—Recibiste el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1994. En la ceremonia de premiación, mencionaste a Sabines como uno de los cuatro grandes poetas en la historia de la poesía mexicana ¿Podrías explicarlo? ¿Quiénes son los otros?
—Sor Juana, Ramón López Velarde, Octavio Paz y Sabines. Del poeta chiapaneco, pienso que tiene algo sustancial: la densidad emocional. Su poesía contagia por su gran capacidad de transmitir emociones. Un tipo de poeta que existen, pero muy poco. Son poetas que no se dan por la técnica, sino por la exploración de los sentidos y la sensibilidad. Creo que Jaime Sabines nunca ha tenido miedo y sí parte de una libertad absoluta. Tiene poemas como: "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" que son impresionantes en ese nivel. Hay otro tipo de poetas, como Paz, en donde destaca el manejo de la técnica. Y aunque López Velarde lo es, en él se conjuga esa profundización en el mundo de las emociones. Eso es admirable y único.
—Al establecer dos parámetros, de la técnica y la sensibilidad ¿quiere decir que tu trabajo oscilaría entre ellos?
—Sí, lo intento. Es difícil que uno pueda abstraerse y hablar de su propio trabajo. Lo que pretendo es una exploración lo mejor posible en el mundo, sin miedo al lenguaje, trabajar con él y tampoco tenerse miedo a uno mismo.
—Tienes otros poemarios anteriores, pero en el más reciente ¿En qué medida has avanzado en esa idea?
—En El corazón más secreto hay más oficio, en términos de abundar en las imágenes, de manejar el verso largo. Hay un trabajo intencional de afinar la cadencia, de que los poemas sostengan un ritmo, pero con cierta contundencia al final. La mayor parte del libro está conformado por poemas largos. Uno de ellos, “Mareas” es una especie de novela en verso —breve para serlo— en donde la intención era contar una historia. El último poema es larguísimo, aproximadamente veintiocho cuartillas: “La paga común del corazón más secreto” que de alguna manera da título al libro, un trabajo ambicioso.
—Con esta tendencia narrativa ¿sólo has incursionado en la poesía?
—No. He escrito algunos cuentos, pero no me siento segura de ellos. Trabajo el ensayo y la reseña de poesía.
—¿Y el poema en prosa?
—En el poema que mencioné, “La paga” hay una mezcla de prosa con verso. Es un trabajo experimental.
—¿Qué sucedió con los cuentos?
—Uno de ellos está publicado. Sucede que inicio escribiendo un cuento y resulta un poema narrativo. Son cosas que no se dan por decisión. Se impone lo que uno es. Creo que, por ejemplo, a Gabriel García Márquez le encantaría escribir poemas —como lo ha dicho— pero escribe novelas y cuentos. Sería muy pretencioso compararme con él, pero conmigo sucede un proceso similar: quiero escribir cuento y me salen poemas narrativos. Trabajo mucho la discursividad y el prosaísmo. Me gusta contar, los ambientes de anécdotas.
—Lo cual explicaría la extensión de los poemas...
—Sí.
—En parte de tu intervención mencionaste las dificultades para los escritores que radican en la llamada provincia y desde allí impulsan su obra… ¿Cuál es tu experiencia?
—En los años 50, por primera vez, se da un fenómeno importante a nivel nacional: muchos escritores del interior de la república deciden quedarse en sus lugares y dar la batalla por la calidad, esto implica no cargar con el sobrepeso del provincianismo.
Yo decidí seguir viviendo en Monterrey. Ha sido una lucha muy difícil, desde el punto de vista que, dentro de la vida literaria, son menores las posibilidades de que mi obra se promocione, tengan distribución los libros, ser considerada para ferias de libros, encuentros o talleres.
Viviendo en provincia esa dinámica es prácticamente imposible. Uno tiene la etiqueta de "provincia". Si uno es invitado a un encuentro o a leer es para representar a la provincia, a determinado estado. Es como vivir de segunda. Yo no me siento así, pero ésa es la realidad. Si hay una feria, en Alemania, yo no sería candidata para ir, porque no voy a competir con las estrellas que aparecen en los diarios nacionales, que lo son porque están en el Distrito Federal.
No hay capacidad de competencia en ese nivel; en cuestión de trabajo sí, y lo hago, como ahora al competir en el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. Por eso son importantes los premios, allí no se da la cara, se participa con seudónimo. Como no sucede con casos como las becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, que deberían ser nacionales, son para escritores del DF y como premio de consolación a los estados se otorgan becas a través de los Fondos Estatales. Eso es caer en el mismo trato de segunda porque el monto de las becas es menor a las nacionales, además no son renovables anualmente y hay que darles a todos.
Se tiene, desde el poder, la visión de una democracia inducida en la cual no creo en lo absoluto. Como puede verse, en lugares como Chiapas, existen muchos poetas, pero no todos son Jaime Sabines. Hay muchísimos que se dicen poetas, pero en el arte las cosas no funcionan así. Prefería que, si —para continuar con el ejemplo—Sabines no tiene dinero habría que apoyarlo para seguir produciendo porque él está asegurando el futuro, la trascendencia. Debe dársele oportunidad a todos, pero hay autores que lo merecen más. Si fuera del Estado haría eso, por eso no lo soy...
—En la generación de los 50 que mencionaste ¿sostienes relación con ellos? ¿Quiénes son?
—Sí, la tengo. Yo vivo en Monterrey. En Baja California, está Gabriel Trujillo; en Guadalajara, Jorge Esquinca; en Monterrey, Margarito Cuéllar; en Colima, Víctor Manuel Cárdenas; en Chiapas, Socorro Trejo. Hay poetas que, si han decidido quedarse. Hay otros como Efraín Bartolomé y Roberto Rico, ambos chiapanecos, quienes oscilan entre su lugar de origen y el DF lo que les asegura mayores posibilidades de difusión. Qué bueno, hay que luchar por ello; pero quienes decidimos quedamos tenemos problemas muy serios. No hay motivación por el trabajo.
Sucede algo más. Si uno tiene relación con el centro, eso se ve como un apoyo. Yo entro a los concursos. Trabajo mucho. Tengo una disciplina. Veo que mi producción tenga calidad y se valore. Esto molesta al sumun de vastísimos poetas que dice haber. Como que la idea es no sacar la cabeza.
—A las dificultades en la relación desigual con el centro se suma otro factor local...
—El provincianismo, que es como traer un cadillo en la planta del pie. Un lastre que se padece e inicia por un complejo de inferioridad, por satanizar o endiosar figuras. También se tiene el ninguneo o el simplismo, la descalificación del tipo "le dieron el premio porque es amigo de fulanito". No creo que se pueda corromper a muchos jurados.
—En tu intervención, definiste a la poesía como verdad…
—Creo que la verdad sólo es posible encontrarla en la mentira que la ficción explora. Nosotros, en la realidad, nos desenvolvemos en un trámite de mentiras. Es difícil encontrar en las relaciones humanas la verdad, que las relaciones sean esenciales. Por eso se dice que los amigos se cuentan con los dedos de una mano y sobran. Entonces, el trabajo del poeta debe ser la exploración del sentido de la palabra y éste es un intento hacia la verdad. Es o no. Estoy convencida de que no puede haber demasiados poetas. Qué bueno que existan personas dedicadas a la escritura y que intentamos serlo porque asegura un bienestar a la humanidad, pero llegar al meollo de los asuntos no lo hace cualquiera. Por eso no es posible que haya una vastedad marina de poetas.
—¿Cómo depurar?
—La depuración se hace sola. En la época en que Femando Pessoa escribía, en Lisboa, había muchísimos poetas y muchos más reconocidos que él, pero no estaban dando en el clavo. Pessoa si tenía un destino. Creo en el destino: si se trae y hay capacidad de desarrollarlo, qué bueno; pero muchos creen tener la capacidad, pero no traen el otro aspecto. Nunca van a dar con la poesía. Un poeta es como un médium. La poesía está en todos lados, en cualquier circunstancia, el poeta tiene que encontrarla: esa es su misión, pero es interna. Trabajar en talleres es vital pero no significa nada. Lo importante para el poeta es ser fiel a sí mismo en su misión; encontrar la poesía... y para eso hay que chingarse.
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