Erotismo, arte, literatura

Fotografía: Ilia Varivchenko

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Si bien la asociación entre arte y erotismo ha llegado a constituirse en un lugar común, el punto de encuentro proviene de la naturaleza de ambas expresiones humanas. 
El arte es el resultado de un proceso de asimilación de un entorno, de una formación cultural específica y de la reincorporación de estos elementos en un producto con rasgos particulares y a través de un mensaje que prioriza su función estética. 

    La creación artística no puede tener ni generación, ni interpretación fuera de los individuos. El erotismo tiene una condición similar: es tal en medida que trasciende el mero hecho sexual y ha incorporado la imaginación, el intelecto. Tal como lo ha explicado el escritor español José María Álvarez: “el sexo, mera llamada de la especie, es algo ciego que vive en la carne. Los gozos de la inteligencia y del deseo decantado bien pudieran haber sido soslayados, como toda cultura, en la marcha de la humanidad; pero el erotismo es lo que constituye la civilización”. 

    Arte y erotismo tienen, por tanto, un mismo origen: la capacidad humana. Si bien la sexualidad siempre estuvo en la historia del arte, es en el arte contemporáneo cuando ocurre plenamente y sin ambages la incorporación del elemento erótico. Es en donde se ha registrado sin lugar a dudas y con todo el carácter lúdico posible la infinidad de escenas que han vivido o imaginado las inquietas mentes de los artistas. 

Las imágenes que golpean y se graban en la memoria, sin duda, son –de acuerdo con nuestra época que acertadamente Giovanni Sartori llama del homo videns- son las generadas en el arte plástico. Desde las figuraciones surrealistas, pasando por cuadros como El origen del mundo de Gustave Courbet, las esculturas de Auguste Rodin, hasta llegar a las fuertes escenas de Cindy Sherman o Robert Mapplethorpe. 

    En la plástica es en donde han tenido oportunidad de difundirse más evidente y ampliamente las intenciones o realidades eróticas. Pero si en las artes plásticas el erotismo es algo manifiesto, la literatura en tanto expresión no menor del arte ha registrado también todas aquellas vertientes del eros. 

Este, es otro rasgo que interesa apuntar. Todas aquellas nociones inherentes al erotismo que han sido definidas desde distintas perspectivas teóricas y científicas se encuentran en la literatura. Fueron plasmadas aún antes de existir definiciones y hasta de figurar en diccionarios del erotismo que la época contemporánea nos ha dado. 

    La literatura en general y la erótica en particular da cuenta, como vehículo del arte, de las proyecciones hoy mas o menos exhaustivamente conocidas. Pueden mencionarse en este sentido:

a) la desnudez absoluta, aquella en donde los cuerpos muestran sus virtudes, su conformación. Los pasajes abundan. Mario Vargas Llosa, en Los cuadernos de Don Rigoberto escribe: “¿Quién hubiera imaginado que aquellas severas ropas que lucía en el pupitre de su cátedra, esos trajes sastre con que exponía sus argumentos y mociones en los congresos, esas capas pluviales con que solía abrigarse en los inviernos, ocultaban unas formas que se hubieran disputado Praxíteles por la armonía y Renoir por lo carnosamente modelada? 

"Estaba bocabajo, la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados, de manera que la postura la alargaba, pero no eran sus hombros, ni sus mórbidos brazos, ni esa curvada espalda, lo que imantó la mirada del aturdido don Nepomuceno. Ni siquiera los anchos, lechosos muslos y los piececillos de plantas rosadas. 

"Eran esas esferas macizas que con alegre desvergüenza se empinaban y lucían como las cumbres de una montaña bicéfala. Pero, también Rubens, el Tiziano, Courbet e Ingres, Úrculo y media docena más de maestros forjadores de traseros femeninos parecían haberse apandillado para dar realidad, consistencia, abundancia y, a la vez, finura, suavidad, espíritu y vibración sensual a ese trasero cuya blancura fosforecía en la penumbra...”

b) Los cinco sentidos erotizados. Desde los ojos que simplemente observan hasta los que forman parte de experimentaciones como las descritas por George Bataille en Historia del Ojo. En dicho texto hay un pasaje -también asociado con la necrofilia o tendencia sexual de quien trata de obtener el placer erótico con los cadáveres- en que el personaje femenino perfilado por el autor francés arranca el ojo de un muerto y lo usa como parte del momento sexual. 

Bataille narra: “Simona miró el extraño objeto y lo tomó con la mano, completamente descompuesta, pero sin duda empezó a divertirse de inmediato, acariciándose el interior de las piernas y haciendo resbalar el objeto que parecía elástico. Cuando la piel es acariciada por el ojo se produce una dulzura exorbitante, aumentada por la horrible y extraña sensación del grito del gallo. Simona se divertía haciendo entrar el ojo en la profunda tajadura de su culo y acostada boca arriba, levantó las nalgas y trató de mantenerlo allí por simple presión del trasero, pero el ojo salió disparado, como un hueso de cereza entre los dedos, yendo a caer sobre el vientre del muerto, a pocos centímetros de la verga. (...) 

"Finalmente, Simona tomó el bello globo y presionando con calma y regularidad con las dos manos, lo hizo entrar en su carne babosa, entre el pelambre. Luego me acercó a ella, me abrazó el cuello con los dos brazos y puso sus labios en los míos con tanto ardor que el orgasmo me llegó sin tocarla y mi semen se descargó sobre su pubis”.

Lo usual es la mirada romántica, lo inusual pero por lo mismo aportación es la del ojo como artefacto erótico. En otro de los sentidos, está la descripción de sonidos guturales, de frases poéticas, de galanteos que nutren los oídos; pero que igual al anterior, puede tener utilidad y motivación física como la planteada por Michel Gall en La vida sexual de Robinsón Crusoe. “He conocido orejas muy pequeñas y delicadamente perfiladas. Recuerdo a una dama de muy buena familia, tan tierna como reservada, cuyas orejas me excitaban extraordinariamente. 

"Me gustaba toquetearlas sin parar mientras hacíamos el amor. Un día intenté tomarla por ahí. En el momento cumbre de nuestros retozos, cuando la bella dama comenzaba a desfallecer, me salí bruscamente de ella e, incorporándome, intenté introducirme en el orificio de su oreja. La bella y despiadada dama se lo tomó muy mal y se zafó de mi abrazo, presa de incoercibles temblores. Pálida de ira, me miró con odio y me soltó dos bofetadas, una en la mejilla izquierda, la otra en la derecha”. 

    En este inciso, se inscribe una parte esencial para todo lo relacionado con la unión de dos personas: la boca. En ella se destaca la lengua que permite el recorrido por zonas con sabores especiales que pueden degustarse. Pero sobre todo, un punto capital son los labios que son atractivos en sí además de lo que éstos transmiten para un acto erótico elemental: el beso. Besar es, sin discusión, el acto primario del acercamiento.

El escritor español Javier García Sánchez, en su popular cuento “La hamaca entre los tilos”, incluido en varias antologías del cuento erótico detalla: “En un instante se sintió agarrada por los codos y atraída con fuerza hacia el pecho de Jaime. No tuvo tiempo ni de protestar. Su boca fue a estrellarse contra la de él, cuyos labios se pegaron con desesperación a los suyos. Una sensación parecida al asco se introdujo en su sangre al notar aquella especie de ventosas, como si una aguja se le clavase en la espina dorsal. 

"Por un momento notaría flaquear sus rodillas. Intentó desasirse de aquel cuerpo que irradiaba lujuria, pero no lo conseguiría sino después de hacer una prolongada presión con los brazos. Por fin logró apartarse unos centímetros de él y balbuceó de carrerilla: ‘-Dicen que cuando recibes un beso que te gusta alcanzas las ciento cincuenta pulsaciones por minuto, veintiocho músculos del cuerpo se ponen automáticamente en movimiento y cuatro válvulas del corazón bombean más de un litro de sangre –en ese momento Ana se atragantó, aunque lograría continuar-: Yo, en cambio, no he notado absolutamente nada. 

"¿Lo oyes, cerdo?... Nada. Sigo fría como un témpano de hielo’. Pese al tono virulento empleado al decirlas, sus palabras no eran ciertas. Estaba temblando de rabia, pero también de deseo y repugnancia mezclados”.

Con esa certidumbre, Elías Nandino poetiza: “Es que hay besos que valen mucho más que un coito completo; porque son tan carnales, de veras, que nos dejan las bocas con dolor de caderas”. Pero el otro no sólo penetra en los ojos, la boca, los oídos. Ya Patrick Süskind, en su memorable trabajo El perfume, da cuenta de una afición humana a ciertos olores corporales perceptibles a través del olfato. 

El aroma a sexo, mayoritariamente al femenino, en razón del penetrante olor de las humedades lúbricas es, desde luego, un referente central de este apartado. El anónimo autor de Mi vida secreta detalla: “Un día, una chica contestó a mis súplicas y, descubriendo un pecho, me enseñó el pezón; la abracé, aplasté mi cara contra su cuello y lo besé. ‘Me gusta cómo te huelen el pecho y la carne’, le dije. Era una mujer grandota, y supongo que olí pechos y axilas al mismo tiempo; pero, fuera cual fuera la mezcla, me resultó deliciosa, pareció enervarme. 

"La misma mujer, una vez que la besaba con disimulo, me permitió bajar la nariz por su cuello para olerla. Fuimos interrumpidos: ‘alguien viene’, me dijo, apartándose. () ‘¿Por qué huelen tan bien las señoras?’ le pregunté un día a mi madre. Mi madre dejó un momento su trabajo y se rio quedamente. ‘No sabía que olían bien’. ‘Sí, sí que huelen bien, y especialmente cuando llevan puestas prendas interiores’. ‘Las señoras’, dijo mi madre, ‘usan pachuli y otros perfumes'".

Completamos la breve pero indispensable alusión a los sentidos con el tacto. La textura de la piel, la conformación de un cuerpo, la presencia o abundancia de la vellosidad. 

El tacto y los términos de aspereza o tersura, de violencia o ternura, parte de una mera caricia hacia en la exploración precopulatoria; o bien, como hecho mismo, como el que detalla Louis Aragón en El coño de Irene: “Cómo me gusta ver reanimarse un coño. Cómo se ofrece a nuestros ojos, cómo se comba, atrayente e hinchado, con su cabellera de la que surge, semejante a las tres diosas desnudas por encima de los árboles del Monte Ida, el incomparable resplandor del vientre y de los dos muslos. 

"Tocad, tocad de una vez: no podríais hacer mejor uso de vuestras manos. Tocad esa sonrisa voluptuosa, dibujad con vuestros dedos el hiato embelesador. Así: que vuestras dos palmas inmóviles, que vuestras falanges apasionadas por esa prominente comba se junten en el punto más duro, el mejor el que eleva la ojiva santa a su cima, oh iglesia mía. 

"No os movías más, quedaos, y ahora, con dos acariciadores pulgares, apartad suavemente, más suavemente, los hermosos labios con vuestros dos pulgares acariciadores, vuestros dos pulgares. Y ahora, te saludo, palacio rosa, plácido estuche, alcoba un poco deshecha por la alegría grave del amor, vulva entrevista un instante en su amplitud. Bajo el satén arañado de la aurora, el color del verano cuando cerramos los ojos”. 

La importancia de los sentidos en la literatura erótica no queda duda cuando un texto clásico, El Kamasutra de Vatsyayana, les involucra en los diez capítulos, de su segunda parte, dedicados a la unión sexual. Por algo, dicho libro hindú, en sus dos líneas finales asocia dos sentidos con actos de vida: “Mientras puedan besar tus labios y ver tus ojos, mientras esto viva, vivirás” .


c) El fetichismo, orgullo y debilidad, es una de los elementos inherentes al erotismo y a la literatura. La observación detallada de lo acompaña, cubre o es parte de los cuerpos es una referencia indispensable. Múltiples prendas, masculinas y femeninas, caen y el lenguaje narrativo enumera la tela y los cortes de brassieres, bikinis, ligueros o lo que constituya una barrera entre un cuerpo y otro. Los collares, brazaletes y demás objetos que adornan los cuerpos. 

Los tatuajes que en nuestros días tienen la capacidad de colocarse de manera provisional o fijarse en senos, glúteos o piernas femeninas. Y, de nueva cuenta, la vellosidad en sí puede ser el fetiche puesto que éste puede ser una parte del cuerpo, prendas u objetos para obtener la satisfacción sexual.

d) La zoofilia: del griego zôon, animal y philía, amistad, amor atracción. La injerencia de animales en la literatura erótica está relacionada con los autores que tienen cierto rango de audacia, desmesura. 

Por ello, el por todos citado pero no de la misma manera leído Marqués de Sade, incluye varios animales en el apartado de “Las pasiones criminales” de una de sus más populares –igualmente de referencia- trabajos: Los ciento veinte días de Sodoma. Sade enumera pavos, cisnes, cabras, burros, caballos, serpientes. 

Basten los dos ejemplos siguiente: “Un hombre hace lamer el coño de una mujer por un perro que está adiestrado para hacerlo. En el momento del orgasmo de la mujer el hombre mata al perro de un disparo, sin lastimar a la mujer”; “Un hombre jode a una cabra por las narices mientras ella le lame los testículos. Al mismo tiempo otro hombre le frota las nalgas y un tercero le flagela las espaldas”.

e) Las relaciones lolitizadas, sobre la base del término acuñado por la obra de escritor ruso Vladimir Nabokov, Lolita, quien tuvo la capacidad para perfilar al esquema universal de las relaciones entre hombres o mujeres maduras y adolescentes. 

Nabokov, de quien en 1999 se cumplen cien años de su natalicio, condensó en la primera mitad de este siglo un tipo de relación, en el seno de las sociedades contemporáneas, que ha estado presente en la historia de la literatura y que con acierto comenta José María Álvarez en La esclava instruida, precisamente una historia memorable entre un literato maduro, casado, con una joven de catorce años: “Cuántos grandes del arte habían enloquecido con criaturas como tú: Dante se enamoró de una Beatriz de nueve años; doce tenía la Laura de Petrarca; los mismos que el Marqués de Sade adjudica a Justine al comienzo de su educación turbulenta; diez eran los de la ‘esbelta corza’ que soñó Goethe para su Helena, y catorce, como tú los que obnubilaron a Fausto. Doce tenía Clelia Conti cuanto su belleza hechizó a Fabrizio del Dongo en la carretera de Milán, quince la mariposa Cio-Cio-San. También Byron amó a esos seres magníficos”.

f) La frontera de los sexos. La supresión de los tabúes individuales que impiden las relaciones plenas, totales aún entre hombres y mujeres en matrimonios formales o en relaciones pasionales. 

La plenitud a la que se debe aspirar es planteada por Carlos Fuentes en Diana o la cazadora solitaria: “ella poseía la infinita sabiduría de las verdaderas amantes que conocen la raíz del sexo del hombre, el nudo de nervios entre las piernas, a distancia igual entre los testículos y el ano, donde se dan cita todos los temblores viriles cuando una mano de mujer nos acaricia allí, amenazando, prometiendo, insinuando uno de los dos caminos, el heterosexual de los testículos o el homosexual del culo. 

"Esa mano nos mantiene en vilo entre nuestras inclinaciones abiertas o secretas, nuestras potencialidades amatorias con el sexo opuesto o con el mismo sexo. Una amante verdadera sabe darnos los dos placeres y darlos, además como promesa, es decir, con la máxima intensidad de lo solamente deseado, de lo incumplido. El amor total siempre es andrógino”.

Esta actitud del escritor mexicano es lo más destacable; porque lo común, y otra de las grandes constantes es la libertad para el ejercicio de las preferencias sexuales masculino-masculino o femenino-femenino. Las situaciones homosexualidad o lesbianismo tanto en simples alusiones como en historias son abundantes, bajo la premisa del poeta Elías Nandino: “el amor no tiene sexo, tiene amor”. 

En suma, la literatura en tanto expresión artística ha sido conducto para reflejar esa otra característica definitoria del ser humano: el erotismo. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación, acertadamente concluyó Octavio Paz. La literatura que ha servido para testimoniar la vida política, económica y social de la humanidad, no ha dejado fuera un aspecto central de las motivaciones humanas: la sexualidad, el erotismo, el amor. 

El caudal imaginativo del hombre para el ejercicio de su actividad sexual tiene un amplio registro en la literatura, ya sea catalogada como erótica o bien en trabajos que no tienen esa categoría. Al igual que los aspectos sociológicos reflejados en la literatura, ésta concentra los términos en que se expresa el erotismo en los diferentes momentos de la humanidad, demuestra sus aficiones y fobias, su libertad o represión, las maneras, las experiencias, las añoranzas, los deseos. A través de la literatura se percibe con mayor claridad que el erotismo, en tanto actividad intelectual, se expresa en cada individuo de acuerdo con la asimilación de la cultura y el arte que haya desarrollado.