DAVID SANTIAGO TOVILLA
El domingo 1 de noviembre, terminé de leer la nueva novela de Carlos Fuentes: Adán en Edén, publicada por Alfaguara, cuya circulación se inició la semana anterior y será presentada por su autor en la próxima edición de la Feria del Libro de Guadalajara.
Acorde con su interés de situar sus trabajos literarios en una coyuntura del entorno real, Carlos Fuentes, en el capítulo 40, apunta:
En su penúltimo capítulo, el 42, el escritor mexicano detalla en la cúspide de su narración:
“En México no podía contar ni con la policía ni con el ejército, no sólo por razón de atribuciones legales sino –peor- por la sinrazón de hechos ilegales.
“Así que mandé a traer una tropa feroz, tan feroz que ninguna organización legal de Alemania podía asimilar en la práctica o justificar en la ley. No me atrevo a dar el nombre de esta organización secreta, ni siquiera sus siglas…
“Que actuaban, a solicitud de parte, en Irak y Palestina, en Pakistán y Malasia, lo sabía yo. Los Sigfridos, en consecuencia, eran la única fuerza capaz de darle en la mera madre a los detentadores de la violencia en México”.
“Llega el comando Sigfrido en vuelos de Frankfurt a Sao Paulo a Cancún a Toluca, para despistar. Tengo todo listo para ellos. Las armas. Las instrucciones. Los uniformes.
“Actúan rápido. Actúan eficaz. Las máscaras –antigás y antitodo- les ocultan las facciones. Los Sigfridos son casi todos altos y rubios como su wagneriano nombre lo indica. Algunos son muy bajos, casi enanos, y se llaman entre sí los Alberich, pero están al mando de la tropa.
“Y la tropa actúa.
“Tienen la lista precisa de los criminales mexicanos. Sus casas. Sus familias. Viejos y jóvenes. Ancianos y niños. Mujeres.
“Actúan rápido. Actúan duro.
“Secuestran a los viejos.
“Se roban a los niños.
“Asesinan a los hombres.
“Los Sigfridos van dejando un reguero de sangre y dolor entre las familias de los grandes criminales. Nadie se salva. Nadie tiene fuero. El mayor. El más chiquito. Todos se quedaron, en un par de semanas, huérfanos, viudos, sin hijos.
“Es espeluznante, lo admito.
“Este niño amanece colgado de un poste de telégrafo.
“Este anciano aparece ahogado en la alberca de su casa.
“Se anuncia que esta mujer ha sido raptada –para siempre, para servir a usted. For good. Für immer.
“Que en dos semanas no hay criminal que no haya sentido el crimen en carne propia.
“Que los funerales se suceden como un carnaval de la muerte.
“Que los cementerios de llenan.
“Que nadie identifica a los Sigfridos…”
Tres días después, el miércoles 4, leo a Ciro Gómez Leyva en Milenio: “¿A qué está jugando el flamante y a la vez veterano presidente municipal de San Pedro Garza García, Mauricio Fernández? Parece el más complacido con las versiones que ven su mano justiciera detrás del cuádruple homicidio del sábado en la Ciudad de México. Y el más feliz repitiendo en los medios que, frente a secuestradores y extorsionadores, “tendré grupos de trabajo rudo y me voy a tomar atribuciones que no tengo.
“Al asumir el cargo el sábado, Mauricio dio la primicia de que uno de los criminales más famosos de Garza García, Héctor El Negro Saldaña, había sido hallado muerto en el DF junto con tres de sus secuaces. A partir de entonces no ha dejado de crecer la leyenda: que fue su carta de presentación, que los ejecutó el escuadrón de la muerte recién creado en el más rico de los municipios de Nuevo León, que se trata de un grupo entrenado por los israelíes”.
Me asombro de la ausencia de frontera entre la literatura y la realidad, así como de la literalidad de Carlos Fuentes.
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