Astrid Rodríguez, las huellas de la vida

DAVID TOVILLA

El genio del fotógrafo reside en efectuar una lectura diferente de la realidad. Y, en dotar a cada fotografía de un lenguaje. Lograr transmitir una sensación, un estado de ánimo. Generar una historia y su desenlace, al mismo tiempo. Decir sin explicaciones. Comunicar lo que dice un atisbo, un instante.

En la serie “Metalurgia”, la fotógrafa Astrid Rodríguez nos comparte un testimonio. Deja constancia de las huellas de la vida. En donde muchos olvidan, ella recuerda. Los objetos inanimados están a la vista de todos. Atrapar la capacidad de expresión de cada uno de ellos es la virtud de la artista.

La madera antigua y el metal deteriorado no describen el tiempo por sí mismos. Lo hace el registro de Rodríguez en imágenes en blanco y negro. Lo consigue su particular acercamiento. Lo obtiene al hacer poesía de los detalles. Al dar inmensidad, plenitud, a lo desvencijado. Aquí, unos eslabones; allá, una rejilla; acá, un enlace. La fuerza, la tensión, la utilidad de todo. Lo que fue y es. Lo inexorable y la simplicidad de la existencia. La persistencia. Es diferente la mirada de melancolía a la de sabiduría. 

La fotógrafa hace que el receptor de su trabajo participe intelectualmente en cada toma. El fragmento de engrane detenido, el clavo en la viga, la carcomida aldaba generan preguntas. ¿Qué, cuándo, quién? Especulan respuestas: acaso, tal vez. No hay indiferencia. 

La placidez narrada por estas fotografías mueve, convoca, suscita. La explicación es que, en el fondo, el trabajo creativo de Astrid Rodríguez es una meditación más que hacia las cosas: a nosotros mismos porque son nuestro reflejo...