DAVID SANTIAGO TOVILLA
Fotografía: Ksenia Yakovleva
En días pasados, el escritor tapachulteco Arturo Arredondo impartió un módulo más del Curso de Literatura Hispanoamericana. También participó en el ciclo "La narrativa en voz de sus autores", en donde leyó un fragmento de su libro El hechicero, que será publicado con el sello Joaquín Mortiz, en 1995, al ser novela finalista del Premio Planeta 1994…
—¿Por
qué el fenómeno de la hechicería?
—Fue
un ámbito en el que tuve mucha injerencia. Tengo dos tías que son brujas.
Desde pequeño me vi inmerso en ese mundo. Cuando enfermaba lo más natural era
que me llevaran al brujo y al médico sin poder explicar racionalmente quién me
curaba en realidad.
Era
un mundo de chamanismo, de hechicería, en el que estaba mi vida. Después
sucedió algo curioso. Salí de Tapachula para vivir en la ciudad de México. Me
desligué totalmente de mis raíces chiapanecas y hasta pasar por 1a experiencia
de la universidad fue cuando entendía ese algo especial, que me había
tocado, por suerte.
Entonces
inicié su estudio con
cierta distancia, entendiendo sus conexiones con los mitos y la historia de éstos,
que le han preocupado al hombre desde su aparición sobre la tierra. De ahí la
preocupación por escribir un libro donde pudiera rescatar todo eso que me
parece muy rico.
La
hechicería viene de tiempos ancestrales, está inmersa en nuestra cultura. Se combina,
después con lo que traen los españoles: ellos heredaron estas cuestiones por
medio de los moros y árabes; prácticas egipcias, judías, del Norte de África
que llegaron a España.
Esos
elementos fueron traídos junto con la paella, el jamón serrano: un verdadero
baturrillo. La cartomancia y la adivinación con los huesos son árabes. Los
españoles se escandalizaban cuando algún hechicero indígena tiraba los maíces
al aire y podía predecir el futuro mediante esto, pero ellos también echaban los
huesos. Algo que planteo en mi libro.
Todo
eso fue arraigándose en el pueblo mexicano. Ahora, ante la inseguridad económica
y la angustia social la población se ha volcado a las prácticas de hechicerías porque
le preocupa el futuro. Hoy, tienen mucho trabajo los agoreros, brujos, exorcistas.
Es muy natural, la gente antes de comprar sus boletos del sorteo Me late
quisieran preguntarle al brujo a qué número jugar para ganar. Todo se mezcla.
En
Alemania, en época de Hitler, se dio un índice muy alto de asistencia con los
brujos, tarotistas, lectores de sedimentos de café. Es como un barómetro.
—En
efecto, los elementos culturales de la hechicería están extendidos, sin
distingo social, edad...
—Sí.
En las poblaciones pequeñas de Chiapas hay una bruja. En ese ámbito viven mis
tías. Una es mala y la otra buena: magia negra y blanca. No sé hasta qué punto
sean efectivos, pero efectivamente, es algo extendido. En la Ciudad de México,
algunos se anuncian de manera muy discreta en periódicos y revistas. Incluso han
existido presidentes que se dice acuden a los hechiceros. Plutarco Elías Calles
recurría a una mujer, Gustavo Díaz Ordaz a otra y tenía, en su gabinete, a unos
brujos disfrazados de asesores. Siempre el poder y la hechicería tiene algunas
ligas.
—Dices,
con razón que en las comunidades es donde la presencia del hechicero es
notoria, pero en las ciudades hay personas de clase media que desempeñan ese
papel protagónico. ¿Qué representa el fenómeno hechicería en la ciudad?
—Es
parte de lo que decía London en El llamado de la selva: el hombre nunca
ha perdido sus raíces con la tierra. El día que las pierda se moriría. Uno
puede vivir en un departamento muy sofisticado, en la ciudad de México o Nueva York,
pero se tienen plantas, animales.
Al
hombre le aterra pensar en dejar de tener muestras vivas de naturaleza consigo.
Esas preocupaciones por la hechicería vienen con el hombre de tiempos
inmemorables. Existe una película reciente de Peter Weis, que dice: «Creemos en
Dios porque nos aterra pensar que estamos solos sobre la tierra». Ese terror se
llena, de alguna manera, con las prácticas de la hechicería. Una forma de
exorcizar los demonios de la soledad. Hay quienes piensan que sí se puede
discernir el futuro de esta forma.
—¿Tú
que crees?
—Coincido
con lo que mencioné: es nuestra angustia de estar solos sobre la tierra. Aunque no puedo
negar que, por haber crecido en medio de ese mundo, sigo creyendo en esas
cosas.
—¿Qué
tipo de creencia?
—Hogareña,
de las querencias infantiles. Cuando visito a alguna de mis tías le pido que me
tire las cartas. Algunas veces le atina, otra no; pero es bonito. En lo
profundo de nosotros la inexistencia de Dios nos condena a una desesperante soledad. Más
cuando no existe ninguna capacidad de modificar los fenómenos de la tierra.
En
mi libro menciono porqué los mayas se preocupaban mucho por el movimiento de
los astros, por las matemáticas: los temían. Trataban de prever el futuro. Hoy,
continuamos con la preocupación, pero no hay posibilidad alguna de saberlo, todos
son pronósticos.
—De
El hechicero teníamos antecedentes, por la lectura de un fragmento que
hiciste en una versión del Festival de Escritores Chiapanecos.
—En
el tercero, en 1993.
—Entonces
¿estaba finalizada o en proceso?
—La
terminé a finales de 1992 y utilicé el año siguiente para las correcciones.
Quería se asentara dentro de mí para poder hacer las correcciones definitivas.
Como toda obra
que
no se publica, uno sigue haciendo agregados todo el tiempo. Hace apoco la metí a mi procesador de palabras
porque la escribí en una máquina mecánica y todavía le di un apretón de tuercas.
En lo esencial la novela está como fue concebida. Tiene corrección de puntos,
giros. Fue como la última espolvoreada de canela.
—¿Qué
sucedió después?
—Ingresó
al concurso de Planeta-Joaquín Mortiz de este año. Fue de las primeras
finalistas. Se recibieron cuatrocientos trabajos, escogieron veinte; dentro de ellas
estaba El Hechicero. La novela ya no pasó la siguiente etapa pero los
editores se interesaron en su publicación. Así Joaquín Mortiz la hará circular
en 1995.
—Es
tu primera novela ¿Cómo das ese paso? ¿Qué dificultades representó al dedicarte
primordialmente al ejercicio del cuento publicado en el volumen Goozología
mayor?
—Fue
un proceso. Mi primer intento fue escribir una novela. Lo hice, pero desde
jovencito traté de decirme que cuando iniciara algo debía terminarlo por
disciplina. Me di cuenta de que la novela estaba muy floja. Nunca intenté
publicarla. Repetí el intento de escribir en cuatro ocasiones. Siempre se me
abortaba en las manos. No tenía ni la cultura, ni la edad suficiente para
escribir una novela.
La
creación de mis personajes era muy difícil. No sabía realizar el perfil de un
personaje para poderlo diseñar. Las historias que inventaba estaban medias
cojas. Tuve que ser muy honesto. Hice un análisis profundo. Acababa de conocer
a Sallinger, un escritor norteamericano muy bueno. En una entrevista él
mencionaba que tenía el aliento muy corto y tenía que aceptar que era un cuentista.
Pensé que a lo mejor lo mismo sucedía conmigo. Empecé a escribir cuento. Así
salió mi primer libro.
Si
se observan los últimos cuentos del volumen, se alargan. Me di cuenta de que ya
tenía los elementos para construir una novela. Retomé una vieja historia de un
hechicero. Ya tenía el primer capítulo. No sabía si era un cuento corto o un
capítulo. Estuvo dormido en mis archivos como seis años. Un día lo encontré y
empecé a desarrollar lo que en un principio se tituló El hijo de la bruja.
Tuvo un diseño muy especial. Los capítulos en donde se menciona la infancia y
la primera juventud del hechicero están en tercera persona; otra parte, que refleja la
vida del hechicero están en primera persona. Los cambios de tiempo y técnica me
permitieron concretar la historia, jugar con ella. Su realización fue muy
rápida. La escribí en tres años. Dos años para corregir. En el III Festival de
Escritores Chiapanecos estaba ya en la revisión final.
—¿Cuáles
la estructura?
—Son
catorce capítulos. En los primeros siete se relata su infancia y juventud. En
los otros son los siete días de la semana: lunes, martes y demás. Como se
aprecia, hay una continuidad de días interrumpidos por una narración, en otro
tiempo gramatical. Eso permite una frescura en la lectura del libro. Es
importante que un escritor tenga varias voces para narrar. Alguien que tiene
una voz monótona aburre. Por ejemplo, no me gusta Mario Benedetti porque en cuentos,
poemas y novelas presenta la misma voz; en cambio, Gabriel García Márquez siempre
cambia de tono. También, Julio Cortázar puede contar como una viejecita, una niña,
o una muchacha. El hechicero, por eso, está narrado en dos tonos bien
diferentes, pensando en el lector.
—En
medio de la recuperación de los ambientes chiapanecos...
—Cuando
empecé a escribir tenía una confusión en el tono y qué iba a contar. Al principio
escribí ciencia ficción, en el momento de la explosión de ese género en Estados
Unidos. Se empezaron a conocer escritores como Clark o Isaac Asimov. Fue algo atractivo.
Después empecé a escribir como Juan Rulfo. Posteriormente descubrí las teorías
de Alejo Carpentier: la sugerencia de que el escritor latinoamericano hable de
su entorno y no situar las historias en China. Fue una toma de conciencia. Cuando
cierro los ojos veo la ceiba,
el papayo, el mar, las gaviotas, con lo que crecí y me desarrollé. Tenía que
escribir de acuerdo con mis experiencias. Así salieron mis cuentos y la novela.
—El
hechicero se inscribe así, por lugar de nacimiento del autor y tema
desarrollado, en la novelística chiapaneca.
—El
estado de Chiapas es muy vasto. Hay diferentes paisajes. Uno lee a Rosario
Castellanos y se encuentra
con la sierra, la tipología de pueblos y personajes. Sin que uno se dé cuenta
ella describe comportamientos. Hay una diversidad. Es un universo. Siempre será
así. De lo que se hace en Chiapas, no creo se parezca a Castellanos o a Eraclio
Zepeda. Más bien creo tiene un pie en los escritores que mencioné: García
Márquez, Cortázar y Carpentier. No porque pretenda parecerme a ellos, sino por
la cercanía en lo relatado. Es diferente. También hay que tomar en cuenta la
existencia de muy pocos narradores chiapanecos.
Debo
agregar que siempre fui muy ambicioso, cuando era joven conocí la obra de Oscar
Wilde. Dije: quiero manejar varios géneros. Lo cual me llevó mucho tiempo.
Ahora manejo el cuento, la poesía, la narrativa y el ensayo. Llegar a todo eso
implicó años. A diferencia de otros, publiqué mi primer libro a los 50 años y
mi primera novela se editará a los 56. Pero no me arrepiento. No quise
publicar. Julio Cortázar se negó a publicar. Él publicó un buen libro cuando
debía hacerlo. Así me sucedió. Publiqué un buen libro de cuento y, ahora, una
buena novela. El hechicero dice cosas. No está construida sobre paja.
Cuando he leído algo la gente se interesa muchísimo por lo expuesto: eso indica
que es un libro sólido.
—¿Ese
es un consejo frente a un cierto boom editorial que se da en México en
estos momentos?
—Sí,
desgraciadamente cuando uno empieza a escribir, de inmediato se quiere publicar.
Como que a uno le impele. Después uno se arrepiente. El otro día leí una entrevista
a José Emilio Pacheco. Decía que de su primer libro no quiere saber nada y
siempre que pudo retiró ejemplares del mercado. A Jorge Luis Borges, le pasó lo mismo con Fervor
de Buenos Aires, un libro que odiaba. Hasta hace poco su viuda María Kodama
autorizó su reedición porque ya no está vivo para negarse. Siempre sucede que
por apresurarse a la publicación se mal construyen los libros. Recomendaría que
sí se empieza a escribir no se tenga prisa. Los grandes libros van a llegar si
uno trabaja. A veces uno publica lo menos convincente.
—Lo
cual no sólo es una cuestión individual también debe considerarse al público…
—Claro,
hay escritores que tienen diez o quince libros sin ningún sentido. La gente
luego-ni se acuerda de los títulos que no han servido para nada. En cambio se
tienen sólo dos volúmenes de Juan Rulfo que son éxitos internacionales de
librería, traducido a cerca de treinta idiomas y recibidos con interés, porque
son libros sólidos, bien trabajados.
*Publicado en Expreso Chiapas.
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