Fiesta Grande 2014


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Fotografía: Arturo Arias


“Desde que uno empieza a vestirse se deja de ser quienes somos todos los días. En nuestra vida somos personas ordinarias, pero el parachico es algo extraordinario” dice Manuel. “Es pesado ir en medio de la turba, pero no hay de otra y debo traer a mi hijo para que viva el ser parachico” explica Carlos. “La historia de la fiesta no está escrita: se escribe siempre. No importa de dónde viene todo sino cómo se mantiene” comenta Candelaria. Voces del fervor anual en la versión dos mil catorce.

Sin la Fiesta Grande el año no comienza. La dosis de alegría es necesaria. Todos quienes comulgan con la espiritualidad chiapacorceña esperan a recargarse con la energía única. La resonancia de la fe pierde su solemnidad y se transmite con gozo. Cada expresión festiva conlleva un sentimiento.

Muchas cámaras buscan registrar el detalle, el colorido, la contundencia. Al ser un pueblo volcado en celebración, las oportunidades de encontrar un buen momento son muchas. Acá, el infante pura sonrisa que suena su chinchín y llora cuando se le cae; allá, la madre sentada en la banqueta con el pequeño parachico prendido de su radiante seno; al frente, en la caminata, ese escote que deja ver casi media espalda y exhibe una hermosa superficie; la diversidad de tamaños de las máscaras; el tatuaje en un hombro.

Es festejo pero no se olvida su vinculación religiosa. Alguien dice: “hay que venir a la caminata pero empieza con el rezo y la misa”. Y a las ocho de la mañana del día de San Sebastián Mártir hay que estar para la lectura del rosario: cinco misterios, cincuenta decenas del Ave María, final con letanías lauretanas. La semi desnudez del santo adornada con micro montera y sarape de saltillo. Desayunar pepita con tasajo. Acudir al punto inicial de la danza: la casa del patrón de los parachicos. Ver cómo la columna reúne a unas cuantas decenas en los primeros altares. Dejarlos para ir a la misa especial del patrono. Reencontrar a los danzantes multiplicados. Testimoniar la muda de calles desiertas a colmadas. Escuchar el admirable repertorio de algunos arropados que enumeran a santos, vírgenes, lugares, para terminar con el clásico “¡Viva nuestro gusto, muchacho”. Trasladarse aún a lugares muy distantes de la cabecera municipal para la comida grande. Donde exista una representación de San Sebastián habrá pozol, tambor, carrizo, conjunto. La satisfacción es celebrarlo, reiterarle el respeto, ratificar la fe, confiarle otro año venidero.

Sí, cada jornada deja algo y construye un fragmento del todo. Hay rostros de chiapanecas siempre presentes, cada anualidad. Trajes relucientes porque algunas acostumbran estrenar cada ocasión. La vistosidad está en todo: la cinta para el cabello, el naranja diferenciado del vestido, los diminutos papeles que salen del tol movidos por una mano femenina para combatir al viento, las grandes banderas representativas de los barrios que acompañan siempre al santo, los cientos de banderitas que cruzan las calles por doquier.

Otro año de Fiesta Grande para el aprender, sensibilizarse, conectar. En las calles de Chiapa de Corzo, en donde está toda la vida por unos días. Sólo hay que dejarse llevar por la fascinación, la emoción y el momento…