2 de octubre de 1968


David Santiago Tovilla

Tlatelolco, el 2 de octubre, el movimiento juvenil, la masacre de 1968 son referencias que luego dan motivo a expresiones que ninguna vinculación tienen con su origen. Las provocaciones violentas, recurrentes cada año, están lejanas a los acontecimientos y las motivaciones de aquella generación. 

Los discursos forzados para justificar actos vandálicos atentan contra la memoria de los caídos en aquel tiempo. Las aportaciones culturales, sociales y políticas de la revuelta del sesenta y ocho deben preservarse por encima de protagonismos y lucros.

Tan sólo este año, se han estrenado dos producciones cinematográficas: Tlatelolco, verano del 68, en agosto; y El paciente interno, en septiembre. No nuevas aportaciones pero sí perspectivas diferentes para un tema que, en su esencia, no está agotado, aunque se desgaste con la estridencia de sus “celebradores”. Una historia amorosa y un testimonio que buscan reivindicar eso que no está en las manifestaciones anuales.

Como todo ejercicio intelectual, el 68 requiere de abordarse sin dogmas de ninguna clase. Es un episodio crucial para la democracia en el país. Su contribución no debe escatimarse por unos y otros. Pero amerita airear la revisión con una mentalidad más fresca. Sí: la condena a los asesinatos, a la incapacidad de un gobernante. 

Pero merece un escrutinio objetivo al contexto de la guerra fría y un país al que Estados Unidos señaló como un punto de tránsito entre Cuba y América Latina. La poderosa ultraderecha norteamericana que perdió sus negocios en la isla caribeña no olvidaba que de México salió el barco Granma que transportó a los barbudos que triunfaron.


En ninguna parte se escuchan alusiones a la contundente decisión de Octavio Paz de renunciar a la Embajada de la India con un texto de menos de veinticinco palabras: “He visto noticieros internacionales, también las fotografías de los corresponsales extranjeros. Las imágenes no mienten. No puedo seguir sirviendo a un régimen de asesinos”. 

Ese era el carácter del único Nobel de Literatura mexicano. Nombres como el del prestigiado inventor mexicano Heberto Castillo nada dicen, ahora, cuando su papel en el impulso de una izquierda con identidad mexicana se mantuvo desde su encarcelamiento hasta su muerte.

De lo más relevante e irrepetible a ponderar es la creatividad artesanal que generó lo que se conoce como “la gráfica del 68”. Manufacturas que atendieron los estrictos criterios del impacto visual para lograr el golpe propagandístico.

Reproducciones económicas para volanteos masivos sin rollo y con un lenguaje ideologizado para ganar adeptos. La técnica del grabado empleada en una causa social. Creatividad mantenida, simpatía conquistada con la utilización de un recurso estético que se impuso ante la ausencia de medios de comunicación. Éxito comunicacional que debe valorarse.

Estas son algunas ideas de por qué el pasaje relacionado con la masacre en la Plaza de las Tres Culturas debe rescatarse aún de quienes sólo le usan de pretexto para su existencia política y pública.