"El príncipe" de Maquiavelo, a quinientos años

Foto de William Krause
David Santiago Tovilla


El 10 de diciembre de 1513 Nicolás Maquiavelo concluyó su texto El príncipe. Un libro que ha sobrevivido la transformación del mundo. Lo ha hecho porque es resultado de una reflexión auténtica y un compromiso con el ejercicio intelectual. 

Maquiavelo dice que hay quienes se acercan a los gobernantes para ofrecerles cosas “dignas” de su posición privilegiada. Por eso, él decide enviarle a Lorenzo De Médicis algo de mayor valor: su conocimiento. Nicolás vierte en el documento distintas conclusiones, experiencias, certidumbres.

Desde hace quinientos años, Maquiavelo apuntó lo que aún con revoluciones tecnológicas no logra entender la clase política: el ejercicio ético. La degradación y el desprestigio de la política prevalece porque, al margen de las siglas, la gente ve reflejados en saldos adversos las acciones y decisiones. La realidad de la vida cotidiana hecha abajo la política ficción.

Hemos dicho en varias ocasiones que hay autores más mencionados que leídos. Comentamos el caso del Márques de Sade en los números 192 y 193 de la revista 10. Maquiavelo es otro referente de esos autores. Por eso, para subrayar su vigencia y estar a tono con las festividades que, por estos días, se realizan en su natal Florencia, se reproducen algunos fragmentos de El príncipe. Los lectores dictaminarán su vigencia o no, a quinientos años:

“Hay más sabiduría en soportar la reputación de tacaño, que produce reproche sin odio, que verse obligado en virtud de la fama de dadivoso a incurrir en la de rapaz, que engendra reproche con odio.”

“Un gobernante no debe cuidarse en exceso de la reputación de crueldad siempre que trate de obtener obediencia y fidelidad de sus súbditos, porque será más clemente imponiendo algunos castigos ejemplares que si, para huir de la fama de cruel, deja que se prolongue el desorden, causa de muertes y rapiña, desmanes que perjudican a todos, mientras los castigos ordenados por el gobernante recaen sólo en algún particular.”

“El gobernante debe hacerse temer de modo que si no se granjea el amor logre, al menos, evitar el odio porque puede muy bien ser, al mismo tiempo, temido y odiado. Ello lo conseguirá siempre y cuando se abstenga de robar tanto la hacienda de sus ciudadanos y súbditos como la de las mujeres de éstos. 

"Por encima de todo, absténgase en tomar los bienes ajenos porque los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. El que comienza viviendo de la rapiñas siempre halla pretexto para apropiarse de lo que pertenece a otro.”

“Un gobernante debe inquietarse poco por las conspiraciones de algunos interesados cuando goza del favor popular, pero si el pueblo es enemigo suyo y le odia debe temer a todo y a todos.”

“No es de poca importancia para un gobernante la elección de sus colaboradores. Son éstos buenos o malos según la prudencia del gobernante. El primer juicio que se establece sobre el talento del gobernante reside en el examen de los hombres que tiene alrededor. 

"Así cuando son fieles y competentes se le puede considerar inteligente porque ha sabido tanto conocerles bien como mantener su fidelidad, pero cuando son de otro modo siempre es posible formar sobre él un juicio desfavorable, pues su primer error estriba, precisamente en su elección.”