El amor, el pretexto


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Foto de Nick Fewings

Para Jorge Moscoso

Has pensado muchas posibilidades para este día. La fecha en sí te es ajena. Sin embargo, no puedes cambiar ese escenario inducido en torno al 14 de febrero. No te afecta. Con sus debidas proporciones puedes aprovechar lo que dejan este tipo de fechas: regalos y abrazos, sobre todo. Le piensas.

Vas de la literatura a la música; de la vida real a la teoría; de los sucesos actuales a los recuerdos. No es propiamente angustia pero te es difícil abordar una perspectiva nueva. El tema es eterno y en días como éste se abarrota. 

Con los años has visto suplementos con antologías de textos alusivos. Has encontrado hasta el cansancio el famosísimo poema de Jaime Sabines. Ya has difundido la supuesta historia del día de San Valentín. Ya ironizaste con el día convertido en el imperio de los colores rosa y rojo.  Ya enviaste una carta pública donde invitas al amor, esa creación permanente. Poco nuevo puedes agregar. 

Tu amigo Juan te da una pista. Retomar el sentido de la industria, la comercialización: esos amoríos que se concretan hasta en programas televisivos como el de Cristina; una añeja tradición utópica ahora exacerbada y económicamente explotada. Te parece pero es un tema que debes madurar. Tienes que reunir cierta información y, por qué no, hurgar realmente por esos vericuetos. Pero estás en las mismas. No has avanzado mucho. No has decidido por dónde. 

El reloj que emula modelos antiguos de péndulo te urge con sus campanadas electrónicas. Pronto tendrás la gentil llamada de la redacción que pregunta por tu material. La duda continúa. Quieres ser siempre una persona de decisiones y empiezas a procesar palabras. No importa, luego las borras. Observas la pantalla. Piensas en la imagen que pudiera acompañar tu texto. ¿Un corazón? ¿Una pareja? Tienes los archivos “wmf”. Insertas una. Queda bien. 

No hay duda, en días la “mamonería” no la soportas. Ya has pedido que la musicalización de tu programa radiofónico de esta noche tenga ese perfil. Aunque Gabriela se ría de tu escuchar la moda Enrique Iglesias. Moscoso dice “todo es placer; tú señalas “todo es cultura”. En el fondo, el pretexto es el mismo. Sabes que, irremediablemente, este día usarás al Iglesias. Pruebas. Encuentras la melodía adecuada. En plan serio justificas “registra un planteamiento”. Escuchas: “Amar sólo te pasa una vez pero de verdad... Amar es cuando sólo piensas en dónde estará... Amar es como un milagro difícil de explicar... Amar es cuando la proteges de la lluvia y el viento... Amar es cuando tú la abazas y te olvidas del tiempo... Amar es cuando tú la ves y te pones nervioso... Amar es cuando te das cuenta de tus sentimientos..” 

Está bien pero para guardar las apariencias sería mejor no escuchar sólo canciones de ese tipo. Podrías agregar esas que habías aconsejado a Marina para su trabajo con el rimbombante título “el componente literario como diferenciador entre la música comercial y la cualitativa”. Pero el volumen Templo de Aute, consideras, es más metafórico. No, tiene que ser algo así pero más directo: Silvio. Allí está: “Debes amar la arcilla que van en tus manos. Debes amar su arena hasta la locura y si no no la emprendas que será en vano: sólo el amor alumbra lo que perdura, sólo el amor convierte en milagro el barro. Debes amar el tiempo de los intentos. Debes amar la hora que nunca brilla y si no no pretendas tocar lo cierto. Sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor consigue encender lo muerto”. 

Te das cuenta que pierdes el tiempo para escribir tu entrega. La musicalización del programa no es asunto tuyo. Lo resolverá Rafael, como siempre, del mejor modo. ¿Qué hacer? Te late la posibilidad de contar encuentros con esa nínfula maravillosa con la que tropezaste para bien. Al fin, sólo existió en un capítulo de la serie “Crónica y utopía”. 

Podrías, con el pretexto del tema del amor y sus expresiones contar, lo que, en estadios soñados, ella te cuenta: que curaste su corazón, que había tenido cuando mucho una simple obsesión, que tu llegada fue lo menos imaginado, que se mojó cuando desde la primer plática le preguntaste el estilo de su ropa interior, que ese beso de tres minutos no la dejó durante días, que recuerda todos los escenarios, que decide estar a pesar de cualquier circunstancia, que puedes disponer de ella en todos los sentidos menos tomarle fotografías, que a partir de cierto día contigo prefiere el sabor del whisky al de los cigarrillos, que... nada. No, tampoco. Te censuras. No es esa la solución. Podrías retomar esas citas eróticas que has recopilado y que a la fecha ya has dividido por apartados. 

Allí está el cómo salir del paso: puedes comentar las del amor. Revisas el potencial volumen. Encuentras a Moravia: "El amor es, con toda seguridad y antes que nada, sentimiento; pero también, de manera inefable y casi espiritual, comunión de cuerpos"; a Miller: “Todo es posible en el reino del amor. Para el amante devoto no existen imposibles. Para él o ella lo único importante es amar. Estos individuos no se enamoran, simplemente aman. No piden poseer sino ser poseídos por el amor. Cuando, como suele suceder, este amor se torna universal y se incluye al hombre, a la bestia, a la fiera, hasta a los bribones, uno empieza a pensar si el amor no será algo que nosotros, los mortales ordinarios, sólo conocemos timoratamente”; a José Cela: "El amor y el conocimiento para mí que no van demasiado descarriados. Se ama lo que se conoce y se posee lo que se ama (si no, más valdría cortársela), pero los tres estados se interrelacionan y hasta se condicionan". 

No, tampoco. Estás convencido que los autores tienen que hablar en su propia voz y no puedes realizar un falso ensayo, cuando mucho unas líneas introductorias. Así que lo olvidas. El timbre del teléfono te interrumpe. No te molesta puede ser tu salvación... o tu cita que te de material para escribir. Contestas. Es Lupita, nada menos. Es sólo una invitación para participar en un programa radiofónico matutino. Es en torno al amor y se transmitirá a la hora que, con seguridad, tu celoso crítico lee ya esos tus apuntes. No has resuelto el problema de tu propio espacio y ya has aceptado. 

Adviertes, no tienes mucho qué decir. Es cierto, piensas, lo que regularmente te dice Arredondo: “no tienes remedio”.  No, en efecto. Por fin eres consciente. No te queda más que renunciar. Recuerdas esa apostilla que anotaste alguna vez: el amor se vive no se teoriza. Aunque ya se te fue el pretexto para comentar el primer tomo de La naturaleza del amor, ese regalo decembrino del buen González. Crees, tendras oportunidad: el amor no se agota en un día...