“Kids” de Larry Clark


DAVID SANTIAGO TOVILLA

El referente forzoso es Trainspotting o La vida en el abismo, de Danny Boyle.  En aquella laureada y muy recomendada película, se describe el bajo y aniquilante mundo de los heroinómanos. Un acercamiento contundente por su integridad que no deja arista alguna en la revisión hecha por el director.

La mordaz cinta abordó el fango que acecha a los jóvenes de treinta años. Ahora, llega Kids para hurgar en otro aspecto de la conducta social en este fin de siglo.

Kids no disputa terreno a Trainsportting. La preocupación de los directores de ambas películas puede coincidir en la inquietud por ver hacia puntos poco atractivos para el gran cine comercial.

Tanto Boyle como Larry Clark, director de Kids, no buscan crear tramas con final feliz, ni inspecciones aparentemente críticas pero carentes de veracidad por la manipulación de los realizadores.

Aquí él interés si es mostrar un aspecto de la realidad, sin elementos fantasiosos o dramáticos adicionales. No es necesario: los hechos reales son suficientes para conseguir un determinado impacto en los receptores.

A Kids se le ha colocado, en Méxi­co, el subtítulo de Vidas perdidas, una denominación sensacionalista totalmente ajena a los propósitos de la cinta, porque en ella lo que destaca es su ausencia de toma de posición frente a los acontecimientos.

La traducción literal dice niños, sin más. En esta producción de 1995, Larry Clark presenta, sin mayores recursos técnicos o cinematográficos, un día de la vida de un grupo de adolescentes.

El director no requiere tampoco de técnicas narrativas novedosas. El acercamiento es natural y directo; empieza por la mañana, continúa por la tarde y noche hasta llegar el amanecer del día siguiente. En ese tiempo se dan los elementos necesarios para tener noción de lo que puede implicar tener, hoy, entre trece y diecisiete años.

Por una cierta objetividad —ya señalada— sin juicios literales y acosadores Kids se acerca al documental. El tiempo también contribuye a darle un giro de esa naturaleza. La duración de la película se limita a noventa minutos. Es el tiempo justo para que Larry Clark muestre la calidad de vida de Telly y su círculo de amigos.

El adolescente es el azote de las vírgenes: su debilidad es coger con las muchachitas, entre otros aspectos por su aroma y la segura ausencia de enfermedades venéreas. Tely se divierte. La vida se va en seducir y contar a su amigo Casper cómo ocurrió cada desvirgación. Por cierto, un agregado en el reconocimiento al director es que no necesitó explotar y abusar de la hermosa desnudez de las adolescentes para dotar de contundencia a la porción erótica del filme.

Las palabras seductoras de Telly se repiten una y otra vez. Lo que importa es conseguir su objetivo, aunque no vuelva más a hablarle a las seducidas, aunque en la mañana se hayan satisfecho sexualmente con una niña de trece años y por la noche penetre dolorosamente a una candorosa morenita de semejante edad.

Los sucesos se desarrollan en un marco de acción que no requiere ser Nueva York para preocupar: cualquier urbe, en la actualidad, presenta esas tendencias.

El contexto, entonces se da más o menos de este modo: la congregación de amigos para consumir alcohol, fumar tabaco y mariguana, ver televisión y hablar de nada; el parque o la calle como punto de encuentro para divertirse con la patineta, consumir más enervantes y si es necesario golpear en banda y hasta casi matar a un mayor que se atreve a decir algo; la irresponsabilidad que lleva a considerar el SIDA como un invento de los mayores para espantar la actividad sexual; la erradicación total de actos productivos como el trabajo o el estudio; el hurto como práctica constante para mitigar el hambre o pagar la droga; la sexualización de los centros de baile; las clásicas fiestas cuando los padres no están y en las que la característica y la norma es el exceso en el consumo de todo, que terminan en campos de batalla donde los cuerpos se revuelven en las poses que sean.

La historia adquiere su carácter trágico cuando una adolescente que sólo ha hecho el amor una vez, principalmente con Telly, por casualidad acompaña a una amiga a realizarse un análisis sanguíneo. Jennie, en su despertar sexual, consiguió la muerte porque está infectada. Busca al joven para decírselo.

En el desarrollo de la película se abriga la esperanza de que Jennie llegará a tiempo para evitar que Telly emprenda una desfloración más e infecta a otra persona. Cuando consigue llegar al muchacho, Jennie está alcoholizada y drogada y aunque observa a la pareja haciendo el amor no lo impide. Se derrumba en un sillón y se duerme.

Allí, inconsciente, es penetrada por un Casper en pleno viaje de drogas y alcohol, quien sin darse cuenta racionalmente da continuidad a la terrible cadena del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. La escena final es significativa: Casper despierta y pregunta qué ha sucedido al ver el reguero de dormidos muchachillos, hombres y mujeres.

Larry Clark desecho los recursos audiovisuales que la actual industrial del cine permite para sustituir talento o facilitar el trabajo. El director scomprometió y pudo elaborar una película donde un rasgo a observar es la capacidad que tiene para envolver al receptor en una narración lineal.

Existe en Kids un momento en que la cámara se traslada de un cuarto de conversación a otro: el de los hombres y las mujeres; ellos papalotean, ellas platicas de sus experiencias. La mano del director provoca una acertada exasperación con las conversaciones ágiles, desordenadas, paralelas, efusivas. El ritmo continúa así en varios puntos de la película.

Un trabajo como Kids no pudo quedarle, por ejemplo, a un actor como Leonardo di Caprio —el galán de Romeo y Julieta de los noventa—. La adecuada actuación debía tener un convencimiento y eso lo consiguió Clark al utilizar a dos jovencillos que participaron también en la elaboración del guion: Leo Fitzpatric y Justin Pierce, quienes encarnan a Telly y Casper respectivamente.

*Publicado en Diario Popular Es!