Deberes, lenidad

Fotografí: Salman Hossain Saif

David Santiago Tovilla

“Todo el mundo habla de derechos y nadie de deberes, quizás fuera una buena idea inventar un Día de los Deberes Humanos” planteó José Saramago. Es bueno recordarlo cuando, una vez más, en nombre de los derechos se cometen vejaciones inhumanas y delitos. 

Se ha visto un nuevo episodio protagonizado por quienes escudados en demandas gremiales se creen con el “derecho” de agredir a personas que no militan en su grupo sindical ni hacen lo que ellos quieren. Envalentonados en el pandillerismo gremial vejan a hombres y mujeres. Lo hacen divertidos, gozosos de humillar a seres humanos. No hay justificación posible.

El artículo 5 de la Declaración Universal de Derechos Humanos indica: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”. El artículo tercero dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. 

El artículo 13 establece: “Toda persona tiene derecho a circular libremente”. El artículo 18 señala: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento”. Derechos y -lo que promovía Saramago- deberes, sobre todo el más importante consignado en el artículo 1: “Todos los seres humanos (…) deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. 

Para los bárbaros, todo eso no tiene importancia. Se comprende, así, que rechacen una evaluación: están reprobados en temas básicos.

Recurren a la violencia física quienes carecen de argumentos. Su incapacidad para convencer los convierte en desequilibrados. Por lo general, los violentos pretenden esconder sus problemas, complejos, limitaciones en la ataque a personas vulnerables, indefensas. Turbados pretenden llevar sus derechos hasta inventar absurdos que les proporcione impunidad. 

Esas mentes ofuscadas creen en la “libertad de agresión”. La libertad individual llega hasta donde empiezan los derechos de los otros. La libertad ilimitada no existe, como bien razona Jorge Mario Bergoglio en el documento Laudato Sí: “El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. 

"En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten”. La libertad implica responsabilidad y eso es algo que los vándalos no conocen.

La falta de respeto a los derechos humanos y la ausencia de observancia de los deberes es una parte. La otra es la consolidación de la lenidad que la Real Academia Española define como: “Blandura en exigir el cumplimiento de los deberes o en castigar las faltas”. 

Los violentos ahora incrementan la magnitud de sus acciones porque han dado pasos en esa ruta sin que nada ocurra. Traspasan la línea entre sus prerrogativas ciudadanas y sindicales y la comisión de delitos sin que se proceda contra ellos. 

Están seguros que, por la razón que sea, la lenidad prevalecerá. Persistir en eso es dejar a la ciudadanía en manos de la irracionalidad y permitir que la anarquía sustituya todo. No puede ser.