"Beethoven, un ser inmortal" de Bernard Rose


DAVID SANTIAGO TOVILLA

A Marina Ileana, por su capacidad receptiva...

Beethoven, un ser inmortal llega a través de la exitosa cadena de exhibición nacional. La publicidad ya establece comparaciones y la crítica nacional la situó en relación con la ya Amadeus y la otra del mismo tema que se estrenó más o menos en los mismos días: Farinelli, il castrato.

Pero el asunto, aquí y ahora es Beethoven, un ser inmortal, película que coincide con la idea recurrente y que también une a las películas mencionadas: el artista como virtuoso, pero más en el sentido que señala el poeta León Felipe.

Un ser completo, pleno, puntal en alguna de las disciplinas artísticas pero incompleto en el aspecto humano. Casi un pago o un castigo que debe hacer por tanta gracia. La insatisfacción por un defecto de comportamiento, por cuestiones éticas o sociales, o como en Beethoven, un ser inmortal: la falta de correspondencia, una desafortunada no coincidencia, aunada a la sordera o el famoso defecto físico del grandioso Ludwig Van Beethoven.

La película gira en torno a las investigaciones del que fuera secretario del compositor quien, al descubrir el testamento más reciente del músico, revela que ha decidido hacer su heredera universal a un personaje desconocido, no imaginado por ninguno de los familiares que ya se disputan la herencia.

Beethoven deja todo a la única mujer que amó, a su amada inmortal: "Mi ángel, mi todo, mi otro yo". El secretario desoye consejos en olvidar el asunto y se dedica a buscar a esa mujer.

Sigue la pista por tres mujeres en la vida del músico: la condesa Giuciardi, la húngara condesa Brody y la campesina Johanna Reiss, quien fue su amante y la trató despectivamente como "prostituta", por casarse con su hermano.

El suspenso se prolonga. Es meritoria la falta de linealidad: esa que, por lo general, habla de un ser que nace, se desarrolla y muere. La película va de un segmento, de un aspecto de la personalidad del aludido a otro: su admiración y posterior pérdida de la misma hacia Napoleón Bonaparte; el estreno de su famosa sinfonía sin poder percibirlo, su degradación humana como parte de las pérdidas auditivas; alusiones al carácter reproductivo de los esquemas de conducta y educación que también el músico reprodujo; y, un lugar infaltable: el amor, su búsqueda natural, infatigable, irrenunciable en todo espíritu creativo e inexplicable para la farsa y la pose.

Es una lección ya descrita en algún material de estos: en la vida, hay una sola oportunidad, en el momento menos pensado. Es una puerta que se abre una sola ocasión. Si se cruza, continuarán abriéndose más puertas y ventanas.

Si se desperdicia esa oportunidad —que llega quién sabe cómo y cuándo— la vida es tan cruel que dejará a algunos arañando toda puerta de acceso a las oportunidades. Ya no se abrirá. El amor no pudo realizarse en Beethoven, un ser inmortal, con las inevitables consecuencias de ello.

Dos detalles más de la cinta. Primero: más apuesta a los hechos que al aspecto musical, por eso no se percibe el trabajo de un director exponente mundial de las notas de Beethoven: George Solti. El segundo: en poca pero suficiente proporción se nota esa ventaja de épocas anteriores. La inexistencia de los ubicuos medios de comunicación masiva, obligaban a escuchar música de concierto con sus instrumentos originales y a desarrollar propiamente una cultura musical.

Los oídos se educaban no por moda sino porque no había otras maneras de acercarse a la música. Había entonces mayor capacidad para diferir a buenos y malos intérpretes. Un ejercicio que, en la actualidad es difícil se haga.

*Publicado en Expreso Chiapas.