El Museo de la Inocencia


David Santiago Tovilla

Revista 10. Número 310

En el 2012, el diario español El país escogió diez títulos a los que denominó “Los mejores libros del siglo XXI”. En ese decálogo, promovido entre los lectores de ese medio, estaba: El Museo de la Inocencia de Orhan Pamuk. Publicada cuatro años antes, ese año el proyecto alcanzó notoriedad: en el mes de abril, la ficción pasó a la realidad. 

    El Museo de la Inocencia, perfilado en la novela, abrió sus puertas, con el mismo número de vitrinas como capítulos tiene el libro. En 2014, obtuvo el reconocimiento como el mejor museo europeo, otorgado por el Foro Europeo de Museos. El museo real quiere asociar un sinnúmero de objetos que se detallan en la novela: pendientes, colillas, ceniceros, que se aluden en la ficción. Es la recreación de aspectos de la narración pero, al mismo tiempo, de un periodo de la vida de Estambul.

Así, Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, consolidó la universalidad de su texto. Porque El Museo de la Inocencia es una suma de intenciones, un planteamiento disidente ante los manuales para el sentimiento que se transmiten por generaciones, una invitación a revisar los lugares comunes enraizados hacia temas como el tiempo, el amor, la felicidad.

Es fácil caer en el simplismo de catalogar a la historia de Kemal y Füsun en una obsesión amorosa. Las casi seiscientas cincuenta páginas de El Museo de la Inocencia encierran: historia, filosofía, ejercicios narrativos y especial emotividad. De esos libros para vivir, aprender, crecer, madurar. Para recordar:
Que cada personalidad tiene formaciones y motivaciones particulares que llevan a tomar una decisión u otra. 
Que la riqueza humana no reside en la uniformidad, la estandarización, las semejanzas, sino en lo que hace auténtico, original, diferente a cada persona. Que no es suficiente con estar y ser: debe saberse permanecer y existir. 
Que la vida no consiste en un abecedario riguroso: que ordena la A, la B, la C, hasta concluir en la Z. 
Que hay otros lenguajes, otras capacidades para compartir. 
Que lo predecible llena al mundo y lo impredecible sustenta las historias profundas. 
Que en los detalles, instantes, momentos, episodios, objetos, se concentra lo que somos. 
Que inculcan una mentalidad utilitarista aplicable hasta a las relaciones personales: “qué me deja”, que lleva a nunca plantearse “qué doy”. 
Como dice el propio narrador: “La esencia de la historia de Füsun consiste en el hecho de entregar algo que consideramos muy preciado sin esperar nada a cambio”.

Sí, El Museo de la Inocencia es de esos libros que dejan una profunda huella en su lector. Porque está bordado con una perspectiva inusual: “En realidad nadie sabe que está viviendo el momento más feliz de su vida mientras lo vive. Puede que haya quienes piensen o digan sinceramente (y a menudo) en ciertos momentos de entusiasmo que están viviendo “ahora” ese instante dorado de sus vidas, pero, a pesar de todo, con parte de su alma creen que más adelante vivirán momentos más hermosos y más felices.” Ese es el tono reflexivo, introspectivo. 

Además, se percibe una poderosa melancolía pero se registra para cuestionarla: “La felicidad pura en este mundo sólo puede conseguirse abrazando a alguien y “en el instante presente”. Algo que recuerda el eje de la exitosa novela de Jane Teller, “Nada”: todo lo que significa algo es valioso mientras es; cuando deja de serlo, es nada. Aún cuando “en la vida las cosas nunca salen como queremos”, “digan lo que digan, lo más importante en la vida es ser feliz”.

    Porque no es una historia tradicional, El Museo de la Inocencia equilibra: meses de intensidad, un par de años de dolorosa ausencia, ocho años de observación, una noche de realización, una vida de celebración. Como bien dice Maya Angelou: “Lo mejor es enamorarse, lo segundo estar enamorado, lo peor es desenamorarse. Pero todo ello es mejor que nunca haber estado enamorado”.  Orhan Pamuk muestra que la totalidad es lo importante: qué y cómo. Un libro que deleita, conmueve e instruye en su lectura o feliz relectura.

    Por lo pronto, véase una breve nota sobre el tránsito de la literatura a la realidad: cuando Orhan Pamuk presentó su Museo de la Inocencia.