Sade en el supermercado


David Santiago Tovilla

Editores Mexicanos Unidos modificó las portadas de varios de sus libros. Buscó algo moderno, atractivo, agradable y colocó los títulos en la colección “Grandes de la Literatura”. Obras clásicas y autores imprescindibles están a bajo precio en sitios especiales y preferenciales de algunos supermercados. 

Llama la atención encontrar en esta iniciativa al más clásico de la literatura erótica: el Marqués de Sade. Se presentan dos títulos: Justina o Los infortunios de la virtud y Julieta o el vicio ampliamente recompensado. Dos trabajos que aluden a las experiencias libertinas por caminos opuestos, en un caso el misticismo y en el otro la prostitución. El Marqués es un autor siempre citado, desvirtuado, estigmatizado pero en realidad poco leído. Así que encontrar a Sade en el supermercado, como dice el promocional es algo que “no tiene precio”.

Julieta o Justina son dos trabajos básicos del erotismo. Lectura obligada, hoy, cuando la novela Cincuenta sombras de Grey ha hecho mucho daño. La publicidad le llegó a llamar “porno” para mamás. Pero, una vez más: ni es porno, ni buena literatura, ni mucho menos filosofía libertina. Es sólo una máquina de hacer dinero. 

Las descripciones crudas, puntuales, sin hipocresías de Sade, con seguridad harán decir a algunos, ahí sí: pornografía. ¿En serio? Es una palabra más relativa que cualquiera otra porque está vinculada con la formación cultural de quien califica. Veamos la noción con seriedad: Joan Coromines nos dice que “Pornografía” es un término utilizado a partir de 1880, derivado del griego pornográphos: el que describe la prostitución; compuesto de pórne“ramera” y grápho “yo describo”. 

Y no es que el tema se reduzca a la vida de la prostitución sino que las primeras referencias aludían a las prácticas y hechos que ocurrían en ese entorno, porque la censura social rechazaba la libertad sexual privada. Bien lo apunta Julieta García González: “algo cercano a la pornografía parece haber existido desde el inicio de nuestra historia, nunca como ahora fue posible su reproducción y explotación casi ilimitadas. 

Durante siglos el consumo de contenidos altamente pornográficos fue una actividad secreta, tan íntima y privada como las fantasías que podía despertar; algo que concernía a unos cuantos, a círculos pequeños, a cofradías sigilosas o a individuos que se disfrazaban para lograr su cometido”.

Antonio Tello, por su parte, comenta: “la Academia da a esta voz tres acepciones: tratado acerca de la prostitución, carácter obsceno de obras literarias o artísticas y las obras que tienen este carácter. No obstante, la pornografía término que por extensión también alcanza a la conducta considerada obscena o impúdica, es de difícil precisión ya que depende de las pautas morales del censor”. 

Esta condición imprecisa y relativa también es suscrita por Claudio Alarco Von Pefall: “Es un concepto difícil de precisar. De un modo general, puede decirse que son todos los escritos, fotografías, dibujos, películas y otros producidos con el objeto de excitar sexualmente. Se clasifica hoy en dos grandes grupos: “porno suave” y el “porno fuerte”. 

El primero comprende las representaciones de personas desnudas, presentadas discretamente y de actos sexuales simulados. El segundo comprende las representaciones detalladas, vivas y atrevidas de las diversas prácticas sexuales como la masturbación, las relaciones homosexuales y heterosexuales, el cunnilingus, la fellatio, el sadismo, el masoquismo, la bestialidad, el exhibicionismo, el voyerismo, el fetichismo, la necrofilia, etcétera”.

Hoy, el concepto se asocia con una industria de consumo que es uno de negocios con mayor rentabilidad en el uso de la web, aunque ni la pornografía ni el goce pornográfico surgieron con el mundo del video, en la década de los ochenta. 

Pero son Octavio Paz y su agudeza reflexiva quienes sitúan con precisión la cuestión pornográfica, en este momento: “El dinero ha corrompido, una vez más, a la libertad. Se me dirá que la pornografía acompaña a todas las sociedades, incluso a las primitivas; es la contrapartida natural de las restricciones y prohibiciones que son parte de los códigos sociales. Tanto las imágenes (pornografía) como los cuerpos (prostitución) han sido siempre y en todas partes objeto de comercio. 

"Entonces, ¿en dónde está la novedad de la situación actual? Contesto: en primer lugar, en las proporciones del fenómeno y, según se verá, en el cambio de naturaleza que ha experimentado. En seguida: se suponía que la libertad sexual acabaría por suprimir tanto el comercio de los cuerpos como el de las imágenes eróticas. La verdad es que ha ocurrido exactamente lo contrario. La sociedad capitalista democrática ha aplicado las leyes impersonales del mercado y la técnica de la producción en masa a la vida erótica. 

"Así la ha degradado, aunque como negocio el éxito ha sido inmenso. El comercio ha suplantado a la filosofía libertina y el placer se ha transformado en un tornillo de la industria. En el pasado, la pornografía y la prostitución eran actividades artesanales, por decirlo así; hoy, son parte esencial de la economía de consumo”.

Rocío Barrionuevo describe como pocos autores las virtudes pornográficas, las asume y defiende: “Soy pornógrafa. Me gusta la literatura que afirma los derechos de la carne; gozo con la narrativa y la poesía que describen los placeres lúbricos, la síntesis del amor-pasión y el libertinaje. La literatura erótica no siempre es aceptada por los lectores que detestan la pornografía porque representa todo lo que no entienden y no pueden controlar de sus propios cuerpos; simboliza los impulsos instintivos que no se disimulan ni con todos los artificios de la civilización. 

"La negación del propio cuerpo y la represión del deseo son las causas por las que frente a producciones literarias rabiosamente lascivas, en lugar de invocar su calidad, los detractores del género pretenden distinguir entre lo erótico y lo pornográfico, aunque nadie ha podido explicar coherentemente en qué consiste la diferencia. La pornografía es la descripción simple y llana de los deleites carnales; el erotismo es la misma descripción revalorizada, en función de una idea del amor o de la vida social. Todo lo que es erótico es necesariamente pornográfico”.

En conclusión, llamar “pornográfico” al Marqués no es una descalificación: es un reconocimiento a su calidad literaria y a su capacidad de descripción del mundo del placer sin subterfugios. Bien por tener a Sade en los supermercados.