DAVID TOVILLA
Existe la costumbre de comparar los trabajos anteriores de un director. En el caso de Alejandro González Iñarritu es lo más inadecuado para abordar sus trabajos. Filmes anteriores como Babel o Amores Perros son un planteamiento específico en cada caso. Su reciente estreno, Biutiful, lo es más.
Frente a la aridez del cine comercial, Biutiful se erige como un gigantesco oasis para colocar al espectador frente a su condición humana. Se insiste: tiene que ver con nada. Es una película que utiliza inteligentemente todos sus recursos para dialogar y trasladar al receptor desde su mundo ordinario al de realidades límites. Estruja, conmueve. Se sitúa en el sitio de grandes reflexiones humanas como una obra del clásico Víctor Hugo.
En muchos lados se ha destacado la actuación de Javier Bardem como elemento central del filme. El actor español está en su mejor momento. Pero Biutiful es completa e integral por otros aspectos. Tiene la musicalización esencial. Es un espléndido trabajo de un músico, también, poco igualable: Gustavo Santaolalla. Los silencios también ilustran. Y en Biutiful nada es estridencia. La película absorbe y de, repente, surge el acorde necesario. Espectacular.
Todos su detalles están cuidados con esmero. Cuando Biutiful muestra una plaza o un antro lo hace desde los espacios más significativos de ciudades españolas. Son referencias concretas sin dejar de asociarse con cualquier lugar del mundo. Iñarritu no escatimó en veracidad, autenticidad y profesionalismo. Para las bailarinas del episodio en un table dance, utilizó a dos de las actrices porno más famosas del mundo: Dunia Montenegro y Sophia Evans.
Biutiful llegará muy lejos porque es una cinta alejada del cine como evasión, recreo o farándula.
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