DAVID SANTIAGO TOVILLA
—Como es sabido, la primera edición de Trabajo ilegal que público la editorial Katún fue un libro que casi se perdió. No llegó a las librerías. No lo conocieron los lectores de poesía en México. La idea de la reedición de este libro me entusiasmó porque de esa manera se recogen cerca de treinta años de trabajo poético.
La edición hermosa y bella es hecha por la editorial Papeles privados y el Instituto de cultura de Chiapas. El libro ha sido bien recibido por los lectores, por la crítica. Algunos amigos lo han releído, como los poetas Marco Antonio Campos y Vicente Quirarte, quienes han elogiado algunos poemas, pero más que eso lo han reencontrado y me han dicho que todavía conserva la fuerza original con que fue escrito.
—En Trabajo ilegal no sólo es importante la presencia de esa fuerza: tiene una enorme actualidad…
—Cuando leí las pruebas de imprenta sentí un escalofrío. Sentí que lo dicho por mí en un lenguaje áspero y demoledor estaba ya preanunciando lo que sucede, en estos momentos, en Chiapas (el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional). Mi poesía, de alguna manera, ha recogido este zarpazo de la conciencia, este ángel airado del espíritu del hombre mexicano en sus manifestaciones sociales y políticas.
Aunque nunca he querido ser un poeta «político». Me ha interesado escribir poesía. Por eso, en la revisión de las pruebas me sorprendió el temblor, la energía de la rebelión de los campesinos e indígenas chiapanecos contenida en mis palabras, en una pequeñísima manera. Verdaderamente me estremecí.
—Ocurre con quien lee su poesía… Maestro ¿Puede decirse que la obra literaria es la concreción de una actitud ante el mundo?
—Es posible que así sea. No quisiera pecar ni de ingenuo ni de fatuo. Mi poesía es una parte, pequeña, de esa ráfaga que hacen sonar los ángeles airados. Cuando escribo, pienso más en el demonio que en los ángeles buenos y santificados. Parto más de demoler que de construir. Pienso en hacer una arquitectura verbal bella, que debe ser destruida en cada palabra, frase, verso o poema. Ésa ha sido mi intención. Y ésta viene de la influencia de varias corrientes poderosas del proceso y la tradición de la poesía en lengua española.
Creo que mis lecturas continuas de Francisco de Quevedo, del romancero español, de los poetas medievales, de Rubén Darío, de César Vallejo y el primer Pablo Neruda me han dado parte de este aliento. Las dos vertientes de donde se desarrolla la poesía y que de alguna manera confluyen son: la realidad y el propio proceso de la poesía.
Si me preguntas ¿Qué es la realidad? No sabría qué contestar porque ésta es múltiple. La realidad se va encimando. Pareciera que, en un momento, es un todo; un segundo después se desbarata. No sabemos, pues, qué es la realidad. Por lo menos, yo no lo sé. Como poeta, no quisiera averiguarlo. Lo que me interesa es dar parte de esa fuerza.
—¿Podría decir con mayor precisión ¿Qué le aportaron Darío y Vallejo, a quienes menciona con frecuencia?
—Considero que el árbol madre, la gran ceiba de la poesía contemporánea en lengua española es Rubén Darlo. Es el gran río en donde han abrevado todos los poetas que le siguieron. No podemos pensar en un poeta como Neruda o Federico García Lorca sin Darío. Él es el gran revolucionario, es quien verdaderamente recoge todas las enseñanzas de poetas del siglo XVII para abajo, recordemos que en el siglo XVIII hubo muy mala poesía a excepción de Gustavo Adolfo Bécquer.
Darío revoluciona no sólo el ritmo, la musicalidad, sino abre miles de caminos para dar a la poesía en lengua española una nueva vitalidad. Por supuesto, su gran aportación no se queda en la cuestión musical: nuevos acentos, versificación, construcción del verso libre, encabalgamiento de los versos; también se va a lo prehispánico, a las leyendas medievales, a las culturas hindú, china y de la Biblia.
También recoge, en su gran poesía, lo que de vanguardia se está haciendo en lenguas española y francesa: las voces de los parnasianos, de los poetas malditos, de los jóvenes como Rimbaud (Arthur) y Lautréamont (Conde de).
Si hacemos una lectura atenta de la obra de Rubén Darío, encontraremos ya las voces de Lorca, Neruda, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, de todos los poetas posteriores. Entonces… Rubén Darío es el árbol madre.
Por otra parte, el poeta que escribió los poemas más definitivos hasta este momento, en lengua española, fue César Vallejo. Creo que su libro Trilce es el poemario más vertiginoso, más comprometido con el lenguaje y con el hombre mismo del siglo XX. Es el libro más difícil, complejo, hermético y oscuro que se ha escrito por cualquier poeta de este siglo. Vallejo se arriesga a que sus lectores no lo entiendan; eso me parece magnífico. Es un poeta que no hace la menor concesión. ¿De dónde le viene esta fuerza? Entre otras, de la enseñanza de Darío. Por eso considero que mi poesía se ventea entre estas dos grandes columnas. No soy más que un simple discípulo de ellos.
—¿Aspiraría también, como Vallejo, a reflejar un gran compromiso con el hombre?
—Por supuesto. Allí también está la hermandad entre César Vallejo y Rubén Darío. Hay un poema al que poca gente se acerca ya. Es un trabajo dedicado a la viuda de Leopoldo Lugones. Se titula «Epístola a Madame Lugones» en donde está Darío entero: su dolor de mundo, de ser humano, sus borracheras, pequeñeces y grandezas. Ahí también está el compañero de la humanidad. Lo dice de manera directa y fuerte, rescatando el verso alejandrino y haciendo versos pareados.
Utiliza una vieja técnica poética que usaron Gonzalo de Berceo y el Arcipreste de Hita. Darío aporta a la poesía en lengua española una gran modernidad, un elevado desarrollo de la propia poesía. Y, reitero, el alma de la poesía de Vallejo está inclinada sustancial y valerosamente a humillados y ofendidos. De esta manera se unen estos autores, aunque muchos de sus detractores y quienes no han leído bien a Darío dicen que éste era un hombre políticamente muy reaccionario.
—Regresemos a Trabajo ilegal. En el poema «El artista» usted hace algunas preguntas a propósito del cuadro más famoso del pintor español Diego Velázquez: «¿Cómo hacer que este libro y yo lleguemos a ser indivisibles? / ¿Cómo hacer que el poema rompa con el sometimiento al papel? / Cuando me incline desde afuera a contemplar este relato ya concluido, / ¿Qué es lo que veré? ¿Qué es lo que habré dado?» A la distancia, ¿tiene respuestas a estas interrogantes?
—No hay ninguna respuesta. El poeta no debe tenerlas. No es el maestro que está detrás de un pupitre y da respuestas a sus alumnos. En la poesía debe plantearse siempre la duda. Si hubiera una respuesta a estas preguntas, éstas tendrían que venir del lector después de haber terminado el libro. Yo, como autor, no puedo decir nada en absoluto, porque no tengo respuesta alguna acerca de las situaciones sociales, políticas, científicas o históricas.
Yo no soy culpable de nada de esas cosas, lo cual no quiere decir que no tenga posiciones ante la historia, la filosofía o la política. Claro que las tengo, pero el poeta debe, fundamentalmente, plantear la duda. Aquellas dudas, vuelvo a Rubén Darío, de «¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos? ¿De dónde vinimos?» continúan y continuarán para siempre. El día en que sean resueltas estaremos en el paraíso o en el infierno.
—La duda está implícita en la esencia de la poesía…
—Así es. La poesía es un enigma, es como la Esfinge de Tebas. A veces nos responde, pero al hombre que le contesta lo deja mutilado en su conciencia para siempre, como es el caso de Edipo.
Ahora, me interesa mucho el poema que escogiste en esta conversación, «El artista», porque es una de las claves de Trabajo ilegal. Como es fácil observar, es volver la vista al cuadro «Las meninas», tratar de descifrarlo y hacer lo propio con este libro.
Velázquez se ve a sí mismo pintado, reflejado en un espejo. Yo soy varios de los personajes que surgen en el libro. Compartí la intención. Al final del poema coloqué una frase de Raúl Sendic, aquel líder del grupo guerrillero uruguayo «Los tupamaros», quien cuando fue encarcelado dijo: «Me considero un prisionero de guerra». Eso mismo me he considerado dentro del libro. Hacia el final, en los últimos poemas de este, viene la liberación.
—Un proceso similar parece que ocurre con el libro que actualmente trabaja, ¿Cómo va?
—Estoy sumamente entusiasmado. Recuerdo que Pedro Garfias, antes del estallido de la guerra civil española, dejó de escribir como veinte años. Antes, una precisión. En mi caso nunca he dejado de escribir: dejé de publicar, que es distinto. Y siempre he pensado que los poetas no deben de avorazarse a publicar para que no nos arrepintamos toda la vida de haber publicado algo que todavía no estaba bien construido.
Decía que Garfias, con ese hecho histórico, vuelve y lo hace de una manera totalmente renovada. Un lector atento de mi poesía observará que los momentos más dramáticos del país —sin hacer crónica— están puestos en mi libro. Es lo que me ha empujado a escribir. Nunca he pretendido escribir porque sí, sino con muchas intenciones; sobre todo, tratar de captar con la fuerza necesaria los acontecimientos que están conmoviendo, en un momento dado, a la mujer y al hombre mexicanos. Eso sí pretendo.
Con todos los acontecimientos de Chiapas, el levantamiento de los indios chiapanecos a partir del 1o. de enero de este año, con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, como Pedro Garfias, creo me estoy renovando, sin querer hacer historia. Deseo encontrar la fuerza y llevarla a las palabras que trabajo. Adentro de esas palabras que emergen con una rara musicalidad y fuerza.
Hasta ahora, llevo más de cuatrocientas páginas escritas. ¿Cuántas van a quedar? No sé, ni me interesa. Es un libro que terminaré dentro de un año o más. Tiene un título provisional: La conquista de México. Primero había pensado —y así lo dije a Renato Ravelo de La Jornada— que no iba a estar relacionado con la conquista de los españoles a las culturas de lo ahora conocido como México; sin embargo, el propio desarrollo del poema me lleva a retomar algunas de las caminatas de Bernal Díaz del Castillo, sobre todo las que hizo en Chiapas.
El poema La conquista de México, pienso, terminará con una especie de canto a Chiapas, con las propiedades del lenguaje chiapaneco: directo, a hachazos; a madrazos. Nuestra manera de hablar quiero que esté dentro del gran finalle. Ojalá sea pronto. No menciono, en absoluto, los aspectos cotidianos que fungen en la política actual. No me interesan. Los dejo a historiadores, cronistas y reporteros. Mi función no es ésa. La mía es escribir poesía.
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