Marguerite Duras


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Para Alejandra,

por las equivalencias,

por una autora común más...


El 3 de marzo, no tardó mucho en difundirse la noticia del deceso de Marguerite Duras. Para el día siguiente, los principales diarios, con materiales de las agencias internacionales dieron cuenta pormenorizada del trabajo de la escritora: su origen saigonés, su pertenencia a la llamada literatura de posguerra, la fama que obtuvo con la novela autobiográfica El amante, sus incursiones en el cine.

 

El suceso funesto tuvo, por fortuna, la dimensión que en vida tuviera la autora. Duras articuló una de las propuestas más propositivas y originales en la narrativa contemporánea, desde una constante temática en torno a las dificultades expresivas y comunicativas que tienen los seres humanos, sin caer en repeticiones.

 

Con relativa facilidad pueden conseguirse, de Duras, sus novelas: El amor, El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein; un conjunto de ensayos con su peculiar estilo, agrupados en el título Escribir, y desde luego: El amante de la China del Norte. En ella, por más conocida, pueden señalarse las particularidades del trabajo literario de Marguerite Duras.

 

Un primer elemento a favor de la escritora es que, si bien confeccionó la novela a partir de información autobiográfica, no posee el más mínimo sentido de justificación para editar un libro, como ocurre con escritores jóvenes y hasta con carrera literaria.

 

Duras escribió una historia que bien pudo no asociarse con ella. De no conocerse, se trataba de una confesión personal, la novela hubiese, de cualquier modo, conservado sus soportes estrictamente literarios: el tipo de lenguaje utilizado, no la frase corta sino la sintética; los ejes humanos que indican las mínimas actitudes de los personajes; la poesía del descubrimiento de dos seres en la dimensión afectiva, la frescura y sensibilidad de la adolescencia, el carácter innecesario de acuerdos y ritos ordinarios; la confirmación de que la felicidad está asociada a una metáfora: la ventana hacia ella se abre una sola vez en la vida: hay que estar atentos, para saber en qué momento esto ocurre, de no enterarse, se cerrará por siempre. A la negación de la felicidad, le sucederá la perenne soledad interna.

 

Esa es la gran experiencia de vida que Marguerite Duras comparte. Se decía, aunque son apuntes biográficos no es una mera confesión, tiene el necesario discurso universal que caracteriza a las grandes obras literarias y que pedía el mismo Gustave Flaubert: «No hay nada más pobre que introducir en el arte sentimientos personales; el artista debe esforzarse para hacer creer a la posteridad que no vivió. Mientras menos me imagino a los artistas más grandes me parecen; no quiero suponer nada sobre la persona de Homero, de Rabelais, y cuando pienso en Miguel Ángel, sólo veo la espalda de un viejo de estatura colosal esculpiendo la noche a la luz de las antorchas».

 

La historia contenida en El amante de la China del Norte puede aplicarse en distintas situaciones. Menciónese sólo una correspondencia: la intolerancia para el amor se da de acuerdo con los rasgos de cada civilización.

 

Duras consigna el rechazo de la sociedad de su época a la relación entre esa adolescente de quince años con un rico heredero no por razones de la duplicidad de edad sino por un hecho racial: no se concibe que esa niña blanca se relacione con un chino; en occidente, todavía hay quienes cuestionan ese tipo de relaciones por el argumento primero, que bien cuestionó, el domingo pasado, el director de cortometrajes de Gore Santiago Segura en El País Semanal: «Lo de la edad es una tontería. Hay gente que a los 20 años es mucho más lúcida que una de 30 o 40. En cualquier caso, yo procuro salir con chicas de 16 a 21 años para enriquecerme humanamente y mantener contacto con las nuevas generaciones».

 

El amante de la China del Norte, asimismo, resume el cuestionamiento —reiterado en las obras de Duras— de una determinada noción de amor. A esa que es hegemónica: una idea preconcebida e inculcada históricamente en términos de sumisión, renuncia a la individualidad y no sobre la base de dos individualidades presentes, concretas, con un cúmulo de circunstancias exclusivas e irrepetibles.

 

El amor en tanto ideología, frente a la propuesta de Duras: el amor como hecho elaborado a partir del sí mismo; aquel apela a las creencias y muchas veces al autoengaño, éste a la pasión, a la locura sensorial, al desbordamiento.

 

Un planteamiento amoroso transmitido por Marguerite Duras a través de diálogos en oraciones apenas que concentran la fuerza discursiva para conmover, quizá porque golpea con el ritmo como de sentencia que caracteriza a la poesía.

 

Las construcciones lingüísticas de Duras son esencialmente poéticas. En El amante Duras hace un registro de ese amor al que la mayoría se niega, no se atreve por motivos de formaciones culturales.

 

Lo ilustra y genera la angustia al enfrentarse a otras posibilidades, precisamente la de la revelación. Lo que en El amante propone, en otros lados Duras cuestiona: en El arrebato de Lol V. Stein, describe a una pareja: «Entre ellos hay una armonía sorprendente que no procede de un conocimiento mutuo sino, al contrario, de su desprecio. Ambos tienen la misma expresión de consternación silenciosa, de miedo, de profunda indiferencia.

 

«Al acercarse, van más de prisa. Lol V. Stein acecha, los incuba, fabrica a esos amantes. Su aspecto no la engaña. No se aman. ¿Qué tiene que decir al respecto? Otros lo dirían, al menos. Ella, en cambio, no habla. Les unen otros lazos que no son los del sentimiento, ni los de la felicidad, se trata de otra cosa que no prodiga ni pena ni gloria. No son felices ni infelices. Su unión está hecha de insensibilidad, de un modo generalizado y que aprehenden momentáneamente, cualquier preferencia está proscrita.

 

«Están juntos, dos trenes que se cruzan muy de cerca, el paisaje canal y vegetales parecido a su alrededor, lo ven, no están solos. Se puede pactar con ellos. Por caminos contrarios han llegado al mismo resultado que Lol V. Stein, ellos a fuerza de hacer, de decir, de probar, de equivocarse, de irse y de volver, de mentir, de perder, de ganar, de avanzar, de volver otra vez, y Lol a fuerza de nada».

 

Marguerite Duras consiguió ser una referencia necesaria. Con su muerte, no dejará de serlo.

 

*Publicado en Expreso Chiapas.