Iglesia vieja: zona arqueológica de Tonalá, Chiapas

David Tovilla


“Iglesia vieja” es la zona arqueológica de Tonalá, Chiapas, en México. Recibe su denominación por su desconocimiento. No era muy visitada. Ante la difusión de la existencia de unas ruinas, la voz popular empezó a decir que era un antiguo templo del que sólo quedaban los cimientos. Así que fue bautizada con una referencia equívoca. La confusión del nombre aún genera desestimación, hasta la fecha.


De acuerdo con Ricardo López Vasallo, en su libro Arqueología tonalteca, la presencia oficial en el sitio apenas se inició en 1998. El camino de acceso: nueve kilómetros de terracería, se hizo en el año 2000. El Instituto Nacional de Antropología e Historia la abrió al público en diciembre de 2012, tras cinco años de trabajo en el área. Esto es: todo muy reciente. Hasta el 2007, se podía acceder a una pequeña porción del conjunto. Desde entonces, los vestigios que asomaban entre árboles y maleza vislumbraban un conjunto arquitectónico que dará mucho de qué hablar en años posteriores, conforme salga a la luz el esplendor que aún subyace.

Si antes, la visita a “Iglesia vieja” generaba admiración; en 2014, el recorrido por las áreas develadas resulta impresionante. No son unas ruinas que puedan verse en un abrir y cerrar de ojos. Lo que existió ahí, es una gran ciudad. Un conjunto habitacional con centros ceremoniales, mercados, casas habitación. Lo avanzado en restauración arqueológica permite ya revivir, sentir, percibir la importancia de lo que ahí se desarrolló.



Quienes fundaron, promovieron y edificaron esa localidad pensaron en algo: estratégico, privilegiado, soberbio. Está situada en la cúspide de una montaña. Nueve kilómetros de camino y setecientos metros sobre el nivel del mar. “Iglesia vieja” era, al mismo tiempo, un observatorio. Desde lo alto puede apreciarse la planicie costera, la reserva, las rutas hacia el istmo oaxaqueño. Una visión total de cualquier ángulo de la zona. ¿Control, vigilancia? Recuérdese que en Tulum, Quintana Roo, el mar era observado con minuciosidad también desde las atalayas. En Tonalá, Chiapas, por algo los remotos pobladores realizaron sus construcciones en una cima. Además, algo fundamental para cualquier pueblo: existen dos arroyos vivos hasta estos días. De manera que tuvieron las mejores condiciones geográficas para erigir este gran conjunto arqueológico. Su esplendor aún está por develarse. Y, visitarle es, por ahora, un privilegio de algunos aún cuando se caracteriza por su cercanía y, en la actualidad, fácil acceso.

Si el trabajo arqueológico se hiciera con más celeridad, pronto, esta zona poco conocida, ocuparía su lugar como el sitio más importante de la costa chiapaneca. Hoy, apenas se han trabajado dos de cinco grupos arquitectónicos. Con eso ya “Iglesia vieja” adquiere otra dimensión. Crece. Cuando su totalidad sea expuesta, sin duda será gigantesca, incomparable. Treinta hectáreas para inspeccionar, revelar, esta faceta de la cultura tonalteca. Esa es el área adquirida por las autoridades; se dice, que la extensión con rastros es lo doble: seiscientos mil metros cuadrados. Su entorno confirma esta noción. En el camino, a los lados y a lo largo se encuentran grandes piedras. “Piedras cansadas” le llaman a sus similares en Machu Picchu. Enormes volúmenes que eran trasladadas hacia la altitud pero fueron dejadas en el camino por un descanso tras el que no pudieron moverse.



“Iglesia vieja” será una referencia arqueológica indispensable en algunos años más. Se ha abierto al público. Hay que aprovecharla para solazarse con su evolución.