“Sol de otoño” de Eduardo Mignogna


DAVID SANTIAGO TOVILLA

En el tercer día de actividades la XXX Muestra Internacional de Cine no logra salir plenamente del bache que siguió a la presentación de la notable Kansas City. A pesar de haber recibido un Premio Goya que entrega la Academia española, la película Sol de Otoño no logra un nivel integral que la haga merecedora de un nivel que debiera concentrar la Muestra de Cine preparada por la Cineteca Nacional.

La cinta dirigida por Eduardo Mignogna puede competir en otros foros de menor pretensión y ha5ta e circuitos comer­ciales con mayor propiedad. Su simpleza y su carácter común no enmarcan, ni son indicativos del cine que se realiza en Argentina, el país que dice representar.

Sol de otoño de Eduardo Mignogna plantea las desventuras y alegrías de dos viejos cincuentones que el azar reúne de manera bastante extraña.

La cinta se inicia cuando Clara Goldstein, caracterizada par Norma Alejandro, ha colocado un aviso en un diario local, mediante el que solicita relacionarse can un hombre de su edad para intercambiar opiniones y sostener una amistad. Ella es judía y ha colocado, en una parte de su anuncio, una estrella de David de modo que su posible compatriota atienda a esa particularidad.

La inserción cumple su objetivo y un caballero se comunica con ella: el personaje se hace llamar Saúl Levin personificado en Federico Luppi a quien se recuerda por su actuación en la cinta Cronos del mexicano Guillermo del Toro.

La pareja acuerda conocerse en una confitería del centro de Buenos Aires. El encuentro es bastante accidentado. Clara descubre que Saúl miente porque se aparenta como judío, pero no lo es y por el contrario intenta conocer aspectos de la cultura judía.

Ella lo pilla en inexactitudes que llegan a molestarle. La cita entre la pareja concluye sin éxito y sin el compromiso mínimo. Días después, él la busca para pedirle disculpas e intenta, de nueva cuenta, dar continuidad al encuentro interrumpido por las mentiras.

Entonces es cuando resalta el punto central de la cinta: la inspección del proceso de interrelación entre la calidez y humanidad de dos personas mayores de edad. Ella, en realidad, está muy sola, aunque tiene una posición económica bastante desahogada.

Clara se ha quedado al margen de la vida y los acontecimientos del momento. Ella le explica a Saúl sus verdaderas intenciones: en los días siguientes llegará su hermano, procedente de Estados Unidos, y desea hacer aparentar que no está sola; que tiene con quien compartir su senectud y eso hace la feliz.

Clara, del mismo modo, se entera que el verdadero nombre del falso judío es Raúl Ferrara y tiene un negocio de marcos en un barrio pobre.

Ferrara acepta ayudar a Clara en sus intenciones y ella lo alecciona para desempeñar el papel de novio ante el hermano que llegará.

Muy en el estilo de las producciones norteamericanas existe un predecible final feliz, donde la pareja termina por enamorarse de manera inevitable.

No se engañan con la idea de una nueva vida, saben que vivirán ya muy poco, pero intentarán arrancarle unos gramos más de felicidad.

El tono de la cinta es muy flojo, la manera como esos dos seres se relacionan deja mucho que desear.

Sol de Otoño demuestra que a pesar de las apariencias y del galardón que fue muy festejado en Argentina, a Eduardo Mignogna le faltan varios filmes para adquirir un peso decisivo en el contexto internacional.

*Publicado en Expreso Chiapas