La fantasía y la extravagancia de Manuel Velázquez

Foto de Steve Johnson
DAVID SANTIAGO TOVILLA

Manuel Velázquez expone nuevamente: ahora, con La fantasía y la extravagancia. En ella, hay lugares comunes de la obra velazquiana, tanto en los aspectos temáticos como en los materiales utilizados. Pero lejos de observar repeticiones, forman parte de esa inquietud por abordar algo de manera exhaustiva y explotar al máximo sus potencialidades en los dos aspectos ya mencionados.

 

La exposición instalada en el Foro Cultural Universitario recompensa a los receptores chiapanecos de algo que, en los últimos tiempos, se había visto más fuera de la entidad, pero en lugares de importancia para la difusión plástica realizada en el país.

 

La fantasía y la extravagancia se constituye por cuadros de gran tama­ño, de modo que no predomina la abundancia. Con sólo siete piezas, 1os espacios fijos de esa estratégica galería son agotados. Dicha cantidad es suficiente para apreciar los efectos comunicativos del trabajo de Velázquez. La visión conduce a una y otra dirección; de la función temática religiosa, a la política y las reflexiones en torno a la vida; de lo trivial a lo sublime; de las alusiones místicas a las eróticas.

 

A grandes rasgos los cuadros: Juego de la oca, una especie de síntesis de imágenes y símbolos que llaman la atención de Manuel Velázquez, en fechas recientes, y tienen que ver con las dimensiones individual y colectiva. Un cuadro que apela, en mucho, a las facultades asociativas, de acuerdo con el pez, el avión que adquiere forma fálica, el barquito de papel, el tanque, el corazón, un hombre y una mujer en trazos casi infantiles. La conjunción en una misma ruta, por etapas, por momentos: ya se ha dicho: la vida es la suma de los instantes.

 

Elefante con iglesia: extraña apropiación de un animal de otra cultura, pero émulo y recreación de aquella representación en que las tortugas cargan al mundo. Niño doctor: un autorretrato que beatifica. La silla es la de un niño dios. Ningún narcisismo, más bien la ironía, el juego, la proyección; el carácter supuestamente aliviador de los santificados es el componente básico del mensaje literal del cuadro.

 

San Roberto: el amigo escultor Roberto Hernández victima, castiga, somete a sus propios demonios. Es un rostro conocido, pero es una referencia universal: puede ser cualquiera. Los demonios que persiguen —tiene razón Velázquez— son de carácter andrógino. ¿Será el amor que según Carlos Fuentes cuándo es total siempre es de esa condición?

 

Madre Mía: la parodia al discurso en torno a la mujer. Elevada aún sobre sus lastres. El diablillo que permanece a sus pies posee uno de los falos más prolongados de los que Manuel ha dibujado.

Dos cuadros llaman en especial la atención. Uno por su construcción y otro porque subraya la función pictórica Sr. de Esquipulas, temáticamente es sólo un cristo. Pero no es una simple reproducción. El cuadro fue hecho con distintos materiales. No bastó pintar el fondo. Velázquez colocó lámina plana y aprovechó su color natural. Sobre ella, agregó componentes de madera.

 

Un rompecabezas, ya terminado, que incluye gruesas astillas y clavos para herrar presentes en varios cuadros de este joven creador. El aspecto por apreciar, entonces, está en la composición.

 

Pero el cuadro que reúne el consenso es La vaca que se comió al burro, en donde Manuel plasmó una impresionante combinación de, básicamente, dos colores: rojo y negro, manejados en contrastes y cuyos trazos siguen direcciones que jalan hacia el centro del cuadro, en un ritmo que compenetra y genera una conmoción, aunque ésta no se racionalice totalmente por quien observa.

 

Es, con probabilidad el cuadro aclamado de La fantasía y la extravagancia y uno de los primeros en ser adquiridos, apenas inaugurada la exposición.

 

Estos son los últimos días para ver esta obra reciente de Manuel Velázquez.

 

*Publicado en Expreso Chiapas.