DAVID SANTIAGO TOVILLA
FotografÃa: Craig Whitehead
A las expresiones del erotismo se le han querido parcializar. El ejercicio de la sexualidad se pretende limitar hacia algunas partes del cuerpo y sus secreciones. Con el argumento de una falsa higiene llegan a negarse hasta las sudoraciones. La idea de pureza se ha difundido no sólo en cuanto a la necesidad de ausencia de contacto carnal, sino también la depuración de olores y detalles.
Se impulsa la tersura, el color rosa, las sábanas impolutas, olvidando que hay otras estéticas. Se condiciona para vivir el lado normal que, en términos de sexualidad, es inexistente e induce a perder una veta rica para las experiencias. Por eso no suele hablarse de algunas filias, entre ellas la excitación conseguida con la orina: la urofilia, un gusto más extendido de lo que se piensa.
Acto,
observación o imaginación hacen de la urofilia un acto pleno de erotismo; puede
mearse sobre o en la pareja, dejarse mear por ella, observar el meado o, como
sucede en la mayorÃa de las ocasiones, imaginar el lavado momentáneo con orines
que se hace en los genitales.
En
las habituales relaciones sexuales se suele prorrogar el acto de la penetración
si existen deseos de orina, por cualquiera de las partes. Lo común es pedir un
momento para orinar. Pocos son los aventurados a utilizar también esa sensación
para incrementar el placer y aprovechar al máximo la fricción, ahà cuando la
urgencia llama.
El
orgasmo y la eyaculación son la descarga: qué mejor que juntarles con ese otro
vaciado con torrentes mayúsculos al de los escasos mililitros del esperma.
Aunque, debido a la concentración la conclusión de la cópula sea pronto, la
intensidad de las sensaciones es superior.
En
la urofilia, o disfrute del aspecto erótico de la orina, un rasgo esencial es
el acto. La orina, producto que al transcurrir los minutos adquiere otros olor
y color, separada de su proveedor nada aporta al gozo. Extraño serÃa el deleite
con una porción de orina, en un recipiente, por sólo el hecho de serlo. No. Se
conjuntan las sensaciones; el lÃquido caliente que moja el vello púbico y baña
el miembro, las piernas o parte de la cadera, dependiendo de la ubicación de
quien abre la compuerta a lo conocido como el rÃo dorado.
Observación
se dice, pero también imaginación se apuntó: es un acto reflejo agudizar el
oÃdo cuando se está cerca de un baño para mujeres, tratar de escuchar el golpe
del chorro con la parte interna de la taza, y aún más, imaginar el goteo a
través de los pendejos o pelillos genitales, una acción a la que acceden a
compartir las amantes sólo cuando es mucha la confianza e intimidad. Algunas de
ellas, extrañadas por esa perversión, aceptan siempre y cuando se les
retribuya con el mismo espectáculo. Sólo que la exhibición con un protagonista
masculino no semeja en lo mÃnimo a la gratificación, voluptuosidad, encanto y
magia del orinado femenino. Con el hombre es la tosquedad, con la mujer la
delicadeza: él se sacude; ella se asea, mediante palpaciones, con un material
absorbente. La urofilia involucra, en esencia, a una meona y un mirón
apasionado.
Concluyamos
esta aproximación con una escena urofÃlica descrita por Ruggero Guarini, en Parodia:
«—Quiero
hacer pipà —dijo inmediatamente después, sustrayéndose de mi abrazo—. Quiero
hacer llover sobre la ciudad mi bendición ...
«AsÃ
que tuve que ayudarla a subir sobre la barandilla y a sostenerse firmemente
sobre ella, aguantándole las pantorrillas. Ella misma se ocupó de levantarse la
falda. Después ensanchó las piernas, echó el vientre hacia adelante y se dejó
ir. Fue una meada larga y conmovedora.
«El
dorado riachuelo que fluÃa de las vÃsceras de MarÃa Livia, golpeado y deshecho
por el viento, se descompuso y se desparramó en una mirÃada de gotitas, en una
turbulenta polvareda de iridiscentes perlitas. Algunas de esas gotas, desviadas
por la brisa, me golpearon en la cara, fundiéndose con las lágrimas que yo
habÃa derramado mientras abrazaba a MarÃa Livia, llorosa y estremecida por los
sollozos...
«Pensé
que MarÃa Livia, al dejar caer su orina luminosa sobre el fúnebre conjunto de
casas que se extendÃa ilimitadamente en las pendientes de la colina, pretendÃa
hacer el don de un rito fertilizante, de un nuevo nacimiento, de una regeneración
universal. ¡Cuántos mundos no han nacido
y renacido, según las más remotas mitologÃas, del misterioso y fecundo contacto
con un agua germinativa!
«Tal
vez la ciudad acostada de aquel ignorante crepúsculo fue realmente sometida,
sin darse cuenta de ella, a una ceremonia que a mà se me antojó, en la
exaltación de aquellos momentos, similar en todo a lustración bautismal... ¿Y
al rico epulón que desde las llamas infernales implora a Abraham que envÃe a
Lázaro a mojar la punta de su dedo en agua para refrescarle la lengua, no le
aconsejarÃamos que enviara a sus socorredores a sumergir las manos en una
escarchada vulva orinada? De todos modos, la fluvial emisión terminó.
«Después
del intermitente gorgoteo de los últimos arroyuelos y chorritos, el manantial
calló exhausto.
«—Ahora
me siento bien— dijo la satisfecha meadora, bajando de un salto la barandilla».
*Publicado
en Expreso Chiapas
Conexiones