“Trópico de Cáncer” de Henry Miller


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Cincuenta años después de su publicación y peripecias Trópico de cáncer conmueve. En tanto obra literaria, el trabajo de Henry Miller prosigue en la proporción de una gran lección de vida.


Las anécdotas autobiográficas en torno a las que giran éste y la mayoría de los libros de Miller no son lo esencial, lo es la actitud asumida cotidianamente. Allí está su originalidad: los únicos límites para Miller son su propio lenguaje, una prosa fluida e impulsiva, tejida

entre los polos de la obscenidad y una espiritualidad. Capaz de pasar del tono expresionista al lirismo simbólico y al surrealismo.

 

Leer Trópico de cáncer, a juicio de algunos críticos la novela más lograda de Henry Miller, es realizar un recorrido por una fracción del mundo, donde no caben la reverencia, la rutina, la negación; por el contrario, es expresar cada sensación o experiencia con todas sus letras y en pleno desparpajo.

 

Miller se jacta de vivir, y lo importante es que no lo dice en un mero acto de vanidad, más bien lo demuestra desde la base de una mezcla de lo que unos llamarían cinismo y otros sinceridad.

 

El condicionamiento social aun en los días actuales tiende a explotar el sentimiento de culpa en todos los individuos. Desde esa perspectiva hay que sentir culpa por lo que los otros hagan o dejen de hacer. Se induce a asumir la responsabilidad de determinados actos o decisiones de las personas cercanas o con quienes se tiene contacto. Se niega el hecho de que cada uno es responsable de sus propias determinaciones: estar en un lugar o no, continuar en tal situación o no, en infinidad de variantes frecuentes, cotidianas.

 

En el marco de aquello que inicia y concluye en las propias resoluciones, se hace algo porque gusta o no se hace porque disgusta. Pero la exacta delimitación de los márgenes de la responsabilidad genera problemas, porque implica libertad, independencia, soltura, despreocupación por lo que no corresponde. Hecho condenable desde lo establecido, donde lo que importan son las sujeciones. En ese sentido, los problemas de censura que tuvieron los textos del estadunidense Henry Miller no se explican únicamente debido a sus alusiones a los ambientes, mujeres, relaciones sexuales, sino a la actitud desenfada

que la figura principal asume. Cada relación se agota en sí misma; el amor es eterno, aunque pueda sentirse hacia distintas mujeres u hombres.

 

Trópico de cáncer narra la experiencia, en París, de uno de tantos norteamericanos llegados, en los años de entreguerras, a la capital francesa con ambiciones literarias y sobre todo con unas ansias enormes de libertad y anticonformismo.

 

El relato, que carece de episodios relevantes, sigue el tenue hilo, del vagabundear del protagonista, el narrador, desde un mísero cuartucho del hotel a un bar, desde un burdel a una librería o a una galería de arte. Todos los personajes, el narrador, Boris, Van Norden, Filimore, Tania, Ginette y otros, están hambrientos de sexo. Son grandes bebedores y se hallan siempre en conflicto con sus necesidades más elementales: todos están dispuestos a cualquier arreglo o amaño con tal de satisfacer sus apetitos. Esto es lo que proporciona la materia a la narración.

 

Todo sustentado en las características apuntadas arriba, que el propio Miller confiesa en su pasaje del Trópico: «Mi idea, brevemente, ha sido la de presentar una resurrección de las emociones, describir la conducta de un ser humano en la estratósfera de las ideas, es decir, en las garras del delirio».

 

El Miller que siempre se pronunció por la humildad del escritor, por no ser un ser especial ni diferente al resto de los humanos evade la solemnidad, los cánones, con sustento en una clarificación de sus aspiraciones y el sentido común que sólo puede proporcionar la experiencia-mundo.

 

Lo hace como criterio general. Por eso puede apuntar en Trópico de cáncer: «No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz de la vida. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista. Ahora. ya no pienso en ello; ahora soy. Se ha desprendido de mí todo lo que era literatura. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios.

 

«¿Y esto que escribo, entonces? No es un libro. Es libelo, calumnia, difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No. Es un insulto prolongado, un escupitajo en la faz del arte, una patada en el culo a Dios, al hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza..., a lo que gustes y mandes. Voy a cantar para ti, un poco desentonado, quizá, pero cantaré. Cantaré mientras te mueres, bailaré sobre tu sucio cadáver...

 

«Para cantar hay que abrir primero la boca. Hay que tener dos pulmones y saber algo de música. No es necesario tener un acordeón, o una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Esto que escribo, entonces, es una canción. Estoy cantando».

 

Con Henry Miller se corrobora esa anotación de Ezra Pound: «Un clásico no es un clásico por conformarse a ciertas reglas estructurales, o ajustarse a ciertas definiciones. Es clásico por cierta eterna e irreprimible lozanía». Lozanía que quisiera encontrarse con mayor frecuencia en las producciones actuales.

 

*Publicado en Expreso Chiapas.