Deshumanización

Foto de cottonbro
David Santiago Tovilla
El tema, en noviembre de 2014, es la serie de sucesos en Iguala, Guerrero. La anécdota lleva a perder la perspectiva. La marea se lleva las reflexiones. Lo más negativo, preocupante y escandaloso del México actual son las prácticas de exterminio que ha generado la confrontación entre grupos al margen de la ley.
La espiral de crueldad que gana terreno e indebida naturalidad es cada vez mayor. No es suficiente con apartar del camino a los contrarios. Es una tendencia a exterminar todo vestigio de su existencia. La pasividad con que los ejecutores de estas prácticas narran sus procedimientos es proporcional a la mayor capacidad de daño.

El más reciente relato expuesto ante los medios de comunicación es revelador de que los términos de la confrontación ha evolucionado para mal. No sólo lo prueba el hallazgo de múltiples lugares para desechos humanos. Es el cómo: los ultimaron, algunos fallecieron asfixiados, hicieron una gran pira humana, ardieron durante horas, trituraron los restos, los botaron al río para extinguir todo vestigio. El grado de deshumanización es alarmante.

Por estos días, es recomendable el ejercicio de releer un trabajo de Carlos Monsiváis: Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México. Actualizado con los acontecimientos, hasta el año 2009, el lector se quedará pasmado ante la contundencia de que sólo existe una rotación de nombres. Ninguna dinámica se ha modificado porque “la masificación del delito es, también, la deshumanización masiva”.

La propensión a la brutalidad ha sido progresiva e indetenible. Está documentado. Monsiváis apunta: “El narcotráfico estimula el ejercicio de la crueldad. El contagio de la violencia no se produce por los programas de televisión (en todo caso allí se aprenden estilos de teatralizar la delincuencia), sino por el abatimiento del valor de la vida humana que el narco genera. 

"No es casual la intensificación de linchamientos atroces en regiones con presencia del narco, ni el desencadenamiento de vendetas, ni la saña inmensa que se ejerce. La fiebre del armamento de alto poder y las sensaciones del dominio desprendidas del exterminio se inspiran vastamente en la psicología del narco. ‘Si nos toca morir de muerte violenta, ¿por qué voy a reconocer el valor de la vida humana?’. Y en esta ‘religión de la crueldad’ los rituales no se consideran repetitivos porque varían las víctimas”.

El escritor, fallecido en 2010, recuerda el antecedente del empeño exterminador que ahora se reitera: “Surgen personajes de una violencia atroz, como el Pozolero de don Teo, detenido el 24 de enero de 2009, que en un galpón de Tijuana y a lo largo de una década, disuelve cerca de trescientos cadáveres en grandes ollas con ácido”.

En 2008, otro escritor: Carlos Fuentes, lleva esa dinámica cruenta y exhibicionista a la literatura mexicana. En su novela La voluntad y la fortuna, el prólogo lo expone una cabeza mutilada y abandonada en un lugar hoy convulsionado y epicentro de la crisis: “Aquí está mi cabeza cortada, perdida como un coco a orillas del Océano Pacífico en la costa mexicana de Guerrero. Mi cabeza me fue cortada a machetazos. Mi cuello es un tejido que se deshebra a jirones.

"Mis ojos son dos faros de asombro abiertos hasta que la siguiente marea se los lleve y los peces se metan a mi cabeza por el orificio sacrificial y la materia gris se vuelque, entera, en la arena, como una sopa derramada, perdida en la tierra, para siempre invisible como no sea para abono de turistas nacionales y extranjeros”.

La anomalía reside en acostumbrarse a esa cultura de la crueldad, su lenguaje y teatralidad. Perder la objetividad para combatir con estridencia lo que se modificará sólo con prácticas diferentes. Plantearse reflexiones de fondo que hagan virar la ruta lejos del acostumbramiento a la deshumanización. A eso es a lo que debe ponerse un alto como sociedad.

Es imposible dejar de citar, en esa conclusión, a Octavio Paz: “Ni las estrellas ni los átomos, ni las plantas ni los animales, conocen el mal. El universo es inocente, incluso cuando sepulta un continente o incendia una galaxia. El mal es humano, exclusivamente humano. El mal es la deshumanización. 

"El matadero y el campo de concentración son instituciones precedidas siempre por una operación intelectual que consiste en despojar al otro de su humanidad, para poder esclavizarlo o exterminarlo como si fuese un animal. Se trata de una operación circular: negar la humanidad del otro es negar la nuestra”.