Homenaje a Russ Meyer

David Santiago Tovilla

Russ Meyer (1922-2004) es uno de los autores integrados en las retrospectivas de la Cinemática de París y el Museo de Arte Moderno de Nueva York. 

Su trabajo comprende dos décadas de presentación del sexo raso, desbordado, extravagante, divertido, colosal. Sus películas tienen un gusto y una filosofía distintivos. Aunque se presentan con una manufactura burda, guarra, cutre, violentas, sus cintas constituyen un tributo a la mujer y al ejercicio de la sexualidad desinhibida, desaforada. Sus trabajos más emblemáticos son: Supervixens (1975) y Up! (1976), mejor conocida como Megavixens.

En su cine hay escenarios reiterados y prototipos. Los hombres que aparecen en las cintas son personajes del mundo del trabajo: despachador de gasolina, leñador, agricultor, barman. Son el género débil. Débiles ante el sexo. Quienes se apartan de estas actividades populares son los policías, pero no gozan de respeto; en torno a ellos se despliega un catálogo defectuoso: corruptos, misóginos, impotentes, sádicos, asesinos.

Las mujeres tienen una caracterización especial: son hermosas, profusas, con senos enormes de cuarenta pulgadas o más de cien centímetros. Son la tentación, el enardecimiento y la avidez sexual. Siempre ellas son mejores amantes que ellos. Tienen la iniciativa, el liderazgo, los rasgos heroicos. Sonríen, viven, se entregan con frenesí. 

Las expresiones son del mismo carácter estridente, atronador. «Ella aporrea el escroto con alegría», «la kamikaze del cunnilingus», «la cacofonía de la carne» se dice en Megavixens. Nada en el imaginario sexual de Meyer es discreto, sensible, delicado. Todo es desaforado. Follar es escandaloso, efusivo. El momento sexual libera toda la energía. Es pletórico, intenso. Por lo general son las mujeres quienes están arriba. 

Esto es: tienen el control del golpeteo sobre el miembro masculino, en la posición llamada «liberación femenina». Arriba: gozan, levantan los brazos eufóricas, se electrifican, gritan, embisten con sus poderosos genitales. Cruzan por la pantalla con alarde de su desnudez. Son el centro del universo fetichista meyeriano. 

Coger es un hecho imprescindible en los filmes de Russ Meyer. Se hace muchas veces y todos lo hacen. En donde se puede o la urgencia lo amerita. Al escenificarse en zonas rurales, se folla en los árboles, en el agua, en la carretera. El sexo es primero. 

Todo está después. Incluso las historias. En Supervixens una mujer es asesinada pero logra materializarse en otra para ser feliz con su pareja, hasta vengarse de su asesino. 

En Megavixens, es la intriga en torno al asesinato de un personaje de extremo parecido a Adolfo Hitler. Los temas sólo sirven de pretexto, lo importante es mucho sexo, acción, diversión. Son películas saturadas, incesantes, entretenidas.

Es inexplicable que en la mayoría de los ciclos de cine erótico, no se recuerde a este apasionado cineasta que encarnó el auténtico cine de autor: él fotografió, dirigió, editó y produjo sus filmes. Vale más que recordarlo y conocer su talentosa herencia libertina.

Un brindis permanente por Russ Meyer.