Centenario de Octavio Paz

Fotografía: Michele Bancilhon/AFP

David Santiago Tovilla

*Fragmento del libro Letras Apasionadas II

El 31 de marzo de 1914 nació Octavio Paz. El mundo celebra, en 2014, su centenario. No hay la menor duda de que la obra de Paz constituye parte del patrimonio intelectual de México, aún desaprovechado.

El fallecimiento del escritor, en abril de 1998, sólo ha impedido que continuara su ejemplar ejercicio reflexivo hasta el siglo veintiuno. Su vasta producción permanece como un excepcional temario de propuestas, rutas, descubrimientos. Sus letras irradian, contagian, transmiten, mantienen la pasión con las que su autor las generó.

En el contexto de una celebración de la magnitud del Centenario, se registran muchos decires, por lo que deben plantearse puntos concretos en las razones para leer, preservar, abrevar y aprender en la obra de Octavio Paz. Aquí algunos elementos:

Único mexicano Premio Nobel de Literatura. La obra de Octavio Paz posee estatura propia aunque no hubiera recibido el máximo galardón de las letras mundiales. Lo obtuvo en 1990 y eso lo convirtió en el único mexicano, hasta la fecha, en haber alcanzado el reconocimiento de la Real Academia Sueca de Ciencias en la rama de literatura. 

Si bien el más reciente índice de lectura de la UNESCO ubica a México en el lugar 107 de 108, los mexicanos con oportunidad de leer debieran incorporar a su acervo personal al menos un libro de Octavio Paz. Por fortuna, la abundancia de temas del arte, la historia y la política permite abordarle desde intereses diversos. 

Ahí están: la pionera reflexión sobre la identidad del mexicano en El laberinto de la soledad; la panorámica exhaustiva sobre la vida de la Nueva España en Sor Juan Inés de la Cruz o las trampas de la fe; la teoría literaria de primer nivel en El arco y la lira, por mencionar algunos. La variedad de sus ocupaciones intelectuales es enorme. 

Por tanto, los distintos intereses lectores, de acuerdo con los más diversos programas de lectura, pueden encajar con alguna de sus múltiples producciones. Es una necesidad conocer sus trabajos tal como él lo planteaba con cualquier asunto: de fuente directa, en sus palabras, porque es un pensador inigualable.

La personificación ejemplar del intelectual. La Academia de la Lengua Española proporciona tres acepciones al término intelectual: «1. Perteneciente o relativo al entendimiento. 2. Espiritual, incorporal. 3. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras». 

Esto es: asociado al conocimiento y sin limitarse a un área del mismo. Octavio Paz tuvo la virtud de poseer dos capacidades: inteligencia y memoria. La primera como facultad para relacionar una situación con otra, interpretar, descifrar, concluir; la segunda, un atributo para recordar y disponer datos con precisión cuando se requiere. De ahí su erudición y su posibilidad de construir, improvisar, un ensayo al responder una pregunta o emitir un comentario. 

Para Paz no aplica ningún adjetivo parcial: poeta, literato, escritor, crítico de arte. Era la personificación total del intelectual. En un texto sobre Jaime Torres Bodet para la revista Vuelta, comentó: «No todos los escritores son intelectuales ni todos los intelectuales son escritores». Él era ambos. Un intelectual que vivía en el debate, la reflexión, la creación y la participación activa en la opinión pública. 

En el ensayo «La democracia imperial», de su libro sobre política internacional Tiempo nublado, define: «Las dos misiones del intelectual moderno son, en primer término, investigar, crear y transmitir conocimientos, valores y experiencias; en seguida: la crítica de la sociedad y de sus usos, instituciones y política». No era un personaje concentrado en sus motivos «artísticos». Opinaba sobre los grandes temas de la humanidad y alentaba a revisar, con profundidad y rigor científico, cualquier acontecimiento. Eso que cada vez ocurre menos, ahora, en tiempos de Twitter y Facebook.

Sus letras advierten sucesos del siglo XXI. Octavio Paz fue un visionario inigualable. Interactuaba en su hoy pero colocaba una base para el mañana. Sin embargo, varias de sus posiciones personales de avanzada chocaron con la incomprensión, la diatriba militante, los intereses personales y hasta la ignorancia enceguecedora. 

El tiempo siempre pone a los personajes en su debido sitio. Sólo hay que saber visualizar conductas, obras, circunstancias. Lo más fácil es calificar y descalificar. Lo menos habitual es ponderar, valorar, reconocer. Pero nada de eso afectó la virtud de prospectiva de Paz. Advirtió lo que sucedería hasta con dos décadas de anticipación. 

Escribió y habló en el siglo XX lo que ocurrió en el XXI. Puede leerse en El ogro filantrópico su valoración sobre la Reforma Política impulsada por José López Portillo, en 1978: «Lo más probable es que ese remedo de pluralismo, lejos de aliviarla, agrave la crisis de legitimidad del régimen. Si así fuese, el desgaste del PRI se acentuaría y el Estado, para no disolverse, tendría que apoyarse en otras fuerzas sociales: no en una burocracia política como el PRI sino, según ha sugerido recientemente Jean Meyer, en la burocracia militar. 

Hay, sin embargo, otro remedio. Pero es un remedio visto con horror por la clase política mexicana: dividir al PRI. Tal vez su ala izquierda, unida a otras fuerzas, podría ser el núcleo de un verdadero partido socialista». No fue necesario mucho tiempo para que la historia le diera la razón a Paz. Veinte años después, en 1988, la corriente democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas dividió al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Dicha ruptura fue el inicio del fin del partido de Estado en México. 

Ese movimiento que, en efecto, se alió con otras fuerzas políticas derivó en la constitución del Partido de la Revolución Democrática, sucesor del Partido Mexicano Socialista. Este ejemplo documenta la admirable capacidad de análisis y proyección de Octavio Paz que se aplicaba a muchos temas de la política nacional e internacional. En otro momento, cuando escribió el prólogo al tomo nueve de sus «Obras Completas», en 1992, advirtió: «Las campañas electorales se han transformado en espectáculos. ¿La política es ya una rama de la industria del entretenimiento? 

En todo caso, la capacidad de cada ciudadano para escoger libre y racionalmente ha sido gravemente dañada precisamente por los medios que dicen encarnar la libertad de opinión: la prensa, la radio y, muy especialmente, la televisión. ¿Cómo conservar la libertad de expresión y cómo impedir que esa libertad se convierta en un instrumento de domesticación intelectual, moral y política, como ahora ocurre?»

Veinte años después: en 2012, el fenómeno advertido por Paz fue el principal señalamiento a la elección presidencial. Tal como corroboró el estudio Audiencias saturadas, comunicación fallida, la primera «mediografía» hecha en México y presentada por el grupo Delphos en 2013. No hay que hacer esfuerzo alguno para ver que la política, en esta época, nada tiene que ver con ética, principios, ideología, programa; y es, como bien dijo Paz: un espectáculo.