“El ABC de la lectura” de Ezra Pound


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Para Sarita, una mujer afuera del aparador

El segundo módulo del Seminario de Crítica Cultural se dedicará a la literatura. Uno de los materiales a utilizar es El ABC de la lectura del poeta estadounidense Ezra Pound. El texto es una especie de complemento a su otro libro Cómo leer. El primero es editado por Ediciones De la flor; el segundo editorial Joaquín Mortiz.

 

Pound es más conocido por su voluminoso libro llamado Cantos. Los tópicos universales ahí planteados implican cierta dificultad para una lectura fluida. Con la bibliografía arriba mencionada ocurre todo lo contrario: es una clara, sencilla, y sorprendente lúcida metodología para acercarse a la literatura.

 

Pound comparte consejos a la vez que realiza una explicación y plantea una teoría. Es el compañero que, alejado de toda pedantería y superioridad —éstas no revelan más que ignorancia, dice Antonio Alatorre— desea colectivizar esos puntos que ha encontrado.

 

Pound tiene un primerísimo nivel demostrado en el libro Ensayos literarios editado en la colección 100 del mundo por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. En El ABC, Pound no busco exhibir sus conocimientos; con generosidad, trata de articular los pasos mínimos para no balbucear en el inmenso mundo de la literatura, en donde hay luz y fango, autenticidad y falsificación, susurro seductor y grito ofensivo. Lo que sí subyace en el planteamiento de Ezra Pound es el proceso de acumulación, persistencia, continuidad y exposición permanente a que obliga la formación literaria.


Algunas de las ideas expuestas por Pound en El ABC de la lectura son:


  • El método apropiado para estudiar poesía y buena literatura es el del biólogo contemporáneo. Es decir, un cuidadoso examen de la materia prima. Y una comparación continua de un trozo, o espécimen con otro.
  • La literatura es el idioma cargado de sentido. La gran literatura es, sencillamente, el idioma cargado de sentido hasta el grado máximo. La literatura es una novedad que sigue siendo una novedad.
  • Los buenos escritores son aquellos que conservan la eficiencia del lenguaje; es decir, los que lo mantienen preciso, claro. No importa que el buen escritor quiera ser útil, o que el mal escritor quiera hacer daño.
  • La ambición del lector puede ser mediocre, y no habrá dos lectores con ambiciones idénticas. El maestro sólo podrá dirigir sus instrucciones a aquéllos que más desean aprender. El primer pantano de la inercia puede ser simple ignorancia de la extensión del tema o sencillamente la falta de ganas de salir de una zona de semi ignorancia. Probablemente la mayor barrera ha sido establecida por maestros que saben poco más que el público, que quieren explotar sus conocimientos fraccionados y que son totalmente refractarios a hacer el menor esfuerzo para aprender algo más.
  • Cuando se buscan elementos puros en la literatura se descubre que ésta ha sido creada por las siguientes clases de personas: 1. Los inventores: hombres que descubrieron un nuevo proceso, o cuyo trabajo nos da el primer ejemplo conocido de un proceso. 2. Los maestros: hombres que combinan cierto número de estos procesos y que los usan igual o mejor que los inventores. 3. Los que diluyen: hombres que han venido después de las otras dos clases de escritores y que no pueden hacer el trabajo tan bien como éstos. 4. Los buenos escritores sin cualidades salientes: hombres que han tenido la suerte de nacer cuando la literatura de un país ha dado marcha hacia adelante o cuando alguna rama especial de la literatura es saludable. 5. Los literatos: hombres que realmente no han inventado nada pero que se han especializado en alguna parte de la literatura, que no pueden ser considerados grandes hombres, o como autores que procuran dar un cuadro completo de la vida, o de su época. 6. Los iniciadores de manías: la mayoría.
  • Hasta no haber realizado una inspección propia y hasta no hacer un examen de cerca debe evitarse las opiniones de: 1. Personas que no han producido ninguna obra notable o profesional. 2. Personas que no se han arriesgado a imprimir los resultados de su propio recorrido e inspección personal, aunque los haya.
  • Hay que separar a los lectores que quieren ser expertos de aquellos que no lo quieren, y separar también a los que desean ver el mundo de aquellos que meramente desean conocer la parte del mundo en que viven.
  • Hay una cualidad que une a todos los escritores grandes y duraderos: no se necesita escuelas para mantenerlos vivos. Aunque no se pongan en el programa, aunque yazcan entre el polvo de las bibliotecas, siempre de vez en cuando habrá un lector, no aleccionado y no sobornado que los desenterrará, los sacará a la luz, sin pedir por ello favores.
  • Cuando la literatura es una obra maestra, uno no tiene que disculparse o salir en busca de una razón para justificar el error.
  • La prueba primera y más simple que puede hacer el lector para conocer a un escritor es buscar palabras que no tienen una función: que no contribuyen en nada al sentido o que distraen del factor más importante hacia factores de importancia menor.
  • El crítico honrado se contentará con encontrar muy poco trabajo contemporáneo que merezca una atención seria,  pero también deberá estar dispuesto a reconocer ese poco, y a destronar algún trabajo del pasado cuando uno nuevo lo haya sobrepasado.

Estas son algunas de las tesis de Ezra Pound en El ABC de la lectura, acompañadas de un fascinante recorrido por un muestrario de autores tanto del conocimiento popular como aquellos de la tradición provenzal que él mismo se encargó de reivindicar. Difusión que establece pautas no para algo difícil como lo es enseñar literatura sino, más modesto, distinguir unos libros de otros. En sus palabras: «aquellos que se leen para desarrollar nuestras capacidades para saber más y percibir más, con mayor rapidez de lo que se percibía antes de leerlos» de esos otros «libros que se han escrito y sirven de reposo, droga, opio, lechos mentales».

*Publicado en Expreso Chiapas.