Sonata de Vinteuil - Canción para la unificación de Europa


David Santiago Tovilla

Hay piezas musicales que se quedan para siempre. Están asociadas a un hecho, una referencia, un instante emotivo, un aprendizaje. Dejan su sentido original para asumir el que les inviste el receptor. Se convierten en evocación, sentido, signo, latido. Su fuerza sustituye las palabras para transmitir una emoción. Son tiempo perpetuado, pasiones encapsuladas, instantes inmortales.
Cuando se termina de leer En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, una de las inquietudes es escuchar la “Sonata de Vinteuil”. Es mencionada una y otra vez por el autor. Asociada con las pasiones del protagonista desde el primero de los siete tomos: “Sin duda, la forma en que la sonata había codificado esos sentimientos no podía resolverse en razonamientos. 

Pero, desde hacía más de un año que le revelaba a Swann muchas riquezas de su alma, le había brotado el amor a la música, al menos por algún tiempo, y consideraba él los motivos musicales como verdaderas ideas de otro mundo, de otro orden, ideas veladas por tinieblas desconocidas, imposibles de penetrar por la inteligencia, pero perfectamente distintas unas de otras, desiguales en cuanto a valor y significación”. 

Proust consigna hasta un debate sobre la tonada. Los especialistas han concluido que el escritor francés se refería a un momento musical que se aproxima a la “Sonata para violín y piano” de César Frank. En el más popular sitio de videos en línea, también puede apreciarse la composición que Jorge Arriagada incluyó en el filme El tiempo recobrado, de 1999. 

Las variaciones del violín, en efecto, dialogan entre el presente y el pasado, como la afirmación actual y la nostalgia que vive en el corazón. La Sonata de Vinteuil es un hecho literario que a fuerza de reiterarse en la obra termina por obligar a su existencia tangible.

Pensar en piezas musicales perpetuas hace recordar un trabajo inolvidable de Zbigniew Preisner, de 1993: banda sonora de la película Bleu de Krzysztof Kieślowski. Se trata de Song For The Unification Of Europe: rotunda, gigante, monumental. 

Es una composición apabullante que con tan sólo escucharla una vez se recuerda por décadas. Su abundancia de elementos sonoros son imperecederos. Coros, estruendo armónico, canto, instrumentos solos para apreciarlos en su pureza, exaltación, murmullo. Cinco minutos en los que uno permanece inmóvil, en espera de la siguiente variación, para no interferir en su desarrollo pletórico. 

Trescientos diecisiete segundos en los que cualquier contexto desaparece. Una totalidad que abstrae de pensamientos y acciones para concentrar en unos timbales resonantes, una aguda voz femenina, la conmoción de la flauta, el ritmo de los violines. El tránsito entre la fastuosidad de los sonidos graves y el asenso para la plenitud de tonos medios y agudos, hacen de la Canción para la unificación de Europa una pieza única, indeleble. 

Escucharla completa es una grata experiencia turbadora. La película recrea la conclusión del trabajo musical por otra persona, ante el fallecimiento inesperado de su creador. En consecuencia, en el disco, se incluye también la riqueza musical a través de sus fragmentos; incluso, variantes del ejercicio de composición que no fueron trasladados a la expresión final de la Canción

En el efecto contrario al caso anterior, la obra de Preisner es el soporte de la mirada introspectiva del filme. Aún así, existe pletórica al margen de éste. Es un suceso musical que no ocurre con frecuencia.

La Sonata de Vinteuil es idea y la Canción para la unificación de Europa intensidad. Ambas son perdurables, por su poderío artístico: uno literario y otro musical.