David Santiago Tovilla
Revista 10. Número 272
Hay que anotar bien el nombre de esta película: en español El Código Enigma, en inglés The Imitation Game. Tuvo ocho nominaciones al premio Óscar 2015, aunque la Academia sólo le concedió, al final, el de “Mejor guion adaptado”.
Posterior a la premiación llegó a las salas de cine. Es probable que no a todas, ni en todas las ciudades. Pero hay que recordarla bien porque es una de esas producciones que merecen verse aún en DVD o Blu-ray.
Es un trabajo sólido que logra deleitar, conmover e instruir. Esto es, a pesar de tratarse de una narración biográfica, la cinta logra conectar con el espectador no sólo a partir de la información que contiene sino en la manera de hacerlo. No es un desarrollo lineal en donde todo es predecible. La cinta sabe agregar los pormenores en forma progresiva para construir una personalidad: la de Alan Turing, científico pionero de la informática y la computación.
Como siempre ocurre en las cintas con referencias históricas, puede haber discusión sobre la veracidad de algunos datos, pero El Código Enigma logra proporcionar líneas de reflexión sin juegos de artificios. El contexto es la segunda guerra mundial y la extensión del nacismo hacia Europa. El gobierno británico junta a un grupo de especialistas para buscar descifrar los mensajes con órdenes de ataques de Hitler.
Como siempre ocurre en las cintas con referencias históricas, puede haber discusión sobre la veracidad de algunos datos, pero El Código Enigma logra proporcionar líneas de reflexión sin juegos de artificios. El contexto es la segunda guerra mundial y la extensión del nacismo hacia Europa. El gobierno británico junta a un grupo de especialistas para buscar descifrar los mensajes con órdenes de ataques de Hitler.
A partir de eso, se presenta una ordenada reflexión: sobre los intereses del poder y las maniobras políticas a pesar de que, en la guerra, se pierden vidas humanas a cada instante; la idea que, en todo conflicto bélico, los reflectores muestran a unos protagonistas, cuando pueden haber otros que inciden en el curso de los acontecimientos; el planteamiento de relaciones humanas más allá de las circunstancias para entenderse en la inteligencia; la capacidad de los diferentes que suele ser menospreciada por dogmas sociales; las decisiones en apariencia insensibles que se toman para proteger a los cercanos; la persistencia y el trabajo comprometido como fortalezas de quienes están convencidos de una solución, alternativa o propuesta; lo irremediable de mantener secretos en sociedades en apariencia cerradas pero en realidad hipócritas. El Código Enigma prende varias luces de la reflexión.
De los mayores atributos de la cinta, está la extraordinaria actuación de Benedict Cumberbatch para representar al protagonista central. La complejidad del personaje: arrogancia, ensimismamiento, vulnerabilidad simulada, capacidades intelectuales sobradas, llevan a entender, en todo tiempo, el proceder de Turing. El Código Enigma documenta una de las mayores insensateces: a pesar de haber encabezado el equipo que llevó al fin de la guerra dos años antes de lo previsto al descifrar los mensajes nazis, Alan Turing murió de la peor manera.
Procesado con la acusación de conducta homosexual, fue obligado a consumir medicamentos que le “curarían”. Sólo los consumió uno de los dos años de la condena porque decidió suicidarse. Fue hasta 2013, cuando su nombre y obra fueron reivindicados por la corona británica. En su memoria y porque la cotidianidad del mundo digital que ahora vivimos está asociada a su talento, El Código Enigma debe verse.
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