“Seven” de David Fincher


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Seven, película de David Fincher con Brad Pitt y Morgan Freeman no puede ser indiferente. Un thriller que, nuevamente, se agradece no opte por ser el pretexto para la exhibición sucesiva e incesante de balazos, golpes. Un trabajo que prefiere apostar a la intriga, al desarrollo de los hechos, a los sentidos y referencias.

 

Es difícil porque un cine con más profundidad puede llegar a ser molesto para algunos. En una sala de la ciudad de México, escuchaba a una joven de unos diecisiete años. Era la proyección de El amante de mi mujer y se quejaba con su amiga de su decepción ante Fuego contra fuego, esa conjunción de Robert de Niro y Al Pacino.

 

La chica decía que la película tarda tres horas; de las cuales, sólo media hora le resultaba de interés por la confrontación. La conversación escuchada concluía en la esperanza de que — en esos días por estrenarse— Seven sí resultara una efectiva cinta de mucha acción y muerte. Es de imaginarse la decepción, otra vez, de aquella muchacha, representativa de un promedio de consumidores del cine norteamericano.

 

Seven comparte ese interés de algunas cintas por aplicar la esencia del género. No es una película notabilísima, pero resulta de interés por abordar el asunto de la costumbre de la muerte en las sociedades modernas, aunque tenga sus respectivas contradicciones y dobles discursos.

 

Seven tiene una producción de calidad: los escenarios oscuros están manejados con maestría desde el inicio del largometraje y forman parte del bien cuidado discurso visual que sostiene a la cinta.

 

Al margen de las resoluciones técnicas de este trabajo está su capacidad de generar anotaciones. Se sabe de ese perfil de asesino que está en las películas porque surge de la vida cotidiana. Puede apreciarse en la nota roja, que debe ser útil para ubicar las áreas que no deben frecuentarse y los términos nada imaginativos y excesivamente drásticos con que se realizan los actos delictivos.

 

Pero la violencia, la desconsideración, relacionadas en mucho con necesidades de sobrevivencia no tienen su concepción exclusiva en los delincuentes. En Seven el multihomicida dice, con seguridad, al detective Mills que si éste tuviera la oportunidad de asesinarlo con saña exacerbada lo haría.

 

La destrucción, el aniquilamiento, el odio son los sinos de toda conglomeración que no tiene los satisfactores indispensables, como han demostrado los experimentos, en laboratorio, con sociedades de ratas que emulan a la conformación social de las ciudades de hoy.

Al ser parte del sustrato cultural, la agresión desmedida permanece, en potencia, en uno y otro lado. El filme lo demuestra, cuando el detective no domina su ira y es el ejecutor de la víctima número siete, el fanático asesino, quien resulta haber concebido hasta su propia muerte como parte de la "gran lección" al mundo y en la que el propio investigador terminó de jugar su juego.

 

En Seven, por igual, aparece el elemento generacional que en los últimos tiempos ha ocupado algún espacio en la esfera de las reflexiones temáticas. En la actualidad, es relevante el papel que los jóvenes ocupan en la vida social: decir hoy treinta años es tener una carrera consolidada o en vías de serlo, probablemente puestos de responsabilidad, es haber recorrido ya el camino que muchos recorrieron en décadas y lograron hasta una edad madura.

 

Sin embargo, el sentido de los personajes encarnados por Freeman y Pitt aluden a aquellas expresiones reiteradas desde el año 1500 con Francis Bacon: lo que en los jóvenes es parte de la educación, en los viejos, es parte de la experiencia. Somerset es la reflexión, la capacidad de ver más allá estimulada por el hábito de la lectura y la posesión de información cultural que hoy no sólo es necesaria como pose para hacer vida social sino para el desenvolvimiento diario; Mills es la intemperancia, la incomunicación con su pareja, la autosuficiencia.

 

Hay dobles discursos: el asesino no tiene un característico nombre norteamericano como hubiese consignado el maestro Truman Capote, semeja y es hasta mexicano: Juan Pérez, que, en un principio se piensa seudónimo, pero no.

 

En el fondo, parece esbozarse una gran interrogante: ¿acaso las sociedades modernas requieren de este tipo de tratos para dejar de frecuentar los siete pecados capitales? Pero la mentalidad estadounidense y su conservadurismo innato parecen desear en exclusiva el derecho de dictaminar en qué consisten y cuáles son los males sociales, a saber: gula, avaricia, pereza, ira, envidia, soberbia y 1ujuria Aquí situadas en un contexto distinto a las alusiones hechas por Chaucer y Dante, aludidos en el filme. Es un sentido que también debe reflexionarse con Seven.

 

*Publicado en Expreso Chiapas.