“El círculo de la vida” de Marco Abarca

DAVID SANTIAGO TOVILLA

El 30 de mayo fue inaugurada la instalación El círculo de la vida de Marco Abarca. Permanece y no se especifica hasta cuándo en el Ex-convento de Santo Domingo, en Chiapa de Corzo.

Otra vez, se asiste a ese marco propicio para este tipo de expresiones: una sala espaciosa, un lugar no de tránsito frecuente, segura apertura a excepción del lunes en que ninguna de las salas está abierta al público, silencio y libertad para valorar del mejor modo el trabajo expuesto.

Se recuerda cómo pudo apreciarse anteriormente en esas condiciones otra exposición: El ca­mino de la iluminación de Masafumi Hosumi. Caminar, entonces, por el camino de piedras, transitar por los émulos de las arboledas, situarse en la perspectiva elevada erigida asociada con el estadio mayor de la actividad humana.

Ahora, esa capacidad transitable, propia de las instalaciones plásticas vuelven a ocurrir, en el mismo sitio, pero con la obra creativa de Marco Abarca.

En las ocasiones correspondientes que se ha dado cuenta de los trabajos expuestos en el Exconvento de Santo Domingo, se ha dicho que el único aparente elemento en contra es la distancia y el traslado que debe realizarse hacia esa población cercana a la capital chiapaneca.

Sin embargo, quien se haya gratificado con alguna de las exposiciones anteriores podrá coincidir en que el sitio apropiado para trabajos de esta proporción es ése y que la circunstancia geográfica es insignificante en proporción a lo que se puede observar.

Por estos días de ayuno forzoso en cuanto a materiales plásticos cualitativos en Tuxtla Gutiérrez, es indispensable acudir al planteamiento de Marco Abarca.

Recuérdese, además, que las instalaciones han tenido pocas realizaciones en la entidad, cuando en otros lados hay hasta concursos especializados.

El círculo de la vida: relación de momentos, etapas, hechos habituales y comunes a los individuos, trabajados no en una representación rutinaria y pictórica común. Si cuadros cuyo sentido comunicativo no se asienta en el aspecto temático sino en el elemento pictórico pueden generar múltiples reflexiones, una instalación acrecienta las posibilidades de participación intelectual del espectador.

No sólo es recorrido y visualización, es comunicación con mayor integralidad. Al Círculo de la vida se ingresa por una especie de túnel cuadrangular. Se camina por una base segmentada con desniveles, que tienen atados a sus extremos unos cordeles que movilizan sendas láminas colocadas a los costados. No hay iluminación, como no la hay en el vientre materno con que este espacio se puede asociar. El paso por esa área se

realiza en medio de particulares sonoridades resultado del movimiento de las láminas y por los reflejos que son permisibles en la penumbra. A mayor o menor agilidad en el tránsito es proporcional al estruendo escuchado.

En el enorme círculo central tampoco hay iluminación directa. Los cuadros tienen su propia luz. Son cajas de formato mediano que tienen una fotografía en albanene o acetato y son iluminadas, por dentro, con un foco.

El recorrido es a los caminos coincidentes de los humanos. Con la niñez la mirada interrogante; con la adolescencia, la investigación, e descubrimiento, los motivos del corazón, el establecimiento de una formación que incluye valores y actitudes ante los fenómenos ineludibles de la existencia humana; con los años la definición de los perfiles individuales, la clarificación de los objetivos de vida: el conocimiento, la visión de sí mismo.

Se pasa de la invisibilidad cóncava, a la borrosa visibilidad convexa y, después a la plana y más o menos objetiva visión personal. La unión de pareja, condicionada por las tradiciones culturales de cada sociedad en que se escenifica: tienen un apartado especial: una foto pequeña; antigua, en medio de un inmenso marco donde más láminas le rodean, con la sensación de que hay un faltante que podría haber explotado mejor las sensaciones como en el ingreso.

En el otro extremo, está una impresionante cantidad de pequeños buzones, que reciben pequeñas velas de cebo. No sólo es la cantidad, sino el cúmulo de lucecillas y el ahumado correspondiente. Las luces están situadas exactamente en el polo contrario al nacimiento, a la inspección uretral: es la seguridad de la muerte. La mirada del artista es hacia la totalidad; nada escapa en el círculo de la vida.

Resultado de la visita a esta instalación, recojo una experiencia que ojalá quienes tienen la administración de las galerías pudieran incorporar para que el mensaje de los artistas fuera mejor conservado.

En algunas exposiciones determinada música o iluminación es esencial para el mensaje de la obra. Con regularidad, esto puede apreciarse únicamente en el acto de inauguración. Quienes no pueden asistir a dicha ocasión, no ven el esplendor y la plenitud de las ideas plásticas. Ven parcialmente la obra, sin todos sus elementos condicionantes.

Como el mantenimiento permanente de ciertos materiales que se utilizan resultaría incosteable pudiera establecerse una media hora diaria, en la mañana o en la tarde, en que a la exposición se le diera el brillo que tuvo en la inauguración. Esto es: encender por unos minutos las velas o la pista musical que el artista ha concebido. Hay quienes preferimos ver las exposiciones en solitario y no durante la noche de inauguración que son más actos sociales y no se puede dedicar el tiempo, ni son las condiciones adecuadas para una eficiente apreciación estética.

Así, pude ver El pozo de Masafumi Hosumi, sin la musicalización que me enteré posteriormente tenía; la escultura de una serpiente, de Sebastián Sántiz, tenía a los lados dos velas, que se imagina se encendieron en la jornada inaugural pero no más.

Las velas abundantes y fundamentales en la obra de Abarca, que ahora abordamos, se percibía fueron tales en una ocasión, pero ya no más. Y en trabajos como éste, hay cierta mutilación. Pudiera instaurarse y difundirse la existencia de, por decir algo, la hora cúspide para ver la exposición. Es una idea que se registra, por si quisiera retomarse...

*Publicado en Expreso Chiapas