Weiwei-ismos

David Santiago Tovilla

La más conocida obra del artista chino Ai Weiwei es el estadio Nido de Pájaro que fue apreciada en millones de televisores, durante los juegos olímpicos de 2008. Su trabajo escultórico llegó por primera vez a México, en julio de este año. Esto es: su condición de artista siempre está por encima de cualquier referencia. Sobre todo, a partir de 2010, cuando el gobierno de su país lo empezó a calificar como un disidente hasta desaparecerlo en 2011 y encarcelarlo. Desde entonces, su activismo también es pujante.
La persecución gubernamental hacia Weiwei sólo logró acrecentar su proyección mundial. Tanto que, ahora, en el segundo semestre de 2014, la editorial Tusquets ha puesto en circulación un libro de pequeño formato. Lo inscribe en su colección “Marginales” en donde ha publicado materiales de reflexión de autores como Cioran, Camus, Broch.

El libro fue confeccionado en la Universidad de Princeton a partir de las opiniones del artista en redes sociales y entrevistas. El resultado es una colección de ideas, aforismos, frases con el título Weiwei-ismos. Los menos son apuntes sobre el arte; en su mayoría, abordan la lucha por las libertades en China. Nadie puede llamarse engañado puesto que en ningún lugar se indica que sean notas artísticas. Como el nombre del libro lo indica: es la persona.

Los primeros “weiwei-ismos” son en torno a la libertad de expresión. Ai es contundente, irrefutable sobre lo que significa China para los extranjeros y para los chinos: “La nación es tristemente célebre por su habilidad para hacer o imitar lo que sea de manera barata. Hoy en día, los bienes “Hechos en China” inundan las casas del mundo. Pero nuestro enorme país tiene un pequeño problema, somos incapaces de manufacturar la felicidad de nuestra gente”.

En alusión a las justas deportivas ya mencionadas equipara: “Medir el prestigio nacional mediante medallas es como usar Viagra para juzgar la potencia de un hombre”. Recuérdese que por estas tierras también hubo un empoderado que deseaba sustituir su pequeñez con la búsqueda frenética de medallas otorgadas por gobiernos centroamericanos.

Ai Weiwei no otorga concesiones: “Arrestan o encarcelan a escritores, artistas y comentaristas de los sitios de la red cuando reflexionan sobre la democracia, la apertura, la reforma y la razón. Esta es la realidad de China”. Abunda: “El mayor crimen de una dictadura es erradicar los sentimientos humanos de la gente”.

Un artista que enfrenta a un régimen totalitario tiene claridad del papel de las individualidades, esas que luego quieren diluirse en la multitud de la manifestación o el embozo del rostro: “El mundo no cambia si no cargas el peso de las responsabilidades”.

Del bloque “El arte y el activismo” pueden destacarse: “El arte siempre gana. A mí me puede pasar lo que sea, pero el arte permanecerá”; “La vida es arte. El arte es vida. Nunca los separo. No siento tanto enojo. Del mismo modo soy muy feliz”; “Ser artista es más una mentalidad, una manera de ver las cosas; ya no se trata tanto de producir algo”; “Vemos numerosas obras artísticas que reflejan condiciones sociales superficiales, pero muy pocas que cuestionen valores fundamentales”; “El arte no es un fin sino un comienzo”.

Los “weiwei-ismos” apuntan a problemas universales de la relación del hombre y el poder articulados a partir de la experiencia concreta. Ai Weiwei da dos conclusiones: “Se puede apreciar que China todavía es incapaz de ofrecerle al mundo algún valor auténtico que no sea trabajo barato, manufacturas y su llamada estabilidad propia. 

Aparte de eso no veo ningún valor, mente ni pensamiento creativo que pudiera proclamarse desde China. Así que esta es la lucha que tendrá que librar China en las siguientes décadas”; y “Debido a la crisis económica China y los Estados Unidos están juntos. Se trata de un fenómeno absolutamente nuevo y nadie se volverá a enfrentar por una ideología. Son puros negocios”.

Es sano atisbar a experiencias, perspectivas y percepciones como las de Ai Weiwei.