David Santiago Tovilla
El último dÃa de agosto, El Huffington Post -edición en español-, dio a conocer la increÃble censura de Instagram a una sombra. La locutora Nuria Roca subió una fotografÃa de una zona oscurecida al interponerse entre el sol y el suelo. Se trata de la parte superior del cuerpo. Es el contorno del momento en que una mujer se toma una selfi. Lo observado son sólo perfiles: la mano, la cabeza, el cabello y un seno. Lo esencial es que se trata sólo de una “mancha” en el piso. Y eso movió los resortes de la red social para bajarla de inmediato.
En un lunes como ese el mundo está preocupado en temas como: la inestabilidad de las monedas locales ante el aumento del dólar; la crisis humanitaria emanada de la expulsión y cierre de la frontera entre Venezuela y Colombia; la destrucción de conjuntos arquitectónicos que son patrimonio cultural de la humanidad por parte del Estado Islámico; la alarma migratoria en Europa. Pero resulta que, en ese contexto, hay quienes se preocupan por si alguien coloca no ya un pezón en su cuenta, si no, como en este caso, la silueta o esbozo de una mama.
Cada quien ve lo que quiere ver en cualquier lugar. El morbo reside en la mente de quien califica algo como morboso. El problema es abrir la puerta a establecer como medida de conducta una parte del cuerpo y no valores humanos. Instagram reprueba la presencia de los inocentes pezones femeninos pero permite fotografÃas que van en contra de la dignidad humana. Andan a la caza de la hermosura de las mujeres pero permanecen omisos a materiales que promueven la humillación, la burla, la degradación o hasta ilÃcitos.
Esta época se caracteriza por la reducción del derecho a la intimidad y la privacidad, por una sed insaciable por no dejar resquicio de la vida privada sin compartirse. La inercia es volver público no sólo lo personal sino lo de los demás con quienes se coincide en algún momento. Aunque una persona no acostumbre a subir fotografÃas suyas a las redes, si coincide en un solo instante con alguien que sà lo hace, es posible que en unos minutos más esa reunión efÃmera e intrascendente esté en internet.
Todo mundo debiera preguntar al otro o los otros que aparecen en una foto si puede subirla a la red. Aún hay quienes defienden el derecho a la vida privada que incluye la identidad fÃsica. Pero las personas que han decidido compartir imágenes de sus actividades y su cuerpo también están en libertad de poner de lado esos derechos y compartir lo que decidan con todos. El único criterio para valorar esas fotografÃas es estético no moral; y la única expresión que amerita es decir “gusta” o “no gusta”.
No debiera haber más. Sobre todo con quienes proyectan alegrÃa, vivacidad, complacencia por hacerlo. A quien le disguste esto, basta con dar vuelta a la página e ir a otros sitios de su interés. Dedicar tiempo a hurgar en aquello que “atenta” en contra propia es un rasgo de esquizofrenia: padecer el delirio de perjuicio por pensar que una fotografÃa, quien la hizo o la subió le perjudicará o dañará a la sociedad con ello. Lejos de alertar a los censores la alerta debiera encenderse en la propia persona que actúa asÃ.
Otro ángulo de la inverosÃmil actuación de Instagram es que puede pasar encima de quienes no son famosos. Nuria Roca de inmediato balconeó lo absurdo de la censura y logró que se revirtiera. No hay duda de que todos los dÃas esos mismos censores proceden contra muchas fotografÃas que la subjetiva razón les dice que el “peligroso” pezón debe esconderse. Asà sea en unas playeras mojadas que exhiban unos rebosantes senos. Cuánta hipocresÃa…
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