Dinámicas de consumo cultural

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DAVID SANTIAGO TOVILLA

En 1997, Netflix se inició con la distribución de videos a domicilio al mercado estadounidense. Para septiembre de 2011, ofrecía sus servicios de películas en línea para todo el mercado latinoamericano. Un cambio en casi década y media. 

El giro de la empresa cambió porque el consumo cultural fue modificado. La innovación tecnológica ha generado una dinámica diferente entre proveedores y consumidores. El acierto es aprender los nuevos soportes y mecanismos; el desacierto es mantener las inercias y modos de hacer históricos.

Por estos días, la mayor empresa dedicada a la explotación comercial cinematográfica: Cinépolis, ha inaugurado su modalidad de cine por internet. En “cinepolisclick.com” presenta las alternativas de rentar películas individuales o ver una del catálogo gratuito a suscriptores. No se han conformado con crecer y adquirir salas alicaídas. 

Han entendido que, ahora, se ve mucho más cine que nunca. Sólo que no siempre se acude a las salas cinematográficas. La razón principal es que la cartelera es en extremo limitada. En su mayoría, se reduce a lo generado e impulsado por la gran industria norteamericana. La verdad es que frente a opciones anodinas se termina en busca de títulos clásicos o estrenos en video de otras nacionalidades. 

El cine como arte no se restringe a los estrenos semanales más interesados en la competencia por la recaudación mundial. Cinépolis es una empresa exitosa porque ha tenido la visión de acoplarse a sus consumidores. Hoy, ha decidido disputar el verdadero campo del siglo XXI: el streaming o consumo multimedia sin descarga. Tiene las relaciones; es un negocio que conoce; ha estudiado el comportamiento de sus consumidores; con frecuencia, realiza promociones para generar fidelidad.

En Lectores, espectadores e internautas, libro de la serie para conmemorar los treinta años de la editorial Gedisa, Néstor García Canclini expone con incomparable claridad: “Ahora, la mercadotecnia sabe que la industrialización de la cultura prospera si se hace cargo de las diferencias entre las naciones y las etnias, los hombres y las mujeres, si produce bienes diferente para los de 60, 40, 15 y 8 años. 

"A las instituciones gubernamentales dedicadas a la difusión cultural les cuesta admitir que su tarea de formar públicos debería ir más allá de repetir la oferta para todos, publicitar consignas y carteles o multiplicar bibliotecas públicas y escuelas. Con fondos raquíticos compiten mal con las industrias comunicacionales en vez de promover innovaciones y generar, en los tiempos largos de la educación, experiencias capacitadoras para disfrutar tanto del arte como de los nuevos lenguajes.

“La educación y la formación de lectores y espectadores críticos suelen frustrarse por la persistencia de desigualdades socioeconómicas, y también porque las políticas culturales se repliegan en una escena predigital. Insisten en formar lectores de libros y, además, espectadores de artes visuales (casi nunca de televisión), mientras que la industria está uniendo los lenguajes y combinando los espacios: se hacen libros y también audiolibros, se hace cine para las salas y para el sofá y el móvil”.

Cinépolis es un ejemplo de lo que debe hacerse, de la actitud a mantener: renunciar a la pretensión de llevar al público a donde no quiere ir; llegar a donde está la vida familiar, social y cultural. Desistir de sacar a la gente de su ritmo; incorporarse a lo que ésta hace en la actualidad. Esta necesidad se extiende a todos los ámbitos del consumo cultural. Sobre todo al ver la triste realidad de salas de exposiciones temporales vacías.