Bunbury: el concierto de “Palosanto”


DAVID SANTIAGO TOVILLA

“De nuevo otra vez” dice la canción de León Chávez Texeiro. Recuerdas la frase mientras esperas a tus cuates. De nuevo la cita; otra vez el mismo lugar, hora y personaje.

Cuatro años después, a reencontrarte con los jeans, la camiseta negra, las gafas oscuras, el sombrero. La vez pasada tu voz y la de muchos quedó inmortalizada en una grabación.

El artista no tenía tiempo de grabar en estudio. Práctico, grabó su paso por Tuxtla Gutiérrez. Ahí está esa pieza tesoro llamada El hijo del pueblo en el disco Brindando a José Alfredo Jiménez. Tiempo, episodios, discos han pasado de eso.

Aquí vas, al Polyforum. A indagar qué novedad tiene la ceremonia, ritual, conversión, conexión que logra con sus seguidores. Minutos pasan de la hora convocada. La mayoría ha entrado. Mejor, no hay fila. Claro que es imposible llegar hasta el frente. Ni lo intentas. Lo más beligerante de la fanaticada ha colmado ese espacio. No esperas mucho. Hasta eso: es puntual. Enrique Bunbury aparece y el griterío llena un auditorio.

La gira promociona su nuevo material: Palosanto. “¡Despierta! Todo ha cambiado. Nada es como habíamos imaginado. Esperas a que alguien mueva. Pase lo que pase, no quedes fuera”. Es la canción lanzada como primer sencillo. Esa que quiere enganchar, en su país natal: España, con el movimiento de los indignados. Aquella que en el video direcciona su crítica hacia políticos y medios de comunicación. Te parece que, ahora, Bunbury llega menos conversador. Tal vez porque es el primer concierto de todo el recorrido.

Es evidente se trata del arranque. Alterna una nueva melodía con otra del repertorio popular. Las recientes, aún no están adheridas al público. Estarán, conforme camine: “Sólo intenta encontrar tu espacio cuando a tu alrededor todo se estrecha. Los inmortales están bajo tierra y sus cenizas se perderán, como todo lo demás, sin dejar huella”; “Nunca pensaste que los sueños demandarían tanto de los dos. Para sacarlos de su área de confort cualquier propuesta desmerece consideración. Más alto que nosotros sólo el cielo”.

Para empezar, observas cómo ya las cantan con pasión unas chicas colocadas en la parte superior, al frente. Es evidente que él registra ese fervor. Bunbury levanta el ánimo y lo extiende a todo el recinto con tonadas clásicas: “Ni patria, ni bandera, ni raza, ni condición. Ni límites, ni fronteras. Extranjero soy”; “Devuélveme el amor que me arrebataste, o entrégaselo, lo mismo me da, al abajo firmante”; “éstas son mis credenciales, no hay males que duren más que yo y prefiero bailar charlestón donde conviene estar parado, porque las cosas cambian”; “Que no me atrape lo mundano, si prefiero no estar quieto, que no me pongan en un aprieto por algo que no está en mi mano”.

En vivo, esas letras que se han convertido en proclamas personales de los asistentes se tornan euforia. Estás en el centro de una comunidad, en el cónclave bunburyano. Las parejas o los solitarios encajan bien: lo relevante es haber llegado. Diluirse en el humo, los decibeles, las luces con predominio del rojo y el azul, los audiovisuales. Conectar la voz, el corazón. Compartir la chela, la fumada. Este es un mundo que sólo puede existir lo que dura un concierto.

Acá, con las efusividades a los lados, Enrique Bunbury al frente, con la visión obstruida por decenas de manos que alzan sus teléfonos celulares y, por encima de todo: la música. Sí, las frases del español tienen poesía y vida. Es un gran músico: no algo plano, uniforme. Esa exclamación de la guitarra en el rock de El hombre delgado que no flaqueará jamás; la rica mezcla de ritmos folclóricos que hacen diferente a la clásica Ódiame; la transformación extraordinaria del pop ochentero Frente a frente; sus acordes de jazz en Miento cuando digo que lo siento. No percibes los minutos. Nadie, como en todo éxtasis, quiere que acabe.

El coro multitudinario pide más: “¡Otra, otra, otra!”. Bunbury siempre accede. Una y otra vez, hasta llegar con eso que ha dejado de ser una canción para ser himno en las batallas de la existencia: “Si ya no puede ir peor. Haz un último esfuerzo. Espera que sople el viento a favor. Si sólo puede ir mejor. Y está cerca el momento. Espera que sople el viento a favor”.

La burbuja desaparece. Queda la experiencia, las anécdotas, el recuerdo, lo vivido. Debes irte. Puedes elegir entre terminar la noche con la banda o ir a casa. Decides lo segundo y dices con Enrique: “Si todo lo que nace perece del mismo modo. Un momento se va y no vuelve a pasar…”

Publicado en Acceso Chiapas:

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