La actitud ante la creación

Fotografía: Dejana Gfeller

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Un mundo distinto y exclusivo para privilegiados; una manera de vida en la que, si no se comparten las conductas estereotipadas, no puede ingresarse plenamente; un círculo de seres pensantes especialistas en todo y autosuficientes en el conocimiento.

El medio social que acompaña a la creación no siempre es el más adecuado para estimular una comunicación real entre el creador y sus receptores. La atmósfera que envuelve a los artistas y su obra está impregnada con mitificaciones y creencias que quieren convertir toda producción en oro ante los extraños a dicho universo.

Indistintamente en lugares muy distanciados o en comunidades artísticas de las que se tiene una percepción como del primer mundo se encuentran conductas similares. En tanto reflejo mismo del hombre, lo maravilloso de la creación es afectado por las debilidades humanas, con las consecuencias de no tener tantos artistas como nombres registrados en los directorios culturales.

El problema radica, en mucho, en la actitud. Hay creadores que tienen algún potencial verdadero, pero se quedan en los cimientos de su posible obra creativa porque se satisfacen con lo inmediato; porque se quedan en los niveles que alcanzaron bajo una circunstancia particular y se acoplan a los reflectores que les ilumina en cierto momento.

Pero recuérdese: en tierra de ciegos el tuesto es el rey y es muy fácil conseguir el estatus de artista sin mayores exigencias. Ocupar las planas de los periódicos, conseguir exponer en lugares públicos y publicar un libro no siempre obedece a la satisfacción y cumplimiento de criterios sino a las relaciones personales que se logren.

Hay quienes se quedan en esa dinámica momentánea, son seducidos por el instante y viven allí durante un tiempo que después entenderán les hace falta. Se pueden tener cualidades para desarrollar habilidades, pero la calidad no llega sola.

La creación es resultado de una suma de momentos y experiencias; proviene de una capacidad para realizar una articulación integral de nuestra realidad, procesarla y exponerla mediante una de las disciplinas del arte. Pero, para ese ejercicio se requiere una actitud: de conocimiento.

Quien piensa que ya logró un nombre y puede prescindir de esfuerzos y disciplinas no tarda mucho tiempo en estancarse. Ya se sabe, no se trata sólo de llegar a un lugar sino de sostenerse y, a partir de allí, refrendar consecuentemente el por qué se está en dicha posición.

El creador no tiene descanso ni saciedad. Aunque no refleje inmediatamente lo que ha aprendido, realiza un proceso mental que da forma y conexión a lo que posteriormente compartirá con los demás desde cualquiera de las disciplinas del arte.

Pero bien dice el poeta español José María Álvarez: aprende quien quiere aprender; y por extensión se podría continuar en esa sentencia para decir: comunica quien quiere comunicar, comparte quien desea compartir, se entiende a quien quiere hacerse entender.

La actitud del creador en sus procesos internos y externos no puede ser la del todopoderoso personaje a quien debe reverenciarse. Una actitud de disposición hacia el conocimiento se dijo anteriormente, pero ahora agregamos: un indispensable acto de sinceridad.

El creador debe ser sincero consigo mismo para poder ser sincero con los demás. Una de las mejores formas de evitarse problemas en nuestra actuación cotidiana es no engañarse. Nadie engaña a nadie. Uno resulta engañado si así lo desea.

Por ejemplo, es común escuchar en una relación de pareja decir a uno de los integrantes que él o ella lo engañó, lo cual resulta falso. Cada protagonista sabe y si no intuye la contundencia y los términos de la motivación de los actos del otro. Uno no debe pensar si el otro está con uno, sino saberlo mediante sus actos y expresiones. Más que el decir cuenta el hacer porque puede ocurrir una buena convivencia sustentada en los actos que en las frases hilvanadas.

Entonces, nadie puede llamarse engañado: uno sabe qué es y no, qué puede hacer y qué no. El creador debe ser sincero para decir lo que sabe, pero también lo que no sabe. No puede emprender conversaciones sobre temas que desconoce por temor a que, él, un nombre no sepa de una determinada especialidad.

Pretender negar que existen parcelas del conocimiento que no se dominan no constituye pecado alguno. El conocimiento es tan vasto que se requerirían cientos de años de vida para poder abarcar todo, de manera exhaustiva y total. Aunque el esfuerzo es permanente, no existen posibilidades para adicionar toda la información enciclopédica a nuestra cultura real y, en su mayoría nos limitamos a poseerla en estado virtual.

Nada más nocivo para un creador que referirse a un autor, una corriente o tendencia y demás sin tener una opinión propia, elaborada desde su perspectiva y su campo de acción, por muy limitados que éstos sean.

Aunque el creador crea que sale del paso y que logró un soporte para no poner en duda su saber, no ocurre eso: hay quien se da cuenta que está solamente diciendo lo mismo que ya se sabe, pero, con otras palabras, repitiendo lugares comunes.

Podría mencionarse a quienes se consideran a sí mismos especialistas en la obra de Gabriel García Márquez con leer su excelsa Cien años de soledad y desean aplicar el mismo criterio de evaluación al resto de su obra, sobre todo su producción reciente. Luego se encuentra con comentarios que hablan del realismo mágico de Gabriel García Márquez, pero la plática gira en torno a su reciente reportaje Noticia de un secuestro, en donde más se apuesta por la confección en sí y el uso de uno de los géneros del periodismo —éste, según Marco Antonio Montes de Oca, es uno de los géneros de la literatura— y de la construcción de un estilo que de la historia en sí y su exposición.

Pero así acontece. La insinceridad lleva a crear falsas erudiciones, pero no se necesita hacerse pasar por teóricos y expertos acuciosos, como para pretender situarse a la altura de Guillermo Tovar y de Teresa para hablar del estilo arquitectónico de una de las salientes en el extremo superior derecho, del edificio de Correos en la ciudad de México, cuando no se poseen siquiera los elementos para dominar los aspectos principales de la arquitectura urbana local.

El creador está obligado a dotarse de una amplia información, la máxima posible, pero no debe asumir actitudes de omnisciencia. Se ostenta lo que exactamente se posee: no más, no menos. Un creador sincero logrará una comunicación sincera, verosímil, creíble. No tendrá necesidad de contextualizar, explicar o justificar. Una frase, un dibujo, una interpretación musical surgida así tendrá una contundencia incomparable, incuestionable, que se erigirá de manera natural en medio del mar de producciones.

La comunicación desde la sinceridad creativa da fuerza a las grandes producciones, porque los receptores perciben que quien habla a través de ella está convencido de lo que dice. No se puede convencer a los demás si antes no se tiene un convencimiento propio. Ningún tema está vetado para el trabajo creativo, pero debe decirse en torno a él lo que se conoce.

Stephen Vizinczey tienen razón en algunos puntos relativos consignados en su libro Verdades y mentiras de la literatura, en el "Decálogo del escritor" y dentro de cuyos puntos destacan las recomendaciones en el sentido de no abordar un tema moda o por justificación.

Una producción que atiende a la moda es evidente. Hace algunos años, el tema del erotismo se colocó como la moda dentro de los creadores, pero todos los discursos visuales o escritos reflejan la convicción de quienes los emiten. Era frecuente escuchar poemas que pretendían describir fogosidad, intensidad, deseos vividos, pero sólo evidenciaban la ausencia de éstos.

Aquellas referencias eróticas no indicaban su vivencia sino su inexistencia y que sus autores o autoras no habían dicho sinceramente lo que sentían. Hubiera sido preferible hablar desde la añoranza y aludir las angustias o contar la carencia de satisfacciones que intentar imaginarlas y decirlas en un poema.

Uno no alcanzaba a apreciar el esfuerzo para tratar de elaborar una buena escritura, la parte estética, sino que a uno le invadía la pena ajena por comprender muy claramente las frustraciones allí consignadas, derivadas de una insatisfacción sexual.

Vizinczey dice: "no justificarás" y ejemplifica cómo un creador que tiene problemas, de alcoholismo, drogadicción o matrimoniales inclusive, luego recurre a su producción creativa para reflejarse en tanto víctima de su situación.

No se expresan a través del arte, lo usan para llamar la atención sobre sí. No realizan una reflexión que puedan comunicar a cualquier hombre o mujer, sino que quieren ser ellos y ellas como personas no en tanto representaciones del ser humano. Después de leer determinados trabajos uno cae en la cuenta de que, en lugar de recurrir al arte, sus autores debieran acudir en busca de terapia médica.

Federico Campbell, en Post escriptum triste, lo plantea en los términos siguientes: “no tiene sentido escribir si no se tiene el deseo de escribir; no vale la pena escribir si no es para lograr una obra maestra; y, sobre todo, que en cuestiones de literatura la cantidad de libros publicados no tiene nada que ver con la calidad, como suele darse a entender en un medio dende aparecen tantas novelas escritas sin deseo.

“Lo único que importa en esta vida es el deseo. El aprendizaje debería realizarse en un orden que sólo podríamos adjetivas con un apalabra que prácticamente ya no quiere decir nada en nuestro medio: ético. No se vale escribir de las cosas que le duelen a uno. Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir sino cuando se tiene deseos de decirlo”.

La sinceridad conlleva a algo tan buscado y no siempre conseguido: la originalidad, la autenticidad. Una obra auténtica debe mucho a su esencia. La frecuencia de la exposición de las esencias humanas de un creador le consolidan frente a sus seguidores. No es otro el procedimiento.

Dentro de los factores para conseguir una autoridad intelectual no se encuentra primordialmente la cantidad de información poseída, sino la facultad individual para realizar análisis con proyección universal: que atienden al todo y no a las particularidades, que tengan el genio para hablar en el lenguaje de todas las personas; que el canto al amor sea el de todos los amantes, que la letanía mortuoria sea la de todas las civilizaciones; que el colorido o aridez de la vida sea la de toda la especie en la correspondiente situación.

Esencia se dijo. Esa es la noción en que se coincide con José Gorostiza, quien en sus Notas sobre poesía incluidas en el volumen Prosa, la define como “una investigación de ciertas esencias —el amor, la vida, la muerte, Dios—, que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias”.

La aproximación de Gorostiza puede también ampliarse y no reducirse a la poesía sino al arte en sí. Búsqueda, investigación humana es lo que emprenden tanto creador como receptor a través del arte. Arte y poesía están íntimamente relacionados.

Gorostiza lo asienta en el mismo lugar: “La poesía no es esencial al sonido, al color o a la forma, así como la luz no lo es a los objetos que ilumina; sin embargo, cuando incide en una obra de ate —en el cuadro o la escultura, en la música o el poema— en seguida se advierte su presencia por la nitidez y como sobrenatural transparencia que les infunde”.

El arte al apelar a nuestra esencia humana apunta, de manera total, hacia nuestros sentimientos, sensaciones y pensamientos. Uno no siempre explica el hecho artístico, se llega, cuando mucho, de igual gorma, a reaccionar con sinceridad.

Un planteamiento sincero, auténtico, desde, por ejemplo, una fotografía de los genitales puede causar reacciones airadas, molestas. Sin embargo, la comunicación se logra porque al margen de las diferencias ideológicas o de formaciones y deformaciones culturales la respuesta es espontánea, sincera.

El arte ayuda a plantearse posibilidades: la existencia de un color, una mirada distinta hacia un objetivo o hecho de la naturaleza, un tono no reconocido interpretado desde un instrumento. En tanto actividad humana, el arte ayuda a crecer a los individuos y su necesidad no está en duda.

Las más diversas ramas del quehacer humano se verían enriquecidas si se apropiaran, con más firmeza, las enseñanzas que el arte proporciona. El arte resume nuestra historia y experiencia vital, es por ello el estanque en que el creador no solamente se refleja.

Pero el arte no baña de manera mecánica. No irradia su luz mediante una fotocelda que automáticamente enciende o apaga el paso de la corriente de acuerdo con la llegada del día o de la noche.

Para el ingreso preciso se requieren también actitudes: no el consumo, no la acumulación de libros para ostentar una biblioteca que se desconoce, sino el indispensable esfuerzo y disciplina de estudio.

El creador, para constituir una visualización amplia, recurre no sólo a una vertiente del arte: acude al cine, a las artes plásticas, a la música, a las artes escénicas, a la literatura; a los diversos campos: la filosofía, el derecho, la ciencia. No debe descartar, además el conocer los distintos géneros, en cada caso.

Toda parcialización contiene sus peligros de mutilación del conocimiento. Ese fue el sentido de la columna de Eusebio Ruvalcaba, el pasado lunes 19, en El Financiero: “La urgencia de leer poesía no cuenta en lo absoluto para algunos periodistas; si leen, si de casualidad lo hacen, leen novelas.

“Poesía, y en la misma medida, ensayo, quedan fuera. Terrible error, porque la poesía enseña a ser preciso y económico: a decir las cosas sin paja ni adjetivación innecesaria. La buena poesía, desde luego, aquella pegada al hueso. Y a la que finalmente se accede cuando hay lecturas de por medio.

“El ensayo, en cambio, enseña a concatenar las ideas, a hilvanar hasta la feliz obtención de un razonamiento propio. Son, la poesía y el ensayo, métodos de aprendizaje insustituibles. Para quienes trabajan con las palabras. Para quienes piensan que no todo consiste en gozar de una buena redacción".

Todos los caminos del arte y los géneros dentro de las disciplinas no tienen una existencia estéril, inarticulada. El creador asiste a ellos y en cada uno obtiene, indudablemente, aportaciones. Repito, los creadores deben asumir lo que son, los alcances que han conseguido: no más, no menos.

Finalizo esta exposición con las palabras de Henry Miller en tomo a la escritura, que también pensaría en términos de cualquier creador, y que resumen lo aquí expuesto: "Un escritor, después de todo, es un hombre, un hombre como otros hombres; puede ser neurótico o puede no serlo. Quiero decir que su neurosis, o como se llame lo que supuestamente forma su personalidad no explica su creación literaria.

“Creo que es una cosa mucho más misteriosa que eso, y ni siquiera intentaría precisar lo que es. Dije que un escritor es un hombre que tiene antenas; si él supiera realmente lo que es, sería muy humilde. Se reconocería como un hombre poseedor de cierta facultad que está obligado a usar para servir a otros. No tiene nada de qué enorgullecerse, su nombre no significa nada; su ego es nulo, él es sólo un instrumento en una larga procesión".

*Exposición para el Seminario de Arte de la Universidad Autónoma de Chiapas.

*Publicado en Diario Popular Es!