Molinari, la humildad ante la duda



DAVID TOVILLA
“La clase de poetas y de hombres que más necesitamos hoy: 
no a los que afirman ni a los que niegan 
sino a los que dudan y se interrogan.”

Octavio Paz

En su poemario Conjuros, Alejandro Molinari se coloca junto a nosotros para caminar acompañados en el recorrido de su trabajo creativo. Prefiere la comunicación fraterna que la abstracción para establecer distancias. Habla para que le escuchemos, no para que comenten lo hizo.

Conjuros es fiel a una tradición ancestral. Ese deseo de los humanos por acomodar el mundo de acuerdo con su perspectiva, congruente de lo que quiere o no. El ideal se aplica a las deidades, la naturaleza, los objetos o las actitudes. En esa ruta, el procedimiento propuesto por el poeta es la arenga surgida desde la sinceridad, la convicción, la declaración de principios, la experiencia, el convencimiento. El conjuro es una situación modificada en el momento en que se expresa; en este caso, el poema, al leerse, se realiza.

Sólo quien tiene algo qué decir desea “evitar que la palabra se vuelva silencio”. Alguien que haga de ella su herramienta cotidiana, su amante de cada día; su ayer, hoy y mañana como Alejandro Molinari. Aunque ellas ansíen una tregua, con él las palabras no descansan. Las hace ver, emerger, aunque estén cubiertas, distraídas o alejadas.

El poeta nos obliga a enterarnos de las verdaderas fuerzas transformadoras. Poderes infalibles como la ternura, tan capaz y creadora que puede “encender las lámparas de la casa”. Lo etéreo que mueve lo material, como ocurre en la vida real. Una reflexión desde la plenitud, la familiaridad y el anhelo.

La virtud del creador es traducir en un verso o una expresión lo que otros viven, piensan o irradian. Es la capacidad de extender un pensamiento particular en un sentimiento colectivo. Un ejercicio intelectual que sirve a hombres y mujeres de cualquier sitio o condición pero con una circunstancia semejante. Cuando Molinari apunta: “Porque no hay más que decir y todo es un campo primigenio donde retoza el aleteo de lo incierto” da voz a todos sus interlocutores que se apropian de la frase.

El autor persiste en hacer de las anécdotas un canto, una exaltación. Atavía a un género con la cobertura de sus conclusiones de gratitud, admiración y entrega. El poeta erige una ofrenda que al mismo tiempo es la pira donde se inmola para decir: “Porque toda mujer es piedra de sol: ¡arde!”, “Porque es montaña, ninguna niega su flama”, “Porque nido de golondrina, ninguna cancela la infinita vida”.


Conjuros tiene un bloque de poemas denominados “Pasos”. Un diálogo espiritual, introspectivo. El escritor nos traslada a su espacio físico para transmitirnos un caudal de reflexiones. Cada paso es un pensamiento, un peldaño, una mirada, una interrogante. Y, como todo él, proclama “la humildad ante la duda”. Sus preguntas son nuestras. Más que compartirlas, las traslada en nosotros. Sin premeditación, pensamos en aquella mujer mayor: “La abuela es a la casa lo que la ventana al alba. Ella sólo da fe de cómo el tiempo pasa”. Volteamos a ver un sitio con nuevos ojos: “La casa cruje. Se queja cuando ríe imperceptible. (...) Me siento en una esquina, como si fuera una hamaca sencilla. Me siento a escuchar el acomodo de sus huesos”. Compartimos un pensamiento que nunca nos propusimos: “No es fácil ser muro en esta casa. Todo el día uno frente al otro”. 

Molinari deja constancia de su permanente revisión extraordinaria de lo ordinario. Para hacernos partícipes y situarnos en la dimensión de lo que somos y ocupamos frente al mundo. ¿Somos similares a lo inanimado?¿Lo externo, en realidad es? Nos invita a revalorar, a interrogar, con la misma sencillez que el escritor lo hace: “¿Y si la casa fuese sólo un pensamiento? Los abuelos construyeron con palabras los patios, los techos y los cuartos de esta casa. No es el concepto construcción el que modela la estructura, es la palabra sencilla, su furtiva flama”. Cuando uno termina de transitar sobre las huellas marcadas por el autor sólo se puede decir: Alejandro, gracias por sembrar la duda, gracias por la humildad.

Desde la arrogancia se presumen las respuestas, en Conjuros no. Las constantes del autor son las del conocimiento mismo. El tono del poemario es el encuentro sorpresivo con lo que vemos o hacemos. Es trastocar la rutina. Crecer unido a lo habitual o inadvertido: “A veces realizo un acto sencillo: prendo la lámpara, por ejemplo”, “Los hombres no lo saben pero realizan actos complejos diarios: suben gradas para llegar temprano; eligen entre cuatro o cinco videos”, “Los hombres, no lo saben, pero dudan todo el tiempo”.

Molinari consigna, con claridad, la dimensión de la literatura. No siempre son necesarios tratados inmensos. Bastan unas líneas de poesía; de temple para aceptar nuestra suerte; de sabiduría para distinguir: lo esencial de lo accesorio, las ideas por encima de la palabrería, la acción ética sobre las apariencias. Así lo hace: “Uno nunca elige lo importante. Son las sobras del azar lo que nos toca. (…) Nos tocó por herencia el rescoldo del libre albedrío. Lo importante ya está dado. No puedo ser luz, ni chispa de fuego. Debo conformarme con ser charco: yo quisiera ser río”.

Bien llegada la riqueza de descubrimientos que dejan los Conjuros de Molinari.