Centenario de Marguerite Duras


David Santiago Tovilla


Este mes de abril, se han recordado con gran estruendo en Europa los cuatrocientos años del fallecimiento de Doménikos Theotokópoulos, mejor conocido como El greco. Su natal Toledo es el punto central de las celebraciones, porque se acompañó de la iniciativa por congregar, como nunca, la mayor parte de su obra en esa legendaria ciudad española. 

Esta Semana Santa, quienes tuvieron oportunidad de llegar a ese inolvidable sitio apreciaron una pintura especial como “El expolio” de Jesucristo, restaurado y devuelto a su sitio en la Catedral toledana. Qué privilegio para aquellos ojos.

Son días de centenarios. Y, fuera de Francia, el centenario del natalicio de Marguerite Duras ha quedado un poco relegado. 4 de abril: la fecha específica para recordar a un personaje que contribuyó a forjar un estilo de escritura reflexivo, introspectivo, desde un lenguaje esencial. Sí, 

Marguerite Duras es una influencia decisiva para aquellos escritores que buscan decirlo todo con las palabras necesarias. No grandes párrafos de volúmenes extensos. En cambio: el uso de la frase corta con el alcance y precisión que nadie más ha hecho. No hay otro nombre para aludir a ese estilo más que Marguerite Duras. Es una manera de exponer la vulnerabilidad del ser, el sentimiento, un estado de ánimo, una condición con apenas unas oraciones. 

Sus letras no bordan un discurso porque en la elección entre decir y mostrar, opta por el segundo camino. No sustituye al lector para decirle, contarle, las acciones, el ambiente o una actitud. Prefiere llevarlo, trasladarlo, ponerlo en esa situación. Mueve la imaginación. Reta a la capacidad deductiva. Obliga a reconstruir en el intelecto propio esa unión de palabras. 

Por eso mismo a Duras no puede leérsele con prisa y con la dinámica habitual de lectura para las novelas. Porque el ritmo que ella marca es en extremo pausado y si se quiere disfrutarla, entenderla, entrar en sus experiencias, hay que entregarse a esa conducción parsimoniosa. Sólo así, relajados y dedicados pueden aprehenderse las imágenes, diálogos, reflexiones de los personajes. 

Duras representa otra forma de escritura que obliga a una distinta manera de lectura. Revísese uno de los diálogos centrales de El amante de la China del Norte:

“Ella dice, pregunta:
­“-¿No nos volveremos a ver nunca, nunca?
“-Nunca.
“-A menos que…
“-No.
“-Olvidaremos.
“-No.
“-Haremos el amor con otra gente.
“-Sí.
“El llanto. Lloran, muy bajo.
“-Y luego un día querremos a otra gente.

“-Es verdad.
“Silencio. Lloran.
“-Luego un día hablaremos de nosotros, con personas nuevas, diremos cómo era.
“-Y luego un día, más tarde, mucho más tarde, escribiremos la historia.
“-No lo sé.
“Lloran.
“-Y un día moriremos.
“-Sí. El amor estará en el ataúd con los cuerpos.
“-Sí. Habrá los libros fuera del ataúd.

“-Tal vez. Todavía no se puede saber.
“El chino dice:
“-Sí, se sabe. Que habrá libros, se sabe.
“No sería posible de otro modo.”

Los temas de Marguerite Duras están apegados a su biografía. La pobreza, las relaciones amorosas, la fatalidad, el desencanto. Dos son sus temas centrales: el amor y la soledad. Ahí está toda su perspectiva amorosa, vertida en la novela Los caballitos de Tarquinia

“Ningún amor del mundo puede ocupar el sitio del amor. (...)Tal vez es el amor lo que a la larga le vuelve a uno así de malo. Las cárceles de oro de los grandes amores. No hay nada que encierre tanto como el amor. 

"Y estar encerrado, a la larga, vuelve malo a cualquiera, aún a los mejores. (...)Para el amor no hay vacaciones, no existen. El amor hay que vivirlo totalmente, con su aburrimiento y todo; para eso no hay vacaciones posibles. Y el amor es eso. Sustraerse no es posible. Ocurre lo mismo con la vida, con su belleza, su mierda y su aburrimiento”. 

Y, el segundo tema, abordado en un ensayo del volumen Escribir: “La soledad de la escritura es una soledad sin la que el escribir no se produce, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Se desangra, el autor deja de reconocerlo. (…) Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. 

"Para empezar uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. (…) La soledad no se encuentra, se hace. La soledad de hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así”.

Marguerite Duras se queda en uno una vez que se leen sus frases, aunque pasen muchos años o toda una vida. Es su fuerza, su contundencia.