Fotografía: Aleksei Trifonov |
DAVID SANTIAGO TOVILLA
No te escribí el 14 de febrero. No necesito una fecha. Lo hago ahora, que puedo y quiero. Quizá no sea una carta de amor. No tiene que ser de una sola manera. Quién sabe.
¿Cómo dirigirme a ti? Con alguna de las palabras a las que históricamente me he negado por ser las usuales, las comunes, las que todos se dicen entre sí. Yo, por el contrario, coincido con quien dice que un hombre y una mujer sólo están obligados a crear un lenguaje común sobre la base de sus realizaciones cotidianas.
Has dicho tener preguntas. Tienes una interrogante frecuente: pronunciada y escrita. Yo tengo las mías en muy distinto sentido. Las interrogantes no son algo nocivo. Sólo por medio de ellas los humanos avanzan.
Es, también, la coincidencia de una vertiente poética. Dice Sergio González Rodríguez: los poetas plantean las dudas, no las resuelven. Y la poesía no se reduce a un género sino a la capacidad de disfrute humano de cada uno de nuestros actos y de los instantes de estancia en la tierra.
Vida sólo se tiene una y es nada frente a lo que somos: civilización, humanidad, siglos de permanencia de la especie; frente a todo ello nuestra vida y sus oportunidades no alcanzan a ser ni un suspiro.
Por eso no debemos perdemos en falsas dilucidaciones. El mundo no tiene una sola manera de vivirse. Mucho condicionan los actos de todos, los comportamientos. Lo común prevalece, lo distinto escasea; lo primero es considerado normal, lo segundo anormal. Pero no hay normas para cuestiones profundas.
La vida conlleva en sí una lucha por la sobrevivencia para complicársela en nimiedades. Pero sucede. Paradójicamente, lo en apariencia complicado no es siempre lo peor; lo fácil es complejo por todo el sustento y entramado que hay detrás.
Dos lecturas están en todo: la libertad para unos es considerada libertinaje por otros; la sinceridad en un sentido es calificada usualmente de cinismo; el librepensamiento niega la hipocresía imperante. No existe la madurez para el diálogo a la altura de la modernidad y de la sociedad contemporánea que ha derrumbado mitos sobre los temas fundamentales para el individuo, entre ellos la concepción imperante del amor.
El hombre y la mujer no tienen presentimientos sobre el otro y quienes les rodean en relaciones personales. Uno presiente lo que el otro le proporciona en los ratos de convivencia. El momento de plenitud sólo existe en el instante que los labios, las manos, los cuerpos se encuentran. Allí se dice: allí reside la capacidad de ambos para leer los sentimientos y las dimensiones de la pasión del otro; muchos dicen querer sin conmoverse, otros se conmueven y convierten todo su ser en pasión sin el discurso usual y agradable al oído.
Se trata sólo de entender la magnitud de la necesidad pasional. La pasión es una pira. Hay que alimentarla. En ella uno se consume. No hay términos medios. Es un recinto, al que se ingresa o no. No hay limitaciones. Tampoco hay cánones, sujeciones, maneras ortodoxas. No debe gritarse al mundo: se grita, mediante actos, en los momentos de intimidad, entre los amantes.
Una intimidad que no se queda en la calidez de los besos. La pasión es entrega irrestricta al conjunto que forman sentimientos y sensaciones. Es en sí la excitación: sensorial, afectiva y erótica.
El erotismo como parte de las facultades mentales es lo que nos diferencia de los animales irracionales. La atracción hombre-mujer tiene esencialmente una pulsión erótica, desde el primer instante en que se ven, se aceptan y se entregan.
Pero el amor no es la idea dulce y encantadora que se inculca por siempre. El amor contiene las mismas imperfecciones de los humanos. Aún más, no existe: existen dos seres que se desean, se viven el uno al otro y construyen un área común en la que nadie ni nada más ingresa. La relación es dual. Fuera de ellos, en su instante, todo sigue su curso, pero no les afecta, condiciona e incide.
El amor es una creación permanente: se construye cada vez que los amantes se encuentran. Está allí, en el momento cuando te observo y me pierde la textura de tu piel, tu vellosidad, la conformación de tus senos, la delicadeza de tu cintura.
También te preguntas: ¿Qué somos? Amantes en la mejor acepción del término. Los amantes son quienes tienen la capacidad para ejercer el amor-pasión, no es esa asociación negativa con quienes sostienen una relación no institucional. No tenerla es un orgullo, el amor no puede institucionalizarse; pierde todo: autenticidad, originalidad, esencia. Se convierte en una creencia abstracta, inmaterial, ideológica; no es un acto enriquecedor de la experiencia humana.
El amor es eso: experiencia vital. Los amantes son envueltos en su torbellino; es vertiginosidad irracional. El amor no se piensa, razona, calcula, pacta, establece; se ejerce, entre dos personas y solamente. Esa área erótico-afectiva es única, irrepetible. Las mismas condiciones que presentará cada experiencia que se tenga. Pero tampoco se adjetiva. Toda adjetivación es inadecuada para la pareja. Ya vimos cómo amantes tiene una significación lejana a la tradicional.
Lo usual son términos socialmente aceptados que, en esa misma dimensión, condicionan al amor: lo limita, le establece parámetros. El noviazgo social es formalidad, la pasión es todo lo contrario como he dicho: originalidad, creación, sin saber hasta dónde o cuándo…
*Publicado en Expreso Chiapas
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