¿Lectura en papel o digital?

Foto de Alireza Zarafshani

DAVID SANTIAGO TOVILLA

En su más reciente libro, La civilización del espectáculo (2012), Mario Vargas Llosa plantea una interrogante en torno a las tendencias de los lectores del siglo veintiuno: ¿lectura en papel o digital? El Nobel del literatura apunta: “¿Sobrevivirán los libros de papel o acabarán con ellos los libros electrónicos? ¿Los lectores del futuro lo serán sólo de tabletas digitales? 
"Al momento de escribir estas líneas, el e-book no se ha impuesto aún y en la mayor parte de países todavía el libro de papel sigue siendo el más popular. Pero nadie puede negar que la tendencia es a que aquél vaya ganándole a éste el terreno, al extremo de que no es imposible avizorar una época en que los lectores de libros de pantalla sean la gran mayoría y los de papel queden reducidos a ínfimas minorías o incluso desaparezcan. 

"(…) Me cuesta trabajo imaginar que las tabletas electrónicas, idénticas, anodinas, intercambiables, funcionales a más no poder, puedan despertar ese placer táctil preñado de sensualidad que despiertan los libros de papel en ciertos lectores. Pero no es raro que en una época que tiene entre sus proezas haber acabado con el erotismo se esfume también ese hedonismo refinado que enriquecía el placer espiritual de la lectura con el físico de tocar y acariciar”.

Es innegable que la tecnología ha incidido en la lectura pero no tiene por qué ser una disyuntiva. Hay una generación de lectores formados en la lectura física. Es difícil dejar el lápiz para subrayar los libros, hacer anotaciones en sus espacios en blanco, colocarlos por tema, continente o autor. Regresar a ellos al elaborar algún material para revisar esas notas que se agregaron para su uso posterior. La satisfacción de llegar hasta la hoja final y colocarle una fecha o seña de lectura. 

El encuentro con los libros de papel es una ceremonia, un regocijo y tiene su encanto insustituible. Pero ¿Qué hacer cuando no hay posibilidades de contar con la biblioteca personal? En una temporada en que debí prescindir de ella y no tener mucha comunicación con el mundo habitual, una tableta electrónica salvó mi vida. Fueron cargados trescientos veintitrés libros en una tarjeta de treinta y cuatro gigabytes. Desde los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, hasta títulos como Elegía de Phillip Roth. 

También fueron anotados con las posibilidades que ofrecen los gadgets actuales. Leer y escribir en una pantalla táctil de nueve pulgadas. Cargar con una biblioteca en el bolsillo sólo es posible con la revolución tecnológica. El problema es cuando algo ocurre con las aplicaciones: se actualizan y pueden borrar la huella del paso personal por dichos libros. Aunque se conserven los archivos, los apuntes se han esfumado. Esto es: el trabajo intelectual en sí, se habrá desaparecido. Son de las desventajas con la que hay que lidiar. 

Pero la facilidad de acceso de los medios electrónicos alcanza hasta el plano económico. Para ejemplificar, el ensayo aludido de Vargas Llosa tiene, por estos días, un precio para la edición impresa de $219.00; la versión digital: $99.00. Lo electrónico, además, no espera a la llegada de la mensajería desde el centro o el extranjero. En minutos, el material deseado o necesitado, está ya ante la vista. Nada que ver con el pasado, cuando estudiar una carrera de literatura era una aventura a través de borrosas copias fotostáticas.

El paso natural es la convivencia de ambas opciones. Puede leerse en una tableta por la facilidad de transportación. O bien, la primera lectura puede hacerse en este medio. Lo digital puede ser parte del permanente ejercicio de cribar. Los libros que dicen algo y ameritan estar en la biblioteca tendrán, consecuentemente, una adquisición impresa. 

Las relecturas pueden hacerse en libros de papel. Ya decía el maestro Octavio Paz: “Desconfío de la gente que no relee. Y de los que leen muchos libros. Me parece una locura esta manía moderna, que sólo aumentará el número de los pedantes. Hay que leer bien y muchas veces unos cuantos libros”. Hace meses, conocí El museo de la inocencia de Orhan Pamuk en libro electrónico. A la menor oportunidad, ese cautivante trabajo será releído en un volumen que pueda tocarse, subrayarse, entrar en comunión con él.

En conclusión, los lectores del siglo XXI no están emplazados a elegir. Es posible utilizar las dos herramientas, física y digital, para vivir la experiencia literaria. Una vez que se han experimentado ambas opciones, se entenderá que cada una tiene su momento y utilidad.

Publicado en la revista diez número 161, del 13 de enero del 2013.