“No” de Pablo Larraín: la mejor película sobre una campaña


David Santiago Tovilla

Lo más difundido de la película chilena “No” es su candidatura al Óscar 2012 como mejor película extranjera. También, es popular el papel protagónico del mexicano Gael García Bernal. Más allá de ese momento estelar, “No” es una gran cinta sobre el quid de una campaña propagandística. 

La veracidad del proceso junto con lo real de la historia logran que, por momentos, parezca un documental. El director Pablo Larraín creó un producto que será referencia y uso necesario en las carreras de publicidad y mercadotecnia.

No” recrea el mes previo al plebiscito de 1988, en Chile, para decidir entre el fin o la continuidad del régimen del general Augusto Pinochet. Pero más allá de la anécdota, las alusiones históricas, la audacia de filmar en video para generar la identidad de la década de los ochenta, es la exposición del cómo cambiar una realidad en treinta días. 

Todos los elementos aleccionadores de una campaña exitosa están plasmados a detalle. Se registran: las sesiones creativas; el briefing o informe cardinal para construir la campaña; el trabajo con grupos focales; la reacción errónea o adecuada a un mensaje mediático; la importancia del control y dirección sin concesiones a lo que pretenda apartarse del concepto establecido; el necesario estudio del mensaje contrario. 

Los talentos de Antonio Skármeta, Pedro Peirano y Larraín confluyen en este valioso material de estudio. La cinta “No” trascenderá las notas coyunturales de su postulación y derrota hacia el máximo galardón cinematográfico. Su reconocimiento llegará, de manera progresiva, cuando se comprenda su mérito en el ámbito profesional. “No” llega hasta el detalle de recuperar las producciones originales utilizadas en la batalla televisiva por la aceptación o la negativa a Pinochet.

El publicista René Saavedra, encarnado por Gael, dice sin la menor duda: “transmitir un mensaje político con las herramientas de la publicidad”. En otras palabras, es algo elemental que no siempre ocurre con las campañas políticas: profesionalizarlas. La película documenta la resistencia, sobre todo en la izquierda, a salirse del estereotipo que ella misma y sus adversarios le han creado. “No” recupera la gran lección entre hacer “lo que se quiere” y “lo que se debe” en propaganda. 

La película demuestra lo que Juan Forch, nombre real de quien aparece como Saavedra, ha explicado: “Se cuidó hasta donde fue posible no caer en la inercia de los mensajes tradicionales, estremecedores, angustiosos. Darle vuelta a los argumentos de propaganda habituales para transmitir no actitudes e imágenes de denuncia, rencor y venganza, sino una propuesta de cambio esperanzador y de reconciliación. 

El éxito estuvo en salirse de las consignas política para trasladarse al terreno de los estados de ánimo, de las expectativas sociales; en otras palabras, en despolitizar la campaña, desideologizarla para reencontrarse con la sociedad en el terreno de las motivaciones y expectativas personales y sociales”. 

En 1988, Forch llevó a la práctica lo que, en 2004, Kevin Roberts de Saatchi & Saatchi definió como “Lovemarks”: crear productos y experiencias que sean capaces de construir vínculos emocionales profundos y duraderos con sus consumidores. Por algo el logotipo del “No” fue un arcoíris y “La alegría ya viene” el eslogan de la campaña. Como dice uno de los protagonistas: “¿qué puede competir contra esa idea?”

La película “No” es aleccionadora, educativa. Necesaria en un país como el nuestro, como lo demostró Adolfo Aguilar Zínser en su libro ¡Vamos a ganar!. Ahí apunta la visita de Juan Forch a México, en abril de 1993, para compartirle a Cuauhtémoc Cárdenas su aclamada estrategia. 

A diferencia de la izquierda chilena, la mexicana rechazó la asesoría profesional para regirse por voluntarismos y personalismos para acumular derrotas hasta la fecha. Por eso, cualquier esfuerzo por conseguir y ver la cinta “No” es menor al aprendizaje que proporciona.