Rihanna

David Tovilla

Los videos más recientes de Rihanna demuestran que a pesar de su carácter comercial puede existir una adecuada combinación cualitativa. La artista tiene plena conciencia de sus capacidades musicales y visuales. 

Por eso, una característica de sus materiales es la producción elemental. Porque ella es el motivo: su interpretación, su expresividad, su cuerpo y sus detalles. No requiere ir más allá, ni usar estridencias o inventar mímicas. Recurre a su naturalidad, la demostración, sin olvidarse lo central: cantar.

Meses atrás, presentó el video de la canción “Stay” a dúo con Mikky Ekko. Cuidadosos y pulcros acercamientos. Es Rihanna en una tina de baño. El agua, las gotas que caen en cámara lenta. Un ángulo de su axila derecha. Una toma más abierta para registrar que se quita la blusa. 

A los siete segundos, se recoge el cabello y exhibe a plenitud su espalda con ese tatuaje de lluvia de estrellas que va de su omóplato izquierdo hasta la nuca. Otro primer plano de su mano izquierda que se coloca en elástico de la falda, a la altura de la cintura, y la baja. Emergen las letras tibetanas dibujadas en su piel. Instantes más: su ombligo que empieza a ser cubierto por el agua. Después, sus manos encontradas. La cámara pasa por su rostro. Se levanta para hacer una toma picada en donde se aprecia la enorme imagen de la diosa Isis que cruza por debajo de sus pectorales. 

Las imágenes posteriores dejan ver su rostro, los grabados en su cuello, las rodillas que se asoman en la bañera llena. Por allá una toma posterior que perfila todo aún con el agua jabonosa. El audiovisual se concentra en los protagonistas. Ella, en su mayoría; el acompañante, en algunos momentos. Ninguna invención y toda sencillez. Con una iluminación propicia y un seguimiento de cámara detallado, Rihanna sólo se mete a la bañera para enunciar su canción.
En octubre, la chica de veinticinco años lanzó “Pour It up”. De nuevo el agua que corre y es fondo. Escenarios limpios para dejar ver una sucesión de tomas de mujeres en la práctica del tubo. Una letra que alude la derrama de dinero en esa diversión.

En la composición, sólo cuerpos. Ninguna parafernalia. Tampoco inverosimilitud. Más bien: ejecución profesional. Rihanna, al centro, sentada en un sillón dorado, con lencería de pedrería, consigue mover su cuerpo en la dinámica de las otras muchachas. No es un video que recurre a la sexualización para ilustrar: es un material en sí sobre la dinámica de un centro nocturno. Pulcro, audaz. Y ella: en su esplendor femenino y sexual.

Y Rihanna no se agota. Cada vez da más. Conserva ese minimalismo estético de sus videos. Centra todo en su ser, su decir: su hacer y su voz. A mediados de noviembre, los canales de música en televisión empezaron a programar “What Now”. 

Su capacidad de proyección es sorprendente. Basta con que se coloque en una esquina, en un cuarto vacío, para transformarlo con su presencia. Es bella y su cuerpo hermoso aún enfundado en una tela blanca pegada. Es ella y la superposición de imágenes sobre sí. Intensa, enérgica, impecable. Entregada a su tema sentimental.
La semana pasada, se dio a conocer el video oficial en donde Rihanna participa en el retorno del rapero blanco Eminem. Su incursión en “The Monster” pone todo el piso de la melodía. Ella es sólo un coro que se convierte en el gran soporte musical de la pieza.

Esa es Rihanna. Una mujer que sabe combinar ese aspecto con sus virtudes musicales. Su permanencia y éxito continuo radican en no ser sólo cuerpo sino una gran cantante bella, sexy.