La semana pasada, a propósito del nuevo portal de cine de arte
Filminlatino, se anotaron algunas reflexiones en torno al cambio del consumo televisivo. Se decÃa: atrás quedó el consumidor pasivo; ahora, éste decide qué, cómo, cuándo, dónde ver la proyección televisiva.
Fue una grata coincidencia encontrar, dÃas después, un reportaje de Alberto Barrera Tyszka, en el número 2037 dela revista
El PaÃs Semanal, titulado
El gran negocio de las telenovelas. Lo que interesa retomar es el sentido de la misma reflexión. El escritor venezolano apunta para la publicación española: “Justo, Según las cifras de Ibope Media, recogidas en el informe anual del Observatorio Iberoamericano de Ficción Televisiva (Obitel), “la penetración de Internet en América Latina aumentó de manera global en 2014 y espera llegar a un 60% en 2015”. Todo es parte de los primeros estudios sobre el creciente fenómeno de las bajas de encendido y de la migración de las audiencias hacia otras pantallas y otros formatos. Estamos asistiendo a la agonÃa de la llamada televisión abierta. Y será breve. Es una cuestión de edad: no tiene consumidores menores de 30 años. No tiene futuro.
“También hay revoluciones gratuitas. Son parte de la historia de los descubrimientos. El cable, la TV “on demand”, las computadoras e Internet han terminado por destruir al monstruo enorme que, según cierto pensamiento artesanal, dominaba al mundo con su nefasta distribución de los mensajes de la cultura dominante y de los antivalores del capitalismo. De pronto, gracias a la tecnologÃa, el poder pasó a manos de los usuarios. Los televidentes comenzaron a tener realmente el control. La televisión abierta parece una vieja enclenque, débil, muy confundida. Se aferra a los noticieros y a los deportes. Pero lo tiene claro: sus dÃas ya están contados.
“Los jóvenes no saben lo que significa sentarse delante de una caja de metal a esperar que llegue la hora de tu programa favorito. No saben que antes habÃa un espacio llamado “comerciales”. Era un tiempo fÃsico que daba chance para muchas cosas. La audiencia esperaba el corte a comerciales para ir al baño, para calentar la comida, para llamar por teléfono, para ver qué estaban transmitiendo en el otro canal. Todo eso, de repente, comenzó a ser absurdo. Y antiguo. Ahora, hasta las mismas televisoras de siempre comienzan a producir contenidos para la web. Hace unos años, un productor me llamó preguntándome si querÃa escribir unos mini capÃtulos para una minitelenovela. “Es para transmitirla a través de los teléfono celulares”, dijo. ¿Cuánto melodrama cabe en dos o tres minutos? Ya se sabe: el medio condiciona el relato. Dentro de poco tiempo, tal vez, la palabra televisión ya no exista. Pero la telenovela seguirá existiendo, obviamente. (…)
“La tiranÃa de la televisión abierta te obligaba a estar a tiempo frente a la pantalla, a la hora exacta de la telenovela. Los streaming los ofrecen todas y a toda hora, en cualquier momento y como quieras. Puedes mudarte incluso a vivir en sus pantallas. Antes las buscabas. Ahora tendrás que huir de ellas.”
A esto,
Américo Castilla le denomina una nueva ética participativa, en el número 623 de
Revista Ñ, del diario argentino
El ClarÃn: “En la actualidad, los jóvenes se acercan al arte y la cultura menos como consumidores que como co-creadores. La redefinición de la ética participativa revoluciona el modo en que muchos de ellos, cada vez más, se acercan y usan la tecnologÃa.”
Esa es la perspectiva que debe plantearse para consumidores y generadores de contenidos en el mundo de hoy…
Conexiones