Fotografía: Dasha & Mari K
DAVID
SANTIAGO TOVILLA
En días pasados, ocurrió un detalle de esos que se agradecen por no ser mera formalidad para cumplir un compromiso. María Eleva Ávila, conocedora del interés por hurgar en el erotismo y el amor, desde Michoacán, envió, uno de esos raros materiales literarios que no son éxito de librerías, pero permite conocer propuestas de otras latitudes.
El
volumen se titula Cuentos de nunca acabar y se registra con la firma
Ediciones Trilce de Montevideo, Uruguay. Es un volumen colectivo con cuentos
eróticos. La procedencia extranjera del libro no permite inscribirla en una más
de esas antologías que la editorial Extasy ha hecho circular. Tampoco en otras confeccionadas
para satisfacer el hoy recurrente tema del erotismo.
Sus
editores señalan muy bien: «La metáfora ha sido devaluada, se escribe de sexo
tal como se lo habla o se lo vive». Y más que al tema, apuestan al carácter literario
de los textos incluidos y de su inscripción en un universo de las pasiones humanas
recónditas que van más allá del mero encuentro sexual, parte pero no sustento
de una relación.
Un
convencimiento se ha reiterado: el erotismo está relacionado con la información
—es decir; cultura— que se posee, y en esa medida implica un replanteamiento de
la habitual noción de amor.
Otro
acierto en Cuentos de nunca acabar es el sano interés por evitar el protagonismo.
Más en fijarse quién lo dice, se ha priorizado el qué se dice, sobre todo
cuando se incluyen nombres conocidos internacionalmente que pudieran inclinar
una preferencia o un rechazo.
Las
personalidades se han diluido, no conservan sui identidad, su firma, con la
seguida idea de que sean los lectores quienes, de así desearlo, identifiquen un
estilo: hecho no difícil, sobre todo para quienes tuvieron entre sus lecturas
de formación a un conocidísimo exiliado uruguayo: Mario Benedetti.
En
Cuentos de nunca acabar participan doce autores, incluidos en una lista de riguroso
orden alfabético: el ya mencionado Benedetti, Fernando Gandolfo, Silvia Lago,
Juan Carlos Mondragón, Teres Porzecanski, Elbio Rodríguez Barilari, Elena Rojas
y Alfredo Zitarrosa. Ninguno, sin embargo, firma su texto y tampoco los escritos
corresponden al ordenamiento del índice de autores.
Un
ejercicio democrático que tiene su validez, aunque, en determinado momento, de
gustar algún trabajo en particular y desear darle seguimiento hay dificultad,
máxime cuando es el primer acercamiento como ocurre con diez de los escritores
participantes.
De
cualquier modo, se tiene una selección del cuento erótico uruguayo, como se
tuvo aquella de autores españoles editada por Grijalbo, en 1988, o una de
autores mexicanos, el año pasado.
Hay
frases geniales: «Desde que tengo memoria cada una de nos manos es un
afrodisiaco». Historias: la del fetichista, prendido de Candy: una hermosa
mujer fotografiada en una revista de desnudos; aquel marido que regresa
temprano a casa para revisar materiales de trabajo y se queda sentado en la sala,
desde donde puede observar la llegada de su esposa con su amante y la consumación
de la penetración.
La
joven que, en la plaza, trabajaba con una serpiente y con esa capacidad de
dominar al anfibio podía atrapar a su amante, quien escapa a tiempo de
la red de la pasión. No podía faltar la relación no heterosexual y su
esquemática violencia humana al no aceptar su condición.
O
bien la impactante narración de una bailarina de table cuyo esposo era
el principal espectador porque encontraba su realización en la exhibición de
ese su cuerpo ante los otros. La historia da cuenta del deterioro de la
mujer; la llegada de una hija a quien se le crio en otro mundo —académico— y
que descubre todo. Resuelve la situación desde una perspectiva exclusiva de la
comprensión humana. En cuanto a planteamiento, quizá esta sea la narración de
mayor alcance.
El
componente literario, intención de los editores que, como ya se dijo, está
mejor representado en el texto Vaivén. Es irresistible la tentación de
compartir algunos fragmentos de este tipo de prosa que se puede asegurar se
trata del escrito de Mario Benedetti. Ya se ha expresado que, en todo texto,
por más que quieran ocultarse permanecen las huellas, los giros, determinaciones
expresiones:
«Como
siempre, al descubrirse, el desnudo y la desnuda se asombran de sus desnudeces.
Como casi siempre, estas son mejores que las de la memoria. Por supuesto, son
jóvenes. Él es el primero en quebrar el encantamiento y la inercia. Sus manos
se ahuecan para buscar y encontrar los pechos de ella que al mero contacto
lucen, se renuevan. Entonces, acariciando persuasivamente entre índice y
pulgar, los extremos radiantes, él dice o piensa: “No es que carezca de sentido
de culpa. Pero la verdad es que no me atormento. Las sensaciones llegan y se
van, son aves migratorias y cuando vuelven, si vuelven, ya no son las mismas.
Se fueron frescas, espontáneas, recién nacidas y regresan maduras,
inevitablemente programadas. Entonces ¿a qué ahogarse en el deber? El deber, al
igual que el dolor. (¿O será otra filial del dolor?) es un cepo. Esto hay que
saberlo de una vez para siempre, si queremos que su gesto amargo rencoroso no
nos sorprenda o nos frustre”.
«Ahora
boca del hombre se ha detenido en la oreja de ella y opta por pensar o decir: ¿Sabés
una cosa? Tu oreja no siempre está desnuda. Sólo lo está cuando vos lo estás.
Me gusta tu oreja desnuda tal vez como una consecuencia de que me gustas así, como
estás ahora. Después de todo, tenés razón. El instante es mi estilo. Es allí
que lo juego todo. No ahorro disfrutes para vivir de esa renta en la tercera
edad. Besos pareja como si nunca hubiera besado otra oreja. Por eso tu oído
escucha estas palabras que nunca escuchó antes. Ni dije, o pensé antes. El amor
no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada
en su propio ritual. Es como podría explicarte, un puño de vida. El amor no es
repetición.
«Siente
que la boca del hombre va ascendiendo a su boca y cuando por fin cada lengua se
encuentra con su prójima, ambas proponen o resuelven o gimen: “Qué importa si
es o no repetición, qué importa si es prólogo o desenlace. Estamos. Somos. Una
y uno. Dejemos que la muerte nos odie desde lejos. Desde muy lejos. Somos. Estamos.
Tan cerca de mí que sos yo. Una + uno = une. Se unen pues. El mundo queda fuera
con sus culpas, sus deberes, sus ropas.
«El
desnudo y la desnuda son únicos testigos del amor sin testigos. Uno sobre otra,
o viceversa, la humedad de sus vientres es de ambos. Los cuerpos (esos futuros
inevitables proveedores de ceniza) borran de un placerazo sus condenas y
también se reconocen y trabajan. Trabajan y se gozan, único en el mundo, por
fortuna olvidados. Entonces, ella piensa o grita “Vení”, y él canta o piensa “Voy”.
Y así, poco a poco (y al final, mucho a mucho) se ensimisma y celebra, se
alucina y consuma el va-i-ven».
Gran
regalo de María Elena Ávila. Reitero mi agradecimiento por esta contribución a
la biblioteca erótica personal.
*Publicado
en Expreso Chiapas.
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