“Belle Époque” de Fernando Trueba


DAVID SANTIAGO TOVILLA

DIARIO POPULAR ES!

A Fernando Trueba se le recuerda por esa cinta difundida a través de la empresa Macondo Cinevideo: Sal gorda. En ella se ocupó de la España de los 80, haciendo eco de la ironía y el humor negro que parece ya caracterizan a1 cine español.

 

Ahora, en Belle Époque Trueba se ocupa del contexto imperante en aquel país, un año antes de la proclama de la "Segunda República", hecha en 1931. Momento de cuestionamiento a órdenes, poderes e instituciones: la iglesia, el ejército y hasta el matrimonio, que son señalados literalmente por sus implicaciones reaccionarias, en uno de los diálogos de la cinta.

 

Belle époque sigue la historia lineal acostumbrada, inclusive con un texto inicial que sitúa muy bien el desarrollo de los acontecimientos: 1930. La anécdota gira en torno a un soldado desertor, Femando, que conocerá casualmente a Manolo un viejo solitario. Este recibe de sus cuatro atractivas hijas, cuando está por despedir al joven, quien viajaría a Madrid, pero pretexta perder el ferrocarril para quedarse y conocerlas.

 

E1 llamado del cuerpo que bien ha señalado el director: “Hay esa cosa que espero que los seres humanos conservemos todavía de los animales, en la que un olor, la cercanía de un cuerpo, un roce puede significar algo". Esa mística del instante que ya se ha comentado en estas páginas.

 

Femando será el atractivo de todas ellas y la película registrará distintos momentos y conductas de ese predecible encuentro carnal. Trueba no concluye el filme hasta no mostrar esos instantes, paralelos a la presencia de los cambios sociales. Nunca muestra propiamente las escenas de milicia, pero la evolución de los hechos está en el comentario de los protagonistas.

 

En frases, proclamadas por intelectuales como José Ortega y Gasset, y extrañamiento por la falta de la firma de Miguel de Unamuno, en uno de los casos. Son casos, pero también los personajes quienes construyen esa época de largometraje.

 

De principio a fin, la información a donde se dirige el interés de los guionistas se induce sin rodeos. No han pasado muchos minutos después de los créditos cuando Belle époque ya está cuestionando la disciplina militar. Por una parte, un desertor como héroe; por otra los militares que lo encuentran y discuten sobre la procedente o no de su detención.

 

El de más rango, reveladoramente más convencido de la inutilidad de la ortodoxia, citando pasajes en que las circunstancias han cambiado y los militares actuando de acuerdo con ellas más que a criterios. Esos que se repiten en los ejércitos del mundo como el respeto a las leyes de la milicia. Supuestamente sustentados en el interés de la patria, concebida en la entidad abstracta que corresponde a los poderosos determinar en qué términos existe. Reglamento cuyo inflexible seguimiento no conduce más que a cometer barbaridades como el asesinato. En el caso de la película de un familiar, el milico cansado que decide soltar al joven.

 

Después, el sacerdote que sin hipocresías incursiona en juegos y lugares mundanos. Ferviente admirador del pensamiento humanista, más cercano al protestantismo que al catolicismo. Quien no usa los eufemismos acostumbrados para disfrazar el lenguaje. Y además, participa en las manifestaciones para la causa republicana.

 

Pero principalmente, las mujeres. Típicas de la hermosura y los donaires de la mujer mediterránea: Violeta, Clara, Luz y Rocío, ésta última protagonizada por Maribel Verdú, a quien habrá que seguir por los atributos físico que expone en Belle époque.

 

Mujeres como ellas con quienes: siempre se pierde; se les puede tocar el sexo, pero no el alma; se les conserva solamente en sensaciones; se aprende a cantar; y, aparecen un día y desaparecen con él.

 

Frente a Fernando, del equipo de los hombres que son una declaración permanente. Violeta de conductos lésbicas, obliga al muchacho a vestirse de guapa sirvienta para el baile de carnaval. Situación en la que tiene la primera relación sexual con un hombre, que en esas circunstancias no lo es. Y con quien en una contraposición de papeles ha llevado a bailar tango. Ella en el papel varonil, él en los pasos femeninos precisamente cuando "el tango está contra la iglesia, lo prohibió, el Papa es infalible".

 

Conjunto de imágenes y conceptos que apuntan a las connotaciones señaladas por Carlos Fuentes: "en el tango, la pareja cumple un destino tanto individual como compartirlo, pero también se da cuenta de la imposibilidad de controlarlo". Y a Violeta nadie la pretendió controlar; un padre comprensivo que sabía de su conducta sexual y demuestra su sorpresa cuando el muchacho confiesa su enamoramiento, debido al fugaz coito, y una madre que le recomienda no casarse y buscar una joven comprensiva. El sexo en las actitudes más naturales posibles.

 

Clara, joven viuda, para revelar más a aquello que descalifican ilusoriamente cormo perversiones que no lo son tanto y que abundan veladamente en la película. Mujer que conduce a Fernando el sitio, a la orilla de río, en donde falleció ahogado su esposo. Casi es la misma escena, porque el ínfimo amante igualmente cae el agua. Algo de necrofilia. Para después de la salvación hacer el amor con muy poca resistencia. Cero y van dos.

 

Rocío, por su parte, es novia de un torpe riquillo del lugar. En busca del casamiento. No sabe si le quiere o le usa. Dice que sí y no. El ese el hijo sobreprotegido o sobre poseído por la madre, esas abominables defensoras de la tradición. Aquellas a las que él se dispone a romper inclusive pasándose al bando de la república y renegando de la iglesia. Que, como habrá oportunidad de ver, es circunstancial para conseguir a la muchacha.

 

Rocío no le da oportunidad de hacer el amor, una noche, y él, echado, esta otra vez a favor del rey. Con una Rocío que, por contrario, previamente ha cogido a Fernando. Por cierto, en una de las tomas para la memoria erótica: las nalgas de Rocío movidas a consecuencia de su llanto, cuando ella llora en su cama.

 

Y Luz, la más joven. La niña aún. Una Penélope Cruz con dos años menos. Ya mujer anunciada, pero no tanto como en su papel protagónico en Jamón jamón, el éxito cinematográfico de Bigas Luna, en 1993. Luz ficción o Penélope realidad es quien se acuesta con le desertor finalmente, para comprobar su cariño: "si no me quiere podrás irte. Yo no diré nada". La pareja que terminará casados por las leyes de la naturaleza pues el día de la boda el sacerdote se ha suicidado.

 

Gran película que Fernando Trueba ha inscrito en la cinematografía española. Merece verse.