Una escultura de Ángel Luna

David Tovilla


Reservado, dedicado, distante de los reflectores, Ángel Luna continúa su producción escultórica. Produce para traducir momentos, sensaciones, percepciones, imaginación. Su creación es la más sincera expresión. Dialoga con los materiales para comunicarse consigo mismo. Cada pieza es la traducción de su ser hoy.

Ángel Luna puso sus manos en la madera. Eliminó fragmentos. Destacó formas. Se concentró en las redondeces. Creó un cuerpo femenino. Es más que una escultura. No sólo puede apreciarse y recorrerse en trescientos sesenta grados. Invita a establecer otra relación con el objeto. A palparse, vincularse. Es una voluptuosidad que rompe la distancia con el espectador. Convoca, atrapa porque es sensibilidad concentrada. Consigue un instante de entrega mutua: quien ve y el objeto inerte pero vivo. Su vida es la del universo corpóreo a que remite. Aquel homenajeado por Whitman: "Creo que el cuerpo del hombre y de la mujer son el compendio de todos los compendios". Esa condición aventajada subrayada por Terenci Moix: "¿Qué hay en un cuerpo? Seguramente, la única parte de la belleza que nos es dado constatar. Lo único que, en su concreción, puede anular al mundo de las ideas. El dominio de un cuerpo sobre otro es el más concreto de todos cuantos determinó la naturaleza". Aquello inasible por su riqueza infinita, señalado por Huberto Batis: "El cuerpo nunca puede ser conocido ni poseído por completo porque, como todas las cosas, tiene una perfección que ni por el arte puede ser captada.”



Dejó el entorno del creador y, ahora, es de todos. Pero no del mundo: de quienes tienen el privilegio de verla. Ángel Luna debe estar satisfecho porque en el contacto de cada mirada se desarrolla ese instante poético que supo dejar en esa feminidad. Sus pechos rebosantes de perfecta combinación con el hueco de la mano. Los pezones erguidos naturales, como son en la realidad, en un cuerpo expuesto y en preludio. Los brazos en alto para permitir su lucimiento con esplendor. Senos cautivadores por su autenticidad. La madera es un medio para exponer una emoción, un caudal, una razón de proceder.

Una pieza, un torso. Muchas asociaciones. Ninguna indiferencia. No puede haber, porque es “ella”. Imposible decirlo en palabras diferentes a las de Luis Cardoza y Aragón: “Porque en una sola mujer a todas las mujeres amamos/ porque toda la vida un solo poema escribimos/ porque en todas las mujeres sólo a una mujer amamos/ porque sólo una vez sólo una vez sólo una vez vivimos.”

La pieza de Ángel Luna tiene el don de constituirse en un verbo activo. Es un cuerpo que conmueve, deleita, instruye. Los senos son ostentosos. El abdomen no es el estereotipo actual: es más fidedigno al común. Sexo, muslos, nalgas con una tersura especial. Madera transformada, humanizada, permutada. Un cuerpo que, también, se vive, goza, apasiona. Una entidad que propicia y llama a la comunión. Unas proporciones envidia de sus homólogas. Un centro que atrae, abstrae, seduce. Un cuerpo que como todos: es la vida; en consecuencia: es todo.