Recibo el libro más reciente de David Tovilla: Juguetes y ocasiones. El remitente lo envía desde un lugar de La Selva del Cuerpo y el destinatario lo recibe en algún lugar del Desierto del Espíritu. Ambos, remitente y destinatario, saben que es provocación para el juego, tal vez el juego más jugado, tal vez el más perverso, tal vez el más emocionante. Si algo une a todos los seres humanos es su condición de ríos sensuales y sexuales. Estamos definidos por una luz que alumbra el cuarto donde reposa el espíritu y retoza el cuerpo.
David, en este libro, vuelve a colocar el juego sexual en el centro de la alcoba, lo hace con las cortinas descorridas y con las ventanas abiertas para que entre el sol y corra el viento. Ahora, la propuesta lúdica está inmersa en el juguete sexual.
Un día, el hombre descubrió que el juego de los cuerpos necesita, como todo buen juego, chunches para extender el goce. Cuando dos cuerpos se entrelazan, como si jugaran luchitas, el goce es limitado, porque, ¡oh, tragedia!, el hombre no tiene más que dos manos, dos brazos, dos piernas, dos ojos, dos oídos y un solo sexo, una sola lengua. Por fortuna, el hombre posee una imaginación que es como mil mundos.
Por esto, un día el hombre se supo niño y comenzó a jugar; ¡a jugar en serio! Recordó su infancia y reconoció que el juego del juego se sostenía, en mucho, de la imaginación y del juguete. Entonces inventó muñecas para que no solo las niñas jugaran, sino para que jugaran los hombres e inventó antifaces, arneses, dildos y disfraces. Inventó juguetes para juegos de paz y para juegos de guerra. Se soñó apache sioux; se soñó Robinson Crusoe y llamó a Viernes para jugar los sábados y domingos o cualquier día, total, para el juego no existe día ni hora limitados.
El libro de David (como siempre, de factura cuidada) cuenta las historias de siete mujeres (¿una para cada día de la semana?). Cada una de estas mujeres experimentan el dulce goce del juego con juguetes sexuales. Andrea, Bianca, Corina, Denisse, Erika, Fabiola y Gisela juegan con el lector que, no puede evitarlo, se pone en el lugar donde la escena ocurre y se convierte en el jugador; sólo para saber, aunque sea por un instante, que el goce también existe en la posibilidad. El autor no lo expresa, pero, entre líneas, el lector sabe que este libro es para leerse en compañía. Los lectores onanistas no gozarán este libro; lo gozarán, hasta lo indecible, los que compartan la ocasión. A final de cuentas, nos dice David, los amantes están a la vuelta de la esquina y el azar los coloca ante el prójimo dispuesto a jugar, a volver a ser niño y experimentar con juguetes.
Publicado en Revista 10, número 137:
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