trabajo literario una actividad de rigurosa preparación…
—Cuando se elige esta vía primero hay que aprender a escribir, después surge el compromiso: el social y el artístico; dos vertientes que deben existir para un escritor. Si no existe el compromiso artístico, el otro queda trunco. Estas son las únicas líneas paralelas que se juntan en un punto. La escritura debe representar un espacio humano permanente, valedero, porque, ante todo, el arte debe tener una realidad: si carece de ella, no es arte. Su misión es comunicar. En este sentido, la literatura tiene de por medio un trabajo, una disciplina. Gracia Lorca afirmaba que era poeta por la gracia de Dios o del Diablo, pero más por la gracia de la disciplina. El arte es una responsabilidad histórica.
—Líneas paralelas que se juntan, dice…
—Sí. Una y otra se corresponden. Existe interrelación entre el compromiso social y el artístico sin que el autor se lo proponga. Esto sale cohesionado y coherente cuando tiene calidad de escritura. El lector percibe una unidad y recibe el mensaje que se propuso el escritor. Creo en las artes comunicables, porque hay artes que nada comunican.
—¿Cuáles serían esas artes no comunicables?
—Las artes elitistas, lo que se ha denominado “arte por el arte”. Un “pintamonos” no es necesariamente un pintor.
—Si se observa el desarrollo de la literatura continental, no es esta corriente la de mayor divulgación y defensa en la actualidad…
—Esto de la creación comprometida adquirió sello de uso idiomático a través de Jean Paul Sarte. Se habló de un arte comprometido y el arte, como ya dijimos, se compromete en dos sentidos.
El arte, aunque caiga dentro de una moda, dentro de reacciones epidérmicas, tendrá que ver con la subcultura de la corrupción, de la muerte, los crímenes, etcétera.
Se puede escribir un poema que nada diga pues existe la posibilidad de jugar con las palabras, pero ¿para qué sirve éstas si no para decir algo importante? Siempre existirá un grupo de cultivadores que se empeñen en no decir nada, pero esos son meros ejercicios académicos y tienen importancia en ese sentido. El arte, en cambio, siempre ha sido un instrumento crítico, de testimonio, ha servido para decir algo del ser humano. Todo gran arte está inspirado en lo que le pasa al hombre en la tierra: su objetivo esencial es la dignificación del ser.
— Sin embargo, no es ese el rasgo distintivo que prevalezca…
—Los seres humanos estamos armados de horas, minutos. Nuestra vida es el tiempo y si leemos un poema que nos haga perderlo, estamos perdiendo vida, esencia. El tiempo no sólo es oro, como dicen, es sangre, agitación, movimiento. Es la vida misma.
Hay un paraarte, una parapoesía, una elaboración seudoartística que nos lleva al vacío. Ese arte publicado en periódicos y revistas no es causal sino premeditado: obedece a intereses específicos. No publican arte crítico que estimule la reflexión. Impulsan un arte, que apenas araña la piel, para sostener posiciones morales y no éticas. Por eso la subliteratura tiene un campo de consumo inmenso. La violencia se ve en todas partes hasta en los muñequitos. El arte, entonces, puede ser usado en distintas direcciones. La parapoesía ha sito utilizada para elevar el grado de consumo. Usted leer un verso que cualquier lector incauto puede tomar como poesía: Hace la mar de espuma blanca, como la blanca espuma del mar. Es el anuncio de un detergente, no es poesía.
—En esa concepción ¿qué elementos distinguen a la poesía de lo que usted llama parapoesía?
—La palabra poesía promueve la reflexión. Se trata de un conjunto de palabras que forman una novela destinada a generar una forma de conciencia y conceptualización de la realidad; un elemento que nos ayuda a crear símbolos que nos ayuden a entender el gran problema del ser humano: la realidad.
La poesía no es estrictamente objetiva o subjetiva. No puede definirse con facilidad. Recientemente decía que un poema me recuerda a un rompecabezas que puede ser desmontado y poner sus piezas fundidas en un sitio. Es un billón de piezas que podrían formar un poema siempre habría una pieza faltante que no podría ubicarse al rearmar el rompecabezas. Esa pieza faltante es la poesía. La poesía es un elemento invisible e indefinible. Es un misterio cerrado que nadie podrá expresar pues si se logra hacerlo deja de ser poesía para pasar a ser una pieza más. La poesía está dentro de un poema cuando éste lo es. El poema que no tiene poesía es sólo un montón de versos y, a las personas que hacen este tipo de trabajo se les llama verseros, no poetas.
—¿Qué puede decir de la poesía en relación con dos nociones: ética y moral?
—La poesía es eminentemente ética. La moral es una reacción de principios que pueden ser no éticos. La moral es un conjunto de reglas que prescriben la conducta del ser humano en determinada forma. La ética, en cambio, es un principio inalienable, insobornable del individuo. Por ejemplo, una persona no podría permanecer ajena ante la violación de su hijo por un sacerdote; si se entera, puede hasta matar al religioso, pero no aceptar a cambio cantidades millonarias y, con ello, la violación de un principio de pureza de un menor quedaría lesionado para siempre.
—Con estos criterios expuestos ¿ a quiénes considera verdaderos poetas?
—A Antonio Machado, César Vallejo, Vicente Huidobro, Paul Eluard, Bertolt Brecht, Franz Kafka, Walt Whitman, Emily Dickinson, Jorge Luis Borges. Son escritores que siempre me dirán algo profundo de la vida, de mi paso por la tierra y también de la probabilidad de la muerte.
Ellos me aportan confianza en el ser humano frente a otros que producen pérdida de fe en la humanidad. Una mujer, un hombre blanco o negro fuera de su condición étnica pueden terne una estructura inmoral: el contacto con esa inmoralidad puede producir un sentimiento de desconfianza y un escepticismo degradante contrario al escepticismo lúcido que ayuda a vivir, que hace ver el mundo con una sonrisa o una cierta dosis de alegría.
—¿Escepticismo positivo?
—Sí. Recuerdo que mis lecturas de Voltaire me produjeron una sensación increíble de sonrisa; con él aprendí a sonreír y no reír. Hay autores que dan risa, pero uno sonríe con las ironías de Sócrates, Platón, Anatole France o Cervantes. La ironía nos hace vivir y revivir.
—¿Cuál sería su recomendación para no “perder tiempo”?
-Leer todos los días. Oír música. Ver filmes que dejan una estela de conocimiento. Observar una obra teatral o leer una novela que constituyan un examen de la realidad, un llamado a la conciencia de los seres humanos, que nos encaminen a la dignificación.
*Publicada en Sinapsis, creación y mundo. No. 4, Marzo de 1993.
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