Pensar la novela

Fotografía: Stanislaw Ziniewicz
DAVID TOVILLA

El primer sábado del mes en curso, el escritor Salman Rushdie publicó un extenso texto en tomo a un primer documento de George Steiner. El suplemento Babelia, del periódico español El país fue el conducto de ambos textos. En síntesis, Steiner revivió la polémica sobre la muerte de la novela.

Rushdie, en consecuencia, realizó una defensa del género. El primero utilizó una voz desencantada, el segundo partió de un tono apasionado. Ambas aristas son aceptables, pero más allá de ellas lo útil es la argumentación más sólida en una de las dos posiciones y en coincidencia con una de ellas aportar un punto de vista.

Steiner, se decía, parte del desencanto: "Qué novela puede hoy competir realmente con el mejor de los reportajes, ¿con lo mejor de la narrativa inmediata?". Rushdie replica acertadamente que no debe concluirse la extinción de la novela a partir de la extenuación de un autor o de un conjunto de autores geográficamente unidos. Un rasgo es la conclusión de la vida literaria de un escritor y otro, muy distinto el agotamiento en sí del género.

La discusión toca aspectos en los que se ha avanzado ya: a) el carácter relativo de los géneros literarios y b) la actitud del escritor. Ha quedado claro que la definición de los géneros literarios son aproximaciones generales, parámetros de los cuales se parte para ubicar la proximidad o lejanía de un texto. No son categorías absolutas e inamovibles. Como bien lo ha explicado Helena Beristáin, el género anticipa al lector a un modelo previsible del texto que el lector enfrentará, cómo está dispuesto y organizado, de manera que «programa su lectura conforme a expectativas que dependen de su competencia como lector, de su conocimiento y dominio de las reglas del juego de los géneros». 

Asimismo, la definición de los géneros tiene un componente consensual, social, tanto por su procedencia en el marco de una historia de la literatura como cierto y necesario acuerdo en el entorno cultural de que se trate. A través de los siglos se han registrado variaciones y nada quiere decir que llegado el siglo XX, el nuestro, la novela o cualquier otro de los géneros literarios haya adquirido su tope, su carácter total. No ha sido así y tampoco puede pretenderse que eso suceda por decreto y que con quienes están en la cúspide de la manera de exponer la novela contemporánea deba cerrarse para siempre su carácter evolutivo. Sencillamente es inconcebible.

Ahora, la pretendida negociación de la novela no es nueva pero no es tal. La novela no muere, se supera una determinada concepción o algunas de. las características definitorias. En este siglo, se ha movido parte de lo que parecían cimientos fundamentales del género: no es ya sólo el personaje el elemento central y eje de todos los acontecimientos, como es la virtud de El sexo de los ángeles de Terenci Moix. 

No hay únicamente un sentido de interpretación y por el contrario se sugieren una serie de posibles interpretaciones de la historia y se ha introducido una percepción relativista de los lugares y los tiempos; se ha puesto en duda la figura del escritor como dueño y señor de su propio trabajo, juez y manipulador de hechos y personas; se ha apuntado a una superposición de estilos como hace Mario Vargas Llosa en Pantaleón y las visitadoras; se ha insertado en la página una meditación sobre el mismo proceso de la escritura como es frecuente encontrar en Milan Kundera o Carlos Fuentes. 

La hibridación o mezcolanza es un paso natural cada día. Los géneros se confunden, complementan, no se condicionan. Puede tratarse de la resolución en términos de estructura interna como hace el mexicano Fuentes su reciente Frontera de cristal, «una novela en nueve cuentos»; o las ahora naturales composiciones poéticas en prosa.

Aunque, como expresa Steiner, "nos estamos hartando de nuestras novelas", ocurra, a decir de los especialistas, una disminución en términos cualitativos de la producción novelística en los últimos años, la novela se sostiene vigorosa y plena en las producciones que tardarán decenas de años por ser superadas. 

Rushdie enumera, en este sentido, los "trabajos de Albert Camus, Graham Greene, Doris Lessing, Samuel Beckett, Italo Cal vino, Vladimir Nabokov, Günter Grass, Alekandr Solzhenitsyn, Thomas Bernhard y Marguerite Yourcenar.

En la modesta opinión de este autor estaría la soberbia colección de “Narrativa actual", de RBA Editores, cuya circulación se inició en nuestro país en agosto de 1993 y que constituye un valioso material bibliográfico y un tesoro de la novelística de nuestra época. Hay novelas que su lectura continuará quién sabe por qué tiempo. Allí está el renombre mundial de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, la más reconocida en el orbe.

En uno de los dos incisos con el que se inició nuestra exposición, se asentó la actitud del escritor. El género no hace al novelista, cuentista o poeta. El escritor lo es en medida de lograr el desarrollo de sus cualidades y de su capacidad para generar una obra de arte, esto es, que conmueva, deleite e instruya. No es un problema de los géneros; los estilos o la técnica literaria. Francois Mauriac ayuda a ilustrar el punto: "cada novelista debe inventar su propia técnica, ésa es la pura verdad. 

"Toda novela digna de llamarse tal es igual que otro planeta, grande o pequeño, que tiene sus propias leyes, así como sus propias flora y fauna. Así, por ejemplo, la técnica de Faulkner es indudablemente la mejor para presentar el mundo de Faulkner, y la pesadilla de Kafka ha producido sus propios mitos, que la hacen incomunicable. Benjamín Constant, Stendhal, Eugéne Fromentin, Jacques Riviere, usaron todos ellos técnicas diferentes, se tomaron diferentes libertades y se propiciaron diferentes tareas. La propia obra de arte es la solución al problema de la técnica. 

"Mis colegas más jóvenes se preocupan mucho por la técnica. Parecen pensar que una buena novela debe seguir ciertas reglas impuestas desde afuera. En realidad, sin embargo, esa preocupación los estorba y entorpece en su creación. El gran novelista no depende más que de sí mismo. Proust no se asemejó a ninguno de sus predecesores y no tuvo ni pudo tener sucesores. El gran novelista rompe su molde: sólo él es capaz de usarlo".

Las dificultades de los géneros no residen en ellos, sino en quienes les utilizan. Aunque se abuse de las citas, expliquemos esta idea y la actitud con las palabras de José Joaquín Blanco, vertidas en aquella emisión temática "La novela y sus constructores", del suplemento El ángel del periódico Reforma, del 21 de julio pasado: "Yo creo que el principal problema al escribir una novela es el seguir creyendo en ella. Las novelas fallan cuando el autor empieza a cansarse, aburrirse o desilusionarse en el tercero o en el cuarto capítulo; la abandona, por más ilusionado que hubiera estado al principio. 

"Si el novelista sigue feliz al terminar el primer borrador es una señal de que la novela se terminará y cierta garantía de que se logre. Lo grave, a la vez, de muchos autores es que sobrevaloran el oficio y siguen escribiendo por disciplina, cuando la novela ya no está produciendo placer".

Es, así, un conflicto de los autores, en su interior y no en relación con el género. La novela está lejos de defenecer, sufre normales transformaciones, de acuerdo con condicionantes históricas, pero solamente...