"La dictadura perfecta" de Luis Estrada


Luis Estrada se alzó con el Ariel de Oro, en 2011, por su película El infierno. La ironía, el sarcasmo que utiliza para acercarse a temas políticos y sociales de la realidad han establecido ya el “estilo Estrada”. De manera que cuando se acude a ver una de sus películas existe una idea de cómo se abordará.

Su trabajo divierte, pero no como el cine de evasión de la industria cultural norteamericana, sino como parte de la actitud mexicana de burlarse hasta de las desgracias propias. Mientras mayor es la mordacidad, más es su tino en reflejar lo que la gente sabe, dice, vive. En la medida que eso ocurre, la aceptación y empatía con el público mexicano es ascendente.

Este mes fue el lanzamiento de La dictadura perfecta. El título va más allá de retomar una declaración que hiciera Mario Vargas Llosa, en 1990. El ahora Premio Nobel llegó a México en tiempos de la existencia del partido de Estado y pronunció esas palabras resonantes: “La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México. Es la dictadura camuflada. Tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible".

Ese escenario del que hablaba el escritor peruano ha cambiado, al grado que, en 2011, modificó su expresión a “democracia imperfecta”. Ahora, Luis Estrada modifica el fondo para plantear que la dictadura perfecta no se hace con un partido político, sino desde la televisión y, en particular, la empresa con mayor audiencia en este país.

Con dicha base esquemática corre el riesgo de ser mero eco del discurso político radical. La televisión es un factor en una campaña política. Ya se ha mencionado en este espacio la primera mediografía electoral realizada en el país por el grupo Delphos: “Audiencias saturadas. Comunicación fallida. El impacto de los spots y las noticias en la campaña presidencial 2012”.  

Se trata de un estudio cuantitativo y cualitativo que desmenuza la presencia mediática de candidatos y partidos en la elección presidencial pasada. Por eso, frente a la película La dictadura perfecta, deben realizarse dos acercamientos: primero, el de la tesis política, en la cual debe tenerse cautela ante una idea absolutista; el segundo, en el que resulta exitosa, es la recuperación casi documental de las relaciones entre medios y gobierno en México.

Su éxito se corrobora en el hecho que, durante las más de dos horas que dura la cinta, se escuchan expresiones de los asistentes: risas, exclamaciones, coincidencias. Los receptores mexicanos decodifican muy bien las alusiones a casos específicos de la historia reciente.
Complicidad, indignación, ante verdades que se escuchan pero, ahora, ven con la magia del cine. 

Ante el público local esas serán las reacciones; a los ojos de los extranjeros, La dictadura perfecta expondrá las relaciones en un país sin crecimiento político, atado a sus inercias y herencias autoritarias del pasado prehispánico y la Colonia. La denuncia de la corrupción, ilegalidad, venalidad es incuestionable, incontestable, irreversible.

La dictadura perfecta es un buen motivo para reflexionar que esta figura no era un partido, ni es una televisora. La dictadura perfecta vive en los ciudadanos. Está constituida por aquellos factores que les lleva a: mantener el silencio y la inacción frente a la incongruencia, la falta de preparación, el pillaje y el apetito desbordado por los recursos, la ausencia de ética, la inexistencia de proyectos o programa, el ejercicio patrimonialista del poder y hasta con la evasión de algún vicio…